Va a ser que no, que lo del "España se rompe" no era el manido "que viene el lobo" de la derechona para asustar al ganado electoral. Sin embargo, ése ha sido el soniquete de toda la izquierda política y mediática en los últimos años, balado por el socialdemócrata más moderado y por el más fascista de los antifascistas. Así que si los conservadores han hecho entre poco y nada por resolver el problema, los progresistas ni lo han olido.

Parece que Puigdemont ha decidido entrar definitivamente en la Historia y en Soto del Real. Sin apoyo internacional, con las empresas en desbandada y con la sociedad partida. La irresponsabilidad es morrocotuda porque ahora se traslada la contienda a la calle.

Este miércoles hemos visto cómo una profesora de la Universidad Autónoma de Barcelona forcejeaba en la puerta del aula con un piquete informativo que pretendía reventar la clase, en medio del ataque de nervios de algún alumno. Ella pudo cerrarles el paso a tiempo en una lección de dignidad y coraje. Pero ¿cuántos no van a poder hacerlo en los próximos días? ¿Cuántos van a tener que ceder a la coacción?

Los dirigentes separatistas se sienten fuertes porque hace tiempo que se adueñaron de los espacios públicos y porque le han tomado la medida a este Gobierno y a este PSOE. Saben que ahora la independencia no está realmente al alcance de su mano, pero ven la oportunidad de avanzar muchas casillas hacia su objetivo. Están convencidos de que van a poder forzar una mediación internacional y de que, cuanto peor se pongan las cosas, más fuerte será su posición para negociar. Creen posible obtener un referéndum pactado de autodeterminación y, como mal menor,  mejor financiación y mayor autogobierno.

Puigdemont ha decidido inmolarse y engrosar ese martirologio catalán que, según el nacionalismo, se remonta al principio de los tiempos. Como es bien sabido por todos, Caín era español y Abel de Sant Cugat.

Ni al president ni a algunos de sus secuaces parecen horrorizarles los quince años de cárcel que, como mínimo, prescribe el Código Penal para la rebelión. Siempre podrán ser amnistiados. Y en todo caso, se antojan insignificantes frente a la gloria de la posteridad.

"¡Qué artista muere conmigo!", exclamó Nerón al tiempo que procedía a un suicidio asistido por Epafrodito (¿Junqueras?). Y aunque el emperador asesinó a su propia madre, lo cierto es que nunca faltaron flores frescas en su tumba. El pueblo es así.