Dicen los profesores del instituto El Palau que ayer fueron llamados a declarar ante la Fiscalía que la iniciativa de humillar a los hijos de guardias civiles que estudian en el centro “partió de los propios alumnos”. Algún día habrá que escribir un libro sobre los valores morales del nacionalismo catalán. Y escribo valores morales por no escribir cojones, que en 2018 suena falócrata, o machista, o discriminatorio para los entes que se reproducen por esporulación, o qué sé yo.

Un libro, digo, sobre los cojones morales de aquellos que utilizan las escuelas para infectar a los niños catalanes con sus rencores de adulto incompatible con la razón, la tolerancia y la democracia, pero que cuando son llamados por la justicia a dar explicaciones al respecto le echan la culpa a sus propios alumnos. "A mí estas pequeñas bestias me llegaron ya así de sectarias, señor juez, yo sólo pasaba por allí". 

Lo de "¿No te da vergüenza lo que ha hecho tu padre?" también debió de ser iniciativa de los propios niños, por lo visto. En Cataluña hay que tener menos cuidado con los camellos que venden caramelos en el exterior del colegio que con los camellos de droga dura nacionalista que dicen educar a los niños en su interior. 

Nada nuevo, en cualquier caso. Son los mismos cojones morales que los de aquellos que entre un tipo que afronta la responsabilidad por sus crímenes (Junqueras) y uno que se fuga de la justicia, abandona a sus seguidores, traiciona a sus compañeros de Gobierno y se esconde entre ultraderechistas para dedicarse a dar lecciones de democracia desde la ópera (Puigdemont) prefiere como líder al segundo. Nunca ha tenido buen ojo el nacionalismo catalán escogiendo al menor de sus más insignes cobardes. 

Entiéndanme. Tanto Oriol Junqueras como Carles Puigdemont son los principales responsables de un golpe de Estado churrigueresco y que ha acabado convertido en un circo esperpéntico al que le crece hasta el último de los enanos. Pero hasta entre los golpistas hay calidades y la de Carles Puigdemont rivaliza con la de algunos de los mayores cobardes de la historia.

Para el capitán Francesco Schettino debe de haber sido todo un alivio que en una región europea anodina hasta hace apenas unos meses haya surgido alguien capaz de disputarle el título de mayor cobarde de la historia europea moderna. Con una diferencia que eleva al capitán Schettino varios órdenes de magnitud por encima de Puigdemont: él, al menos, no va por ahí reivindicando para un público de jubilados de casino rural su condición de capitán legítimo del Costa Concordia.