Las desventuras de un soldado malherido que encuentra refugio en un colegio de señoritas durante la guerra civil norteamericana, de ellas trata La seducción, última y esperadísima película de Sofia Coppola. Acogido como único ejemplar masculino, profesoras y alumnas logran evitar su muerte. Le curan, le cuidan, le alimentan, le desean, incluso le aman. Pero también le temen, le rechazan, le dañan, le engañan, incluso le odian. Ninguna de ellas consigue vencer la natural desconfianza hacia un macho que ha penetrado en su casa y en sus vidas. El mandato femenino de supervivencia acaba tornándose en un juego peligroso y aterrador. Criminal.

Avalada por la Palma de Oro en el Festival de Cannes, este remake de El seductor cambia de perspectiva. Si la versión protagonizada en su día por Clint Eastwood se contaba desde el punto de vista masculino, la que interpretan ahora Nicole Kidman y Kirsten Dunst lo hace desde la mirada del mal llamado sexo débil, que aquí es más fuerte que nunca. La asfixiante tensión sexual del film es una elaborada recreación de lo que pueden llegar a hacer las mujeres cuando el recelo hacia el varón se convierte en pánico. Ay del hombre que se vea entre las garras de una dama asustada que además ha sufrido un rechazo o una traición. No le arriendo las ganancias.

La recurrente fantasía erótica de un varón salvado por los amorosos brazos de una muchacha en edad casadera, inocente y ávida de un primer beso de amor, lo hemos visto y leído miles de veces. Es una línea argumental ya clásica que ha alimentado la deliciosa imagen del soldado herido y la enfermerita que no sólo ejecuta curas, sino que proporciona todo tipo de consuelo al doliente, momentáneamente despojado de su fuerza pero nunca de su virilidad. ¿Será por eso que el disfraz más comprado en las sex-shops es el de ATS con minifalda?

Del tiesto de esta dulce parafilia ha brotado Whisper, una app que permite compartir los trapos sucios, tanto propios como -sobre todo- ajenos. En realidad, esto es lo único que mueve ese bar de borrachos y cotillas de las redes sociales. Y claro, saltó la liebre. Lo que era un secreto, ahora ha salido hasta en los periódicos. Eso pasa por contarlo todo, cuando es obvio que todo no se debe contar.

Me refiero a la archipublicada noticia acerca de un grupo de enfermeras que, fascinadas por el tamaño del pene de un hombre que yacía inconsciente en una clínica, hicieron piña para organizar excursiones clandestinas a su cama y admirar el miembro en cuestión. Milagro ha sido que no colgaran ninguna foto del monumento. El hombre falleció, sin duda por otras causas. ¿Y qué pasó entonces? Pues que las visitas prosiguieron como si tal cosa, pero ahora en la morgue. Por supuesto, la policía de Denver ha intervenido y está investigando tan escabroso asunto, aunque por el momento la banda de mironas sólo ha sido suspendida de empleo y sueldo durante tres semanas. Poco castigo me parece para tal falta de respeto. Qué menos que cuatro semanas y un día.

Me pregunto lo que habría sucedido si las enfermeras hubiesen sido enfermeros.