Ha sido un 27 de julio. Puede que muchos catalanes no se hayan enterado aún, pero mientras siguen tostándose al sol o cuentan las horas que faltan para meter a la familia en el coche y dejar atrás rutina y calores, el Parlament ha decidido sacarlos a todos de España. Mingote haría un buen chiste hoy.

A Tip y Coll les montaron un pollo allá por los 80 a raíz de un sketch en el que, parodiando el telediario, daban la noticia de un sensacional hallazgo arqueológico: la Biblia la había escrito en realidad un catalán. Eran tiempos en que, para "hacer país", Pujol no sólo utilizaba Banca Catalana sino un megáfono colosal y machacón para que todo el planeta supiese de las grandezas de Cataluña, ya fueran ciertas o inventadas.

Tip y Coll, que años después tuvieron que cancelar sus funciones en la Scala de Barcelona por reiteradas amenazas de bomba, fueron ciertamente unos visionarios. En los nuevos congresos de historia bendecidos (léase financiados) por los políticos independentistas, se defiende la catalanidad de Colón, de Cervantes, de Santa Teresa de Ávila y de Leonardo Da Vinci.

La última encuesta encargada por la Generalitat dice que hay un 47,7% de partidarios de la independencia en Cataluña. La mejor prueba de que el nacionalismo ofusca las mentes y distorsiona la percepción de la realidad es que Mas y Junqueras creen, a pies juntillas, que pueden secuestrar a más de la mitad de la población, sacarla por las bravas de España y darle una nueva nacionalidad. Como están convencidos de que pueden trocear un país miembro de la Unión Europea. Ahí es nada.

Dicho lo cual, yo también creería ciegamente en mis posibilidades si mientras le lanzo un pulso de ese calibre al Estado, el partido en el Gobierno negocia darme un grupo parlamentario que no he ganado en las urnas y sus ministros tantean en Bruselas que la Agencia del Medicamento que ha de salir de Londres por el brexit venga a Barcelona, donde estoy cocinando otro brexit. Y aún se reforzaría más mi empeño al comprobar que el principal partido de la oposición felicita al rival por tanta merced.

Todo eso en julio, con el termómetro apuntando a los 40 y España dándose la vuelta sobre la toalla esperando a que haya Gobierno. El nacionalismo no descansa ni en verano. Qué sofoco.