... que hay que descansar. En realidad, ese es el principal motivo que durante siglos nos ha llevado a transformar el duro catre en un lecho acogedor. Desde los insalubres jergones medievales rellenos de paja que pinchaban como alfileres, o de plumas contaminadas con heces de aves y parásitos varios, hasta los colchones de muelles del siglo XIX, o los actuales de viscoelástica, látex y espuma, el progreso salta a la vista.

Pero nunca tenemos suficiente. Una vez que solventamos los clásicos problemas del sueño relacionados con el confort, fueron apareciendo otros nuevos que tenían que ver con la vida en pareja. ¿Cómo podemos compartir ese espacio sin culpar a la dulce e incómoda mitad de nuestra falta de descanso? ¿Es necesario soportar por amor los ronquidos, los paseos nocturnos al baño, la batalla de quién se queda con el edredón y la almohada, las temperaturas demasiado bajas o demasiado altas, el despertador que suena a destiempo? ¿No sería más fácil y conveniente dormir separados?

Los higienistas del siglo XIX mantenían la creencia de que en el camastro se derramaban todas las excreciones sudorosas y tóxicas que el cuerpo humano genera durante la noche. Según ellos, al compartir el lecho, los miembros de la pareja se contagiaban un peligroso morbo que podía provocar la repulsión súbita e incluso el divorcio. Por tanto, recomendaban a los recién desposados que durmieran en habitaciones diferentes para evitar impregnarse de aquellos efluvios malignos. Claro está que el acceso a los consejos de estos especialistas estaba reservado a los pudientes, quienes sin duda disponían de estancias suficientes como para ponerlos en práctica.

Sin embargo, ahora campa la teoría contraria: dormir juntos y desnudos alimenta el amor, previene enfermedades, ofrece consuelo y protección a los durmientes, y además mejora su vida sexual. Si es así, ¿cómo podemos combatir los problemas antes expuestos, de modo que nuestras noches no se conviertan en una batalla de insomnes? No hay de qué preocuparse, el mercado ofrece todo de tipo de soluciones.

Para hacer la cucharita sin que se nos duerma el brazo, un norteamericano patentó hace algunos años el Cuddle Mattress, el primer colchón que permite introducir el miembro en su interior evitando de este modo el riesgo de amputación por falta de circulación sanguínea. Qué miedo, amputación y todo.

En cuanto a las almohadas, tenemos varias opciones, aunque la más llamativa es la “almohada brazo de novio”, con forma de torso masculino o femenino, que abraza al durmiente. Se trata de un boyfriend o de una girlfriend de repuesto que atenúa melancólicas soledades. El complemento ideal para este cojín sería el Smartduvet Breeze, un edredón inteligente que permite regular la temperatura de un lado y otro del lecho, como los climatizadores de las modernas calesas. Y aún hay más (obsérvese el tono charlatán de teletienda), pues cuando activas su ventilador a través de una app, la cama se hace sola, regalándonos la manera de esquivar otro motivo tradicional de discusión doméstica.

Y para aquellos que no logran despertarse ni con bengalas, Youtube nos muestra un curioso invento: la cama voladora. Aunque parece una cama normal, este artilugio cuenta con un dispositivo que lanza al perezoso contra el suelo haciendo sonar unas aterradoras sirenas. Si se mira bien, también ayuda a expulsar sin más explicaciones a esos amantes innecesarios, caducados, aburridos y/o inservibles que proliferan como ácaros en nuestras vidas cotidianas. Y volver -¡por fin!- a dormir solos en una cama que no vuele, sobre un colchón sin pasadizos, tapados por un edredón nada inteligente y una almohada que no sea novio ni novia, ni siquiera follamigo. ¿Veis cómo la cama, por muchas vueltas que demos sobre ella, sirve sobre todo para descansar?