La historia del actual bloqueo político es, a su vez, la de la búsqueda de su eslabón más débil. Dicho de otra forma, España lleva medio año largo tirando de los distintos cables que conforman nuestra actual entropía, con el fin de ver cuál cede primero. Tras el 20-D se pensó que el eslabón más débil era Pedro Sánchez, cuestionado internamente tras el peor resultado de la historia de su partido; en las inmediatas postrimerías del 26-J los focos han caído sobre Albert Rivera, sometido a una enorme -y cínica- presión para que acepte el papel de muleta del PP. Sin embargo, lo que se vislumbra tras los recientes circunloquios de Rajoy para diferir su investidura es que, en realidad, el eslabón más débil siempre fue él.

Efectivamente, de todas las acciones que se podrían dar en estas semanas sólo hay una que desbloquearía de forma duradera la situación: un paso atrás de Rajoy mediante el cual cediese la responsabilidad de formar gobierno -en nombre del PP- a otra persona. Se puede entrar en todas las guerras de legitimidades que se quiera (votantes del PP versus votantes anti-PP, la legitimidad del cabeza de lista versus la de la lista en sí, etc.), y se puede dudar de si un gobierno presidido por Soraya, Feijoo, Pujalte o quien fuese sería sustancialmente mejor que uno presidido por Rajoy. Pero lo que resulta meridiano es que, incluso si Rajoy logra ser investido Presidente, su gobierno no sobreviviría a una legislatura en la que todos los grupos competirían por quién vota más en su contra.

Un paso atrás de Rajoy, sin embargo, permite contemplar no sólo un gobierno del PP apoyado por Ciudadanos y con la abstención del PSOE, sino incluso una gran coalición constitucionalista. Se mire por donde se mire, no hay otro movimiento que desbloquee tanto, que abra tal abanico de posibilidades, como la marcha de Rajoy. Su mayor éxito, el objeto de toda su habilidad política a lo largo de estos meses, ha sido lograr que olvidemos esto.

Se desvanece así el espejismo de la fortaleza de Rajoy que se insinuó ante nuestros ojos el 26-J. Y en su lugar aparece, tembloroso ante la tribuna de oradores del Congreso, el líder que a lo largo del último año ha sido incapaz de traducir sus victorias electorales en gobiernos. El que ha fiado toda su estrategia política al lema de otro gallego: “el que resiste, gana”. Pero Cela empleaba la resistencia como parapeto desde el cual escribir novelas arriesgadas y rompedoras. Rajoy sólo la usa para maquillar su debilidad como líder. En rigor, esta es la historia del marianismo: un dilatadísimo esfuerzo por tapar las carencias de su dirigente bajo un barniz de tecnocracia.

De ahí el miedo que muestra Rajoy hacia una investidura fallida. Sabe que ese día ya no habrá forma de esconder que el emperador siempre estuvo desnudo.