Elisenda Alamany fue la número dos de Podemos en las elecciones catalanas del pasado 21 de diciembre. Alamany es un producto típico de la factoría de adolescentes políticos dirigida por Pablo Iglesias y Ada Colau. Profesora de secundaria curtida en el municipalismo y el activismo, es decir imantada al presupuesto público desde que tiene uso de razón, dice haber militado en movimientos antifascistas en su juventud, aunque no se le conoce actividad alguna contra el único fascismo verdaderamente existente en Cataluña, el de la ultraderecha xenófoba de ERC, CUP y JuntsxCAT. 

El 16 de diciembre, mis jefes en EL ESPAÑOL, Pedro J. y Vicente Ferrer, me enviaron al  mitin central de la campaña de Podemos en la Plaza Mayor del barrio obrero barcelonés de Nou Barris. Allí apareció Alamany sobre el escenario para regalarle al respetable, unos trescientos vecinos con más gambas peladas y días cotizados en el sector privado que los que Alamany atesorará jamás, una homilía sobre ella misma y su mismidad y cómo esa mismidad había defendido con su propio cuerpo las urnas y los colegios electorales durante el referéndum amañado del pasado 1 de octubre. La epiquita del postureo, ya saben. 

Allí andaban también Pablo Iglesias, Ada Colau, Alberto Garzón o Xavier Domènech, intrascendentes y superficiales como siempre. Ninguno de ellos pareció tomar nota del silencio que se enseñoreó de la plaza cuando Alamany acabó su discurso independentista. Mejor dicho: es obvio, viendo el inexistente análisis que hizo Podemos de los resultados electorales y el lazo amarillo que Ada Colau ha hecho colgar del balcón del Ayuntamiento, que ninguno de ellos tomó nota de ese silencio.

Llámenme todólogo, pero quizá ese silencio se debiera a la insistencia de Alamany en mentar la soga en casa del ahorcado. Léase un referéndum que pretendió privar de sus derechos civiles al 50% de los catalanes, organizado por la casta corrupta de las cien familias que lleva gobernando Cataluña desde hace 38 años (por no decir más de cien) y secundado por varios cientos de miles de antidemócratas que consideran colonos analfabestias y ciudadanos de segunda a los vecinos de Nou Barris. 

El 21-D, Ciudadanos obtuvo el 31,1% de los votos en Nou Barris. El segundo partido (el PSC) quedó a 12 puntos de distancia. Podemos se quedó a veinte puntos, apenas tres por encima de un PP en caída libre. Llámenme todólogo de nuevo, pero quizá el discurso supremacista de Alamany tuvo algo que ver con los resultados. 

En Podemos, fieles a la máxima pijoburguesa de "todo por el pueblo pero sin el pueblo", no parecen haber visto un obrero en su vida. Tampoco deben de haber hablado mucho con ellos. Cada vez que Iglesias menosprecia a los camareros, que Colau escenifica su desdén por un ejército en el que no trabajan precisamente licenciados en Políticas por la Complutense, que Alamany habla de un derecho a decidir que oculta en realidad el derecho del régimen nacionalista a segregar a la mitad de los ciudadanos y toquetearle el cerebro a sus hijos, Podemos se hunde un poco más en las mismas arenas movedizas en las que también cayó el PSC hace años. 

A Elisenda Alamany, que cumple a la perfección su papel de colaboracionista en la Cataluña ocupada por el nacionalismo, nunca la ha llamado nadie "puta" por la calle. Tampoco ha tenido que moverse jamás por su barrio con escolta. Tampoco ha visto sus sedes atacadas y a sus militantes aporreados por las masas independentistas. Sólo los nacionalistas viven mejor que los podemitas en Cataluña, y de entre los podemitas, la que vive mejor es Alamany. 

A la lucha contra el fascismo Alamany llega 80 años tarde. Sí podría, si quisiera, luchar contra aquellos que pretenden revivirlo en ese rincón de Europa llamado Cataluña. No lo tiene demasiado difícil. Es tradición local que los símbolos de la ultraderecha regional, para mayor visibilidad, vayan pintados de amarillo. No debería resultarle difícil localizarlos en farolas y vallas para proceder a su eliminación.