De antemano digo que merecen todo mi respeto aquellos que defienden con ahínco sus ideas, y entre ellas, por supuesto, el derecho de sus pueblos a la autodeterminación. Con ahínco, sí, pero también con inteligencia, mesura, conocimiento de causa, educación y cultura participativa. Con ahínco, sí, pero obviando tópicos falsos y recurrentes, echando a un lado demagogias alienantes y baratas, respetando las reglas del juego, alargando y no recortando a su antojo la palabra democracia. Ciudadanos a quienes los ideales no les impida ver el bosque.

Puedo no estar de acuerdo con ellos pero defiendo su derecho a pensar de una forma diferente a la mía siempre y cuando todos lo hagamos, ellos también, dentro de los cauces de convivencia por donde deberíamos navegar aquellos que nos autoproclamamos personas civilizadas.

Ahora bien, lo que no soporto es a ese grupo de bobos –por muy solemnes que se crean–, ignorantes y golfos que continuamente tratan de dar lecciones de clarividencia, estulticia y sinvergonzonería a partes iguales. Se les llena la boca deletreando la palabra de-mo-cra-cia como si fuera de su exclusiva propiedad, no se cortan a la hora equiparar estos tiempos con los del franquismo más duro e incluso los hay que dicen sentirse tan perseguidos como los judíos en tiempos de Hitler. Tampoco parece molestarles llamar “fascista” a Joan Manuel Serrat, quemar libros de Juan Marsé o que los Pujol hayan estado robando a espuertas delante de sus independentistas narices. ¡Todo por la Patria!

Se puede ser independentista sin necesidad de llamar franquistas o nazis a quienes no lo son. Y siento un coraje incalificable al oír estas barbaridades y pensar en los millones de personas que realmente perdieron su vida bajo tamaños totalitarismos exterminadores. Me parece un insulto para las auténticas víctimas de estos regímenes asesinos equiparar los pájaros y flores actuales con los hornos crematorios o los fusilamientos frente a la tapia del cementerio. No se puede jugar con las palabras, no se deben utilizar como armas arrojadizas sin fundamento, no deberían pronunciarse en vano.

Se puede ser independentista sin necesidad de escribir en un tuit “prefiero la muerte que vivir con las atrocidades que nos hacen a los catalanes. Estamos perseguidos como los judíos lo fueron por Hitler”. Arturo Pérez-Reverte lo retuiteó diciendo: “Este tuit de una joven lo resume todo. Tras décadas de adoctrinamiento ante la indiferencia del estado, contra esto es imposible razonar”. Y tiene razón. La educación independentista ha hecho su trabajo. Y el pensamiento único al que se ha sometido a un porcentaje muy elevado de la juventud catalana no se va a acabar aunque fracase el 1-O. El trabajo está hecho y estas generaciones nunca volverán a sentirse españolas.

Se puede ser independentista sin necesidad de llamar “fascista” a Joan Manuel Serrat. ¡Serrat! Un icono sobre el que nunca nadie debería poner sus sucias manos, como podría escribir Manuel Vicent. Y sin quemar libros de Marsé. ¡Marsé! El hombre de la ronda de Guinardó que mejor supo retratar las múltiples derrotas de los perdedores de la guerra civil y que siempre fue la voz de los que nunca la tuvieron.

Se puede ser independentista sin necesidad de ser un bobo sobre dos ruedas y hablar sin recato de otra Guerra Civil, de que el Gobierno de Madrid se está pasando por el forro la democracia –otro más manoseando la gran palabra–, pero un bobo listo que paga sus impuestos en Andorra aunque disfruta de licencia federativa y patrocinadores españoles.

Se puede ser independentista sin necesidad de ponerse estupendo sobre un balón de fútbol y decir que esto no va de independencia sino de democracia –otro que tal– y quedarse tan pancho. O decir que jugaba con la selección española como “un mero compromiso comercial”.

Se puede ser independentista sin decir que España es una dictadura o un estado autoritario o que "nos roba"… Se puede ser lo que se quiera sin echar mano del martirologio, del victimismo gratuito y sin escrúpulos.

Se puede ser independentista sin necesidad de saltarse la ley e intentar dar un golpecito de estado con sólo el 47,7 por ciento de los votos cosechados en las últimas autonómicas de 2015.

Se puede ser realmente independentista, y lo digo sin ningún tipo de sarcasmo, sin necesidad de ser bobo, ignorante o golfo.