Mala semana para los tecnoescépticos. Primero, Google anuncia que su proyecto experimental de conducción autónoma deja de ser eso, un proyecto experimental, y que pasa a la siguiente fase: la de constituirse como compañía independiente dentro del potente paraguas de Alphabet, Inc. para empezar así a facturar dinero de verdad a clientes de verdad. La noticia, de por sí, ya es impresionante: desde el primer anuncio al respecto en el año 2010, Google ha sido capaz, en menos de seis años, de generar una tecnología que podría llegar a salvar millones de vidas todos los años y a mejorar de manera drástica cuestiones como la contaminación, el tráfico o el planteamiento de nuestras ciudades. 

La noticia, además, se acompaña de varios movimientos más de otras compañías en el mismo sentido: Uber anuncia que ya puedes pedir específicamente que te recojan sus vehículos autónomos en San Francisco: si lo haces, un Volvo XC90 te llevará a donde quieras, con un conductor que solo tocará los pedales y el volante si es estrictamente necesario... menos cada vez, porque en los vehículos autónomos, el aprendizaje de uno se consolida para toda la flota. O Mary Barra, CEO de GM, que afirma que los vehículos autónomos de su compañía serán una realidad en menos de cinco años. Si pensabas que esto de los coches que conducen solos era una locura de ciencia-ficción o que solo lo verían tus nietos... te equivocaste. Ya puedes verlos. Y pronto, subir en ellos. 

Y para terminar de redondear la semana, llega Amazon y anuncia que su proyecto para reparto logístico mediante drones ya está funcionando en pruebas en Inglaterra. Ya reparte productos de verdad, y los lleva a casas de clientes de verdad en menos de media hora. Sin piloto. Totalmente autónomo. Todos los chistes ridículos sobre idiotas que disparaban a los drones, sobre los peligros terribles de tener esos artefactos volando por el cielo, o todos los que aseguraban que Amazon únicamente anunciaba esto para salir en los medios... de nuevo, se equivocaron. ¿Y por qué en Inglaterra? Simplemente, porque el gobierno de los Estados Unidos era demasiado lento adaptando su legislación a los intereses de la I+D de la compañía. Empleos tecnológicos, experiencia e ingresos generados en un segundo país, simplemente porque el primero no fue capaz de estar a la altura. Una lección que muchos políticos deberían estudiar muy bien. 

Hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad. A quienes no lo quieran ver, solo les queda enterrar la cabeza en la arena. Menos tecnoescepticismo y más seriedad, por favor.