Hay quien hoy va a ir a votar creyendo que Cataluña se juega su autonomía y sus instituciones milenarias. Que si pierden los suyos se desmontará la escuela pública y se perseguirá el uso del catalán. Que el Ejército se adueñará del territorio, y que lo hará por tierra, mar y aire. Que la dictadura, en fin, sustituirá a la democracia.

Hay quien hoy va a ir a votar convencido de que si les supera el enemigo triunfarán las porras, la cárcel y la represión, que se impondrá la censura en TV3, que se perseguirá a los profesores y que se encarcelará a la gente por sus ideas, como a los Jordis.

Hay quien hoy va a ir a votar con la seguridad de que una victoria de sus rivales servirá para empobrecer Cataluña, porque se usará la riqueza que generan los ciudadanos con su esfuerzo para seguir financiando a los vagos de otros puntos de España. También que el cambio en la Generalitat equivaldría a seguir expoliando los bienes culturales del país, como el tesoro de Sijena.

Hay quien hoy va a ir a votar creyendo a pies juntillas que enfrente tiene a falangistas, a neofranquistas dispuestos a imponer el Cara el sol y el brazo en alto, y a permitir que grupos de extrema derecha campen a sus anchas por pueblos y ciudades a la caza de la gente.

Hay quien hoy va a ir a votar pensando que debe pararle los pies a unos políticos traidores, quintacolumnistas, sucesores de Felipe V, cuyo único objetivo es abortar la república catalana e impedir un legítimo derecho de autodeterminación que mayoritariamente ansían sus compatriotas.

Hay quien hoy va a ir a votar absolutamente persuadido de que los otros quieren arruinar Cataluña, y por ello facilitan la fuga de empresas, boicotean que la Agencia Europea del Medicamento recale en Barcelona y celebran el incremento del número de parados. Sí, hoy hay quien va a ir a votar con rabia.

Ojalá tengan ocasión de comprobar lo errados que están.