Atención a todos los lectores de Agatha Mary Clarissa Miller (en cristiano, Agatha Christie): hasta los que no han leído ni jamás leerán un libro suyo son sin duda conscientes de la existencia de un clásico titulado Diez negritos. Diez personas que no se conocen de nada entre sí son persuasivamente atraídas a una isla desierta. Desierta excepto por la lujosa mansión del enigmático anfitrión, desconocido también para todos ellos. Nadie tiene ni idea de qué pintan allí hasta que los diez empiezan a caer asesinados uno tras otro. La cadena de crímenes no parece al principio tener ni pies ni cabeza. Poco a poco se va entendiendo que… ay. Hasta aquí puedo leer sin incurrir en spoiler.

Me he acordado mucho de esta novela (ha sido casi como si la releyera…) viendo estos días la última purga de Benito del gobierno catalán. La bomba política e informativa era potente y parecía además golosa: Puigdemont corta la cabeza a los tibios, a los temerosos de Dios y del referéndum. Todos ellos, mira tú, militantes de ese extraño vertedero de cadáveres políticos que responde al nombre técnico de PDeCat. Definitivamente no hay más negritos asesinables que esos en toda la Generalitat.

Lo mejor del prusés es que el desconocimiento sobre el mismo es tan universal y colosal (incluso, a veces, entre sus propios protagonistas), que cuela absolutamente todo. Cuela por ejemplo por tibia Neus Munté, la mismísima delfina en la sombra, la última bala de plata electoral que le puede quedar en la recámara al PDeCat para tratar de presentarse a otras elecciones de las "normales", o casi. De esas que se convocan una y otra vez cuando todo sale mal con Madrid (again) y se pretenden plebiscitarias hasta que las urnas arrojan bastantes menos diputados de los que se tenían antes pero para atrás ni para tomar impulso, oye. ¡Manquepierda!

Pongámoslo claro: mientras una España casi cruelmente glacial ni se despeina, excepto para hacerse frívolas fotos, Cataluña se retuerce y suelta espuma por la boca, sacudida por convulsiones cada vez más dramáticas de epilepsia política. Todo porque el cambio de régimen se complica. Ya tarda en conseguirse que Oriol Junqueras herede el cortijo que fue de CiU, Ada Colau y sus comuns el chiringuito que fue del PSC, y aquí no exactamente paz, pero allá ni mucho menos gloria.

El after hours del zombireferéndum va a ser la redundante constatación de que los burros no vuelan y las independencias no se construyen contra la voluntad de más de la mitad de los independizables. Todos los que sobrevivan les echarán la culpa a los inhabilitados y a los negritos muertos, que son los que se comerán a dentelladas póstumas el gran marrón. Quien venga detrás no arreará. Dirá que con semejante herencia rebidida, ¡es que no se puede! Y todo seguirá tal cual y tan igual, sólo que con mucho más mal sabor de España y de boca.