Fracasé en la vida. Eso dijo Ma Kwang-Soo, el escritor y académico surcoreano. No importa que una vez fuera el autor más prometedor de la letras de su país. Ni las frecuentes comparaciones con D.H. Lawrence. Ni tampoco el éxito que en ocasiones cosechó con sus obras, algunas de ellas llevadas también al cine. Solo importa que él, cercano al final de su viaje, se consideró un fracaso. ¿Quién más debe juzgar?

El autor acabó sus días ahorcándose, a los 66 años, en su casa de Seúl el pasado 5 de septiembre, medio año después de declarar que se encontraba “solo y deprimido, sin nadie a quien hablar”. Al autor le condenó su tendencia a ser explícito en materia sexual; lo fue demasiado para la sociedad surcoreana. Se prohibió su Happy Sara y las supuestas obscenidades que se incluían en esta novela le supusieron ocho meses de cárcel.

La vida no es fácil. Para nadie, o casi nadie, lo es. Vivir permanentemente ilusionado es uno de los grandes retos a los que todos los ciudadanos bajo el cielo nos enfrentamos, a menudo con escasa fortuna. Tal vez exijamos demasiado a esta existencia breve y frágil. Quizá, no haya muchas más alegrías que las que a veces nos rozan, efímeras; en realidad, tal vez se trate de poco más de cuatro días, la mitad de ellos con mal tiempo.

Escapar y vivir aventuras, recuerda Gustavo Martín Garzo, es lo que mueve a Don Quijote, y lo que movió también a un personaje de Kafka en uno de sus apólogos, como escribe el autor vallisoletano en su artículo El vivir ilusionado. Y eso es, precisamente, lo que cura una depresión que, casi naturalmente, debería venir de serie con cada nacimiento.

Lo peor que puede pasar es que uno, al concluir sus días, lamente la falta de aventuras; se diga: ¿ah, pero esto era todo? ¿se acaba ya? Y se repruebe con contundencia por todo aquello que no vivió, pudiendo haberlo hecho, y sabiéndolo de pronto, a un instante de la ausencia. Franklin D. Roosevelt, el único presidente norteamericano que ganó cuatro elecciones presidenciales, aseguró que hay algo peor que el fracaso: “No haber intentado nada”.

Vivir con toda intensidad, como hizo Don Quijote, el eterno gran personaje de acción, es la mayor de las apuestas contra la decadencia y la apatía; su búsqueda de la virtud, el mayor de los logros contra el fracaso, aunque este sea, a veces, tan inevitable como necesario.

La búsqueda es un gran aliado del sosiego íntimo que respiran, sin saberlo, los que ambicionan todo. Los que, como el saxofonista Wayne Shorter, eligen el camino menos transitado, ese que acaba siendo, para sorpresa de todos, el más seguro. El que toma quien ama el riesgo.

Por supuesto, ese desafío constante a menudo acaba por derivar hacia sendas inexploradas que conducen al desastre. Pero se trata de uno aterciopelado; punzante, pero envuelto en el más delicioso de los aromas.

Una retirada no es una derrota, dejó escrito Cervantes. La de Ma Kwang-Soo fue del todo severa. Pero, como dijo Borges, hay derrotas que tienen más dignidad que una victoria.