Sánchez llegó a Davos creyéndose el rey del mambo.

La ejecución pública de Pallete en el cadalso de la Moncloa, por un verdugo sin otro título habilitante que la propia delegación presidencial, había reforzado su aura de Pedro el Cruel. Los buenos datos de la economía española, avalados -como no se cansa de repetir- por The Economist, le permitían sacar pecho al mismo tiempo.

Era, como decía Robespierre, la perfecta combinación entre La terreur et la vertu. El terror y la virtud.

LAS 7 Y MEDIA DE SÁNCHEZ

LAS 7 Y MEDIA DE SÁNCHEZ

Aunque Sánchez empiece a ser mucho más temido que respetado, admirado, o no digamos amado, es de justicia reconocer que a corto plazo su tridente económico -turismo, inmigración y gasto público- funciona. Cuestión distinta es que lleve camino de legarnos una casa en ruinas.

La circunstancia internacional era también la idónea para que, desde su perspectiva socialdemócrata, se erigiera en paladín de los valores de la UE frente a un Trump que acababa de pronunciar el discurso inaugural más pedestre y divisivo de la historia contemporánea de los Estados Unidos.

Aunque en privado Sánchez hablara irónicamente de "el presidente de ese país que está encima del golfo de México", no es tan estúpido como para plantarle cara de frente. Y menos en un momento en el que el retornado mandatario con antecedentes penales ha saltado a la arena bufando como un miura e incluyendo a España -yo creo que de manera deliberada- en el grupo de los BRICS al que amenaza con aranceles del 100%.

Pero Sánchez había elegido bien el flanco débil de la "tecnocasta" que rodea a Trump.

Elon Musk, Zuckerberg, Bezos y compañía están emergiendo a los ojos de gran parte de la opinión pública como la versión siglo XXI de aquellos 'robber barons' de finales del XIX que, como Vanderbilt, Carnegie o Rockefeller, se enriquecieron sin escrúpulos con el desarrollo industrial americano, mientras el 'caballo de hierro' surcaba las praderas.

Su talón de Aquiles es el embrutecimiento colectivo a través del nuevo ferrocarril de las redes sociales y Sánchez les ha cogido la matrícula al plantear tres cosas con las que yo estoy muy de acuerdo.

En primer lugar, la responsabilidad penal de los propietarios ante cualquier delito que se cometa a través de sus redes. En la práctica ejercen como editores y no entiendo por qué van a seguir lavándose las manos cuando alguien utiliza para el crimen los medios que ponen a su disposición.

La derrota de su 'decreto ómnibus' en el Congreso ponía en evidencia, a plena vista de la comunidad financiera internacional, que una cosa eran sus ínfulas y otra su realidad parlamentaria

La segunda cuestión es la restricción del anonimato. Una cosa es que alguien pueda utilizar un seudónimo habitual para ejercer el comentario o la crítica, como siempre ha sucedido en los periódicos, y otra que haya quienes comparezcan enmascarados a debates en los que las injurias y calumnias son moneda corriente. No al burka digital.

Y el tercer asunto, tal vez más utópico, es la transparencia del algoritmo. A ninguna empresa se le puede obligar a revelar la fórmula de la Coca-Cola, pero los usuarios de las redes sociales tienen derecho a conocer cuáles son las reglas del juego que priman unos contenidos sobre otros.

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Todavía resonaba en la montaña mágica su ingenioso "Make social media great again" cuando un relámpago de luz helada cayó sobre el presidente Sánchez. La derrota de su 'decreto ómnibus' en el Congreso ponía en evidencia, a plena vista de la comunidad financiera internacional, que una cosa eran sus ínfulas y otra su realidad parlamentaria.

Que por muy placentero que resultara de puertas afuera el sonido de su caramillo embaucador, las noticias llegadas de la trastienda desvelaban el naufragio de una combinación política imposible, amén de indecente.

Con el gesto ya torcido, Sánchez hizo lo de siempre: intentar utilizar cualquier situación en la que haya damnificados en provecho propio. Esta vez se trata del más difícil todavía, pues está intentando convencer a los españoles de que cuando un Gobierno pierde una votación la culpa es de la oposición.

Otra vez volvía a producirse una Emergencia Nacional y otra vez Sánchez se negaba a asumirla como tal para hacer oposición al PP, a costa de los perjudicados

Como si no recordáramos que él bloqueó casi un año la normalidad institucional con su "no es no", al impedir la investidura del único gobierno posible tras las elecciones de 2015, forzar la vuelta a las urnas en 2016 y pretender que se convocaran unas terceras elecciones, con tal de no dar su brazo a torcer.

Como si no fuéramos conscientes de que ni la subida de pensiones, ni la prolongación de las ayudas al transporte estarían bloqueadas si él hubiera sido capaz de pactar unos presupuestos con sus socios de investidura. ¿Dónde está a la hora de la verdad su "mayoría progresista"?

Como si no nos diéramos cuenta de que mezclar churras con merinas en un 'decreto ómnibus', en el que las medidas sociales van en la parte visible de delante, mientras los chanchullos de toda índole quedan camuflados en la penumbra posterior, es una trampa que convierte a los beneficiarios de lo uno en escudos humanos de lo otro.

Como si se hubiera borrado de la memoria colectiva aquel día de 2018 en que acusó a Rajoy de plantear el mismo "chantaje en toda regla a 9,5 millones de pensionistas" que él practica ahora: "O me apruebas los Presupuestos o no hay revalorización de pensiones". "O me apruebas el 'decreto ómnibus' o no hay revalorización de pensiones". O me compras el zoo entero -magnífica viñeta la de Tomás Serrano- o no te vendo este perrito.

Como si no estuviéramos al tanto de que, instalado en el desdén hacia las advertencias de Puigdemont, Sánchez ni siquiera se dignó descolgar el teléfono para ofrecer a Feijóo una negociación sobre la forma y fondo del decreto.

Otra vez volvía a producirse una Emergencia Nacional, afortunadamente de índole parlamentaria, y otra vez Sánchez se negaba a asumirla como tal para hacer oposición al PP, a costa de los perjudicados.

Lo de gobernar "con o sin" el Parlamento que apuntó Sánchez no deja de ser una 'boutade' cuyo recorrido se agota en pocos meses

Por eso, en vez de aprobar nuevos decretos de inmediato, parcelados en torno a lo imprescindible que todos aceptan, ha preferido prolongar la incertidumbre y azuzar contra Feijóo a su jauría mediática y a sus satisfechos sindicatos.

Si mañana no decae el órdago de su trágala y el martes el Consejo de Ministros no separa el trigo de la paja, quedará patente que su única obsesión es transferir la culpa a quien no la tiene.

La manipulación es tan flagrante que sirve de baremo para calibrar hasta dónde está dispuesto a llegar cada uno en su impostura. Verbigracia, la alerta informativa que el medio que más dinero recibe de lejos del Gobierno lanzó este viernes al mediodía: "El PP recogerá firmas para reclamar a Sánchez que revalorice las pensiones tras tumbar el decreto que lo hacía".

Diantre, colegas, el "decreto" hacía eso y otras muchas cosas. ¿Qué pensaríais si, por ejemplo, como medida número ochenta y uno, excluyera de las ayudas a la "digitalización" a quien declare tener ya un determinado número de suscriptores digitales? ¿O de las concesiones de nuevos canales de televisión a quien ya haya recibido y vendido dos?

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La situación es, como digo, muy definitoria y resulta significativo que haya alfiles de la Moncloa que pierdan la flema y arremetan con insultos y descalificaciones escatológicas contra los compañeros de tertulia que les llevan la contraria. Es obvio que están viéndole las orejas al lobo que puede acabar con sus canonjías.

Saben que sin legislación no hay legislatura; que si Puigdemont no baja el listón tan bruscamente como lo ha subido, Sánchez no podrá saltarlo y que lo de gobernar "con o sin" el Parlamento no deja de ser una boutade cuyo recorrido se agota en pocos meses.

No estamos en los tiempos en que Bravo Murillo podía cerrar las Cortes y explicar a uno de sus miembros que lo había hecho "para que ustedes los diputados descansen y nos dejen administrar en paz".

Sánchez ya no puede llegar a Bruselas, Waterloo, Ginebra o Zúrich con la palabrería hueca de quien promete hacer sus mejores esfuerzos y no materializa nada

El aroma a comicios anticipados se ha instalado de repente en mentideros y cenáculos, no ya porque, sin que parezca venir a cuento, se esté licitando la papelería electoral; no ya porque es obvio que a España le interesa salir cuanto antes de la montaña rusa de la inestabilidad espasmódica sin alternativa, sino porque cualquier análisis racional lleva a la conclusión de que a quien más empieza a convenirle ir cuanto antes a las urnas es a Pedro Sánchez.

Hasta lo ocurrido el miércoles, su opción más viable y previsible era, como escribí el domingo pasado, "tomar el camino de Canossa". Es decir, acudir en humilde peregrinación a visitar a Puigdemont, fingiendo arrepentimiento por las promesas incumplidas, como hizo el emperador Enrique IV cuando se postró ante el papa Gregorio VII hace diez siglos en plena "guerra de las investiduras".

Pero el abrupto portazo de Junts y la catarata de insultos de Miriam Nogueras han desnortado su brújula. Sánchez tiene que haber comprendido que el tiempo de las baratijas y espejuelos se ha terminado. Que, por mucho que esté dispuesto a fingir olvidarse de que le han llamado "trilero", "mentiroso", "pirata" y "chantajista", ya no puede llegar a Bruselas, Waterloo, Ginebra o Zúrich con la palabrería hueca de quien promete hacer sus mejores esfuerzos y no materializa nada.

Además, ha quedado patente una contradicción insuperable: es imposible celebrar la normalización de Cataluña bajo el gobierno de Illa y negociar a la vez esa normalización con Puigdemont como asignatura pendiente de "resolver", dentro de un "conflicto histórico" vinculado a la soberanía. Son comillas del Acuerdo de Bruselas.

Cuántos más éxitos obtenga Illa, más radicales e inasumibles serán las exigencias de Puigdemont

Si Illa ya ha conseguido por las buenas que el Sabadell vuelva a Cataluña y eso marca un precedente, ¿qué utilidad tiene que el prófugo le arranque a Sánchez un plan para "promover" el regreso de las empresas que huyeron en la dirección contraria a la suya durante el procés?

El axioma insoslayable es que cuántos más éxitos obtenga Illa, más radicales e inasumibles serán las exigencias de Puigdemont. Al dejarle fuera del Ayuntamiento de Barcelona, de la Diputación y de la Generalitat, Sánchez le ha empujado a subirse al monte y nadie como él para ejercer de montaraz.

Hemos llegado a un punto en el que a Sánchez puede haber dejado de compensarle extender la legislatura mediante el peaje de la transferencia integral de la inmigración, la entrega del cien por cien de la recaudación fiscal o no digamos el referéndum de autodeterminación.

Cualquiera de esas cesiones hundiría sus expectativas electorales en el conjunto de España, mientras que alardear de no haber cedido a ninguna de ellas podría ser un gran argumento propagandístico durante la campaña.

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Cuando se depende de tantos socios variopintos como Sánchez, pretender agotar la legislatura, sin disponer de nuevos Presupuestos ni siquiera en un ejercicio, es misión imposible.

En política se ha visto de todo, pero con las actuales cartas sobre la mesa resulta inimaginable que Junts y Podemos pasen a lo largo de este año de la virtual ruptura de hoy a aprobar las cuentas no ya de 2025, sino de 2026. Y tener que prorrogar por tercera vez las de 2023 dejaría sin crédito a Sánchez hacia dentro y hacia fuera.

Puesto que pretende permanecer en el poder tras las próximas elecciones, el gran desafío de Sánchez va a ser acertar al elegir el calendario para convocarlas. Como en el juego de las Siete y Media, tiene que conseguir no quedarse rezagado respecto a su momentum político óptimo posible ni pasarse de frenada.

Si el 7 de febrero la mesa del Congreso deja otra vez sin tramitar la moción de Junts sobre la cuestión de confianza y Puigdemont no se achanta, creo que Sánchez pondrá las urnas en junio

Básicamente tiene que preguntarse si la economía va a evolucionar a mejor o a peor, si las acusaciones penales que penden sobre sus familiares y dos de sus más estrechos colaboradores van a disiparse o a concretarse y si le va a resultar más fácil o más difícil sacar adelante iniciativas legislativas en este "Do nothing Congress".

Con todas esas variables, hasta hace una semana yo hubiera dicho que iríamos a las urnas en 2026. Pero la profundidad de la crisis con Puigdemont le ha complicado gravemente el escenario y la toma de posesión de Trump, con Abascal invitado en la Casa Blanca, le ha proporcionado un fuerte incentivo para vertebrar una campaña fulgurante basada de nuevo en la hipotética dependencia de Feijóo de la extrema derecha.

Es cierto que necesita que Óscar López reparta antes sus 130 millones para "digitalizar" -eufemismo de engrasar- a los medios adictos ya digitalizados y que a Prisa le dé tiempo de poner en marcha el canal de televisión que va a concederle dentro de unas semanas. Pero en tres o cuatro meses lo uno y lo otro estaría resuelto.

Por eso, si el 7 de febrero la mesa del Congreso deja otra vez sin tramitar la moción de Junts sobre la cuestión de confianza y Puigdemont no se achanta y vuelve a venderse barato a cambio de que el TC acelere su amnistía, creo que Sánchez pondrá las urnas en junio.

¿Qué son para él los cuatro puntos de ventaja que, según el promedio de sondeos, le saca en estos momentos Feijóo? Quién sabe si esta vez hasta gana las elecciones.