Este país malvive engañado con lo que Carlos Zanón definió en su desasosegante Marley estaba muerto como “mentiras entusiastas”. Nos mienten, si, pero también nos mentimos. Y con unas y otras parecemos risueños, estúpidamente felices sin darnos cuenta de que la verdad que nos rodea es casi siempre, como poco, azul oscura. Nos creemos, por ejemplo, que nuestros servidores públicos lo hacen todo en función de los ciudadanos, que son honrados, que los malos son siempre los otros (servidores públicos), que el mundo es bueno y que la tierra es redonda. Y si no nos creemos nada de esto, que es muy posible, hacemos como que nos lo creemos y seguimos en el juego, porque así es la vida.

Nos podemos llegar a creer incluso, qué nivel el nuestro, que la economía va tan bien como nos engañan, que los grandes empresarios solo buscan nuestra felicidad, seguridad y bonanza y que cuando el Gobierno, sea el que sea, deje de estar funciones el dinero nos va a salir por las orejas, los impuestos bajarán y PIB crecerá hasta el infiniiiiiiito. ¡Ah! Y los chorizos devolverán al erario público todo lo robado.

Son, insisto, mentiras entusiastas; mentiras que nos permiten adaptarnos a un mundo absolutamente irreal, engañarnos con una cierta alegría y dibujarnos un retrato en el que todo va bien, joder, muy bien, hasta que la lechera derrama el cántaro, la leche se va a hacer puñetas y el retrato se difumina. Son mentiras que nos permiten continuar adelante y pensar que hacemos todo lo posible por seguir el ritmo, ignorando que siempre es con una música que no es la nuestra.

Marley estaba muerto se asemeja moral y éticamente a la incomparable y brutal ¿Acaso no matan a los caballos? de Horace McCoy, que fue llevada al cine bajo la batuta de Sydney Pollack, y que en España se comercializó con el título de ¡Danzad, danzad, malditos! Catorce cuentos de infelices sin remedio en Zanón, y una retahíla de perdedores en una pista de baile donde sólo hay futuro para la pareja que no deje de moverse en McCoy.

Infelices, perdedores, insisto, perdedores unos y otros sin futuro, daguerrotipos de la derrota, siempre en caída libre, siempre amnésicos impenitentes, siempre sin tiempo para volver la vista atrás, ni mucho menos para poder mirar adelante. Los perdedores no saben escribir la palabra futuro. Personajes que si paran se derrumban, se diluyen, desaparecen, dejan de existir si es que alguna vez llegaron a hacerlo.

Al contrario que los personajes de Zanón o McCoy, nosotros no somos perdedores sino simplemente ignorantes. Nosotros bailamos sin cesar pero no para sobrevivir sino para seguir bailando. Somos actores de un mundo en el que da igual como acaben las cosas ya que lo que importa es el ruido que se monta al empezarlas y la pasión con la que las mantienes en el aire. Y así andamos, en el puto aire, engañándonos con mentiras entusiastas.