Lo más estremecedor de la Diada pasó inadvertido entre los comentarios unánimes de los reporteros de las cadenas de televisión que, en directo y a pie de calle, destacaban el "tono pacífico y festivo" de los manifestantes. Me refiero a la consigna una y otra vez coreada del "no tinc por" (no tengo miedo).  

El lema, utilizado dos semanas atrás como muestra de firmeza tras los atentados yihadistas de Barcelona y Cambrils, lo dirigían ahora los congregados contra el Estado, y lo hacían con aparente inocencia, como esa multitud de niños que agitaban banderas o mostraban alegres sus caras pintadas con los colores del independentismo.

O sea, que en el imaginario de los separatistas, tan aborrecible es el Estado Islámico como el Estado español, tan peligrosos los terroristas como los jueces del Constitucional y los fiscales, incluso puede que estos más, a tenor de cómo Arnaldo Otegi era agasajado por la multitud. En el imaginario de los separatistas, tan víctimas son los turistas de la Rambla arrastrados por la furgoneta asesina como ellos, pisoteados por la cruel España. 

Es ese caldo de cultivo el que permite ser insensible al asalto de las sedes del PP, a los ataques recurrentes con excrementos a las sedes de Ciudadanos, a las amenazas de muerte a alcaldes socialistas como Nuria Parlón o Jordi Ballart. Y al contrario, concede una especial susceptibilidad para los menores incidentes, así sean unas pintadas contra la guerrillera Anna Gabriel en Valencia, a cuatrocientos kilómetros de su casa.

El caso es que el "tono pacífico y festivo" de los manifestantes de la Diada me recordó al ambiente que recrean los etarras en los juicios cada vez que les enfocan las cámaras. Por sangrientos que sean sus crímenes y astronómicas las penas a las que se enfrentan, todo son risas, euforia y gestos de victoria. ¿Cabe mayor violencia?