Una de las sensaciones de la rentrée están siendo los piropos que Pablo Iglesias dedica, fuera de cámara y micrófono, a Albert Rivera, después de haberle convertido en el blanco preferido de sus vituperios durante los últimos años. Ya no es ni "fascista", ni "joseantoniano", ni siquiera "don Cuñado". Según el líder de Podemos, su colega de Ciudadanos está haciendo una demostración de coraje personal, al defender la "autonomía" de la política, frente a los "grupos de presión económicos y mediáticos" que le instan a abstenerse en la investidura de Sánchez.

Iglesias sostiene, además, que Rivera está actuando de forma "coherente", al supeditarlo todo a su pretensión de arrebatar al PP el "liderazgo de la derecha". Cree que no lo conseguirá nunca, dadas las discrepancias en cuestiones como la eutanasia o el aborto entre la España conservadora y el programa naranja; y, tal vez por eso, ve doblemente "meritorio" el empeño.

Ilustración: Javier Muñoz

Dejando a un lado el maniqueísmo dialéctico de quien demoniza a esos supuestos "grupos de presión" -entre los que supongo que incluirá a nuestro periódico-, mientras santifica a los "colectivos sociales" que ayudan a las "fuerzas progresistas" a escuchar la "voz del pueblo", tan elocuentes elogios deberían obligar a la cúpula de Ciudadanos a hacérselo mirar.

Porque Iglesias siempre cataloga las conductas ajenas en función de la incidencia que tengan sobre sus propios intereses. Y lo cierto es que, desde las elecciones de abril o incluso desde la negativa de Rivera a secundar la moción de censura contra Rajoy, sólo tiene motivos de gratitud hacia su otrora némesis en la batalla por protagonizar la "nueva política".

Baste pensar que todo el gorigori de estos días gira sobre la incógnita de si habrá acuerdo entre quienes suman una insuficiente minoría de 165 escaños, al haber quedado descartado que pueda haberlo entre quienes suman una holgada mayoría de 180. Iglesias ha adquirido, de hecho, esa relevancia en la ecuación de la gobernabilidad y la estabilidad institucional no por mor del resultado de las urnas, sino a raíz de la renuncia de Rivera a participar en ella. O sea, en función del principio de Arquímedes aplicado a la política.

Si Sánchez hubiera sido investido mediante la abstención de Ciudadanos, en estos momentos Nadia Calviño y María Jesús Montero estarían negociando los presupuestos con Toni Roldán y Paco de la Torre que, por supuesto, no habrían abandonado sus escaños. El serio deterioro de la economía europea justificaría el aterrizaje del PSOE en el principio de realidad, renunciando a subir los impuestos, disparar el gasto público y derogar la reforma laboral. Siempre quedaría, además, la opción de apuntalar al ejecutivo, mediante un pacto de legislatura o incluso un gobierno de coalición con Rivera como vicepresidente o ministro de Exteriores y Arrimadas y Garicano en carteras clave.

Iglesias ha adquirido esa relevancia en la ecuación de la gobernabilidad y la estabilidad institucional no por mor del resultado de las urnas, sino a raíz de la renuncia de Rivera a participar en ella

En ese escenario, Iglesias estaría mordiéndose las uñas, condenado a la marginalidad, sin otra esperanza que la de clamar cuatro años en el desierto. Probablemente tiraría pronto la toalla, antes que seguir soportando las simultáneas dentelladas de la corriente ultra de Teresa Rodríguez y Kichi y la escisión citra de Errejón y Carmena, y volvería a la universidad y el periodismo para tranquilidad de nuestros buenos burgueses. Incluida la mayor parte de los votantes de Ciudadanos.

En cambio, ahora 'El Coletas' tiene el mango de la sartén, toda vez que Rivera le ha elevado a la categoría estructural de "socio" de Sánchez y de ahí no le va a bajar nadie, hasta el lejano día en que las urnas den la vuelta a la tortilla y otorguen mayoría a esa suma de las tres derechas, en la que vergonzantemente se ha encerrado Ciudadanos. Entre tanto, a falta de plan alternativo, todo se reducirá al tira y afloja sobre cuándo y cómo se consumará esa inexorable atracción fatal.

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Todas las variantes le van de cine a Iglesias. Sánchez y él se están mirando a los ojos y España entera vive pendiente de si alguno de los dos parpadea. Si Sánchez cede en el último momento y vuelve a ofrecerle la vicepresidencia y los tres ministerios, el líder de Podemos -a la vez dentro y fuera del Gobierno- será el rey del mambo. Si, como es previsible, eso no sucede, podrá elegir entre asar a Sánchez en el fuego lento del acuerdo programático o en la parrilla exprés del apoyo gratuito. Y, si prefiere recoger el guante de su órdago, pues a las urnas: cuanto mejor le vaya al PSOE, más posibilidades habrá de que juntos tengan mayoría absoluta y Sánchez se quede sin excusa para vetar su presencia en el Consejo de Ministros. Porque, claro, su renuncia también caduca.

En cualquiera de estos supuestos, Iglesias debería ofrecer una comida de homenaje a Rivera, con asistencia de la plana mayor de ambos partidos. A la hora de los brindis, dejaría claro que sin la "coherencia" y "autonomía" frente a los empresarios o los periodistas de quien reivindica el centro político, la extrema izquierda nunca habría sido tan determinante en España.

Así como de los conservadores o los socialistas nunca he esperado demasiado, me produce zozobra disentir tan radicalmente del líder de los liberales. Por eso he escuchado con atención, no una sino dos veces, la entrevista de Onda Cero con la que Rivera volvió al ruedo tras su largo e impermeable paréntesis vacacional. Y parafraseando al mejor Rajoy, en una de sus visitas a Zapatero, si la primera audición me dejó "preocupado", la segunda me dejó "muy preocupado". ¿Por qué? . Por la inanidad argumental con que Rivera justifica una abdicación que lleva camino de tener gravísimas consecuencias para España.

Cuando en los foros universitarios o académicos se busquen ejemplos de la "lengua de madera" con la que los políticos tratan de eludir el fondo de una polémica o, simplemente, entran en el bucle de la incongruencia, siempre podrán recurrir a esta grabación. Especialmente en los pasajes en los que el conductor del programa, Carlos Alsina, y algunos de sus tertulianos, pusieron en evidencia las contradicciones de Rivera.

Prácticamente en el minuto uno, el líder de Ciudadanos anunció que es "una mala noticia que el plan Sánchez siga adelante". Y en el dos añadió que "los españoles nos han colocado para liderar -sic- un proyecto alternativo al plan Sánchez y sus socios". Pero en el minuto tres provocó la perplejidad del oyente al explicar que si no se forma gobierno es porque "Sánchez ni siquiera negocia con sus socios" e incluso porque "se ha matado literalmente con sus socios de Podemos". Qué "socios" tan raros: ¡en vez de "negociar" se "matan"!

Parafraseando al mejor Rajoy, en una de sus visitas a Zapatero, si la primera audición me dejó "preocupado", la segunda me dejó "muy preocupado"

Después de inflar una y otra vez el fantasma, Rivera pasó a definirlo: "El sueño de Sánchez sería volver a las dos Españas, la España de la derecha frente a la de la izquierda para que no haya ni centro, ni liberalismo ni nada que se le parezca... El PSOE se ha borrado del constitucionalismo... El plan Sánchez es pactar con los nacionalistas, con Podemos de muleta y criminalizar a quien discrepe, convertirnos en fascistas a quienes discrepemos de los nacionalistas".

El oyente perplejo ya debía estar pensando en lo extraño que resulta acusar, poco menos que de guerracivilista, a aquel con quien uno rehúsa hasta conversar, excluir del "constitucionalismo" al partido que más votantes constitucionalistas tiene y achacar "pactos" con el nacionalismo y Podemos a quien disolvió las cámaras por no ceder a las pretensiones de los unos y lleva camino de volver a hacerlo por no ceder a las de los otros. Fue entonces cuando, como digo, Alsina comenzó a objetar, con gran aplomo, lo que tantos pensamos y cuando la conversación terminó por adquirir tintes surrealistas.

A la observación de que la mejor manera de abortar "el plan Sánchez" sería facilitarle una investidura sin hipotecas, Rivera replicó circularmente: "El la tiene que sacar con sus socios, no con quienes no somos sus socios". A la observación de que el PSOE coincide con Ciudadanos, y no con Podemos, en el rechazo del derecho de autodeterminación, Rivera replicó ucrónicamente: "No puedo comprender que se pacte con Bildu en Navarra, esa es una línea roja que nunca antes se había traspasado". A la observación de que ese supuesto pacto es posterior a su cerrazón a negociar la investidura, Rivera replicó campanudamente: "Es que Navarra no puede ser moneda de cambio".

Fue entonces cuando otro de los presentes le espetó que "la España que suma" y que permite "evitar rendirse a los separatistas y a los populistas" pasa por Ciudadanos, pero él se "exonera" de esa responsabilidad por mor de su "antisanchismo". Irritado por tanta lógica, Rivera directamente desbarró en el toma y daca. "No voy a sumar con un partido que legitime a los separatistas...". "Precisamente para evitarlo...". "O sea, que pacto con Torra para moderar a Torra...". Sánchez ya no era el aspirante a pactar con Torra, sino directamente Torra.

A la observación de que la mejor manera de abortar 'el plan Sánchez' sería facilitarle una investidura sin hipotecas, Rivera replicó circularmente: "El la tiene que sacar con sus socios"

Faltaba el fin de fiesta. Como quiera que Alsina insistió en la oportunidad de "impedir que Sánchez saque adelante el plan Sánchez", Rivera respondió una cosa y la contraria, hasta terminar otorgándole la razón, sin darse cuenta. Estas fueron sus palabras: "Esto de hacer que Sánchez no sea Sánchez es bastante complicado... Ni Sánchez sabe lo que va a hacer porque cambia de táctica cada día... ¿Hay alguien en este país capaz de saber lo que va a pensar o lo que va a hacer Sánchez...? No lo saben ni en su partido". En definitiva que el "plan Sánchez" puede ser uno u otro, el que él denuncia u otro por definir. Menos mal que la entrevista sólo duró 41 minutos.

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Claro que hay riesgo de que Sánchez haga concesiones a los separatistas; claro que hay riesgo de que suba los impuestos; claro que hay riesgo de que derogue la reforma laboral y hunda a las empresas. Sobre todo si quien tiene en sus manos la posibilidad de impedirlo se quita de en medio y elude su obligación histórica de anteponer los intereses de España al cálculo miope de su conveniencia personal a diez años vista. Como diría aquel, "manda huevos" que sea Rufián quien verbalice en la España de hoy el "por mí no quedará" con que Antonio Maura dio a entender que siempre atendería a la apelación a su patriotismo.

Cualquiera diría que Albert Rivera está deseando que sucedan todos los desastres que profetiza para tener tiempo, a su edad, de corregirlos o paliarlos algún día. Por eso, sondeos aparte, le vendría tan mal la repetición electoral. Con el precedente de esta inenarrable entrevista radiofónica, siento curiosidad por ver en qué sustenta la inexorabilidad del "plan Sánchez", si el presidente acude a las urnas precisamente para no tener que aplicarlo.

Pongamos un ejemplo tan gráfico como popular para describir la actual conducta de Rivera. Es como si la famosa "novia a la fuga" de la película, encarnada por Julia Roberts, mirara hacia atrás en pleno galope y, al descubrir a otras cortejando a su abandonado galán en la propia iglesia, alegara, escandalizada, que los hechos le están dando la razón.

Por eso escribí, muy a mi pesar, que el líder de Ciudadanos se está convirtiendo en el más inesperado perro del hortelano de la democracia española y que el príncipe de nuestro cuento de hadas ha sido convertido en rana. Pero, ojo, que en estos procesos de transformación ocurre lo mismo que con algunas palabras tritónicas. Empiezan significando una cosa y, a medida que vas cambiando de sílaba el acento, significan la contraria.

No vaya a ser que el "júbilo" que muchos hemos sentido por el auge de Rivera termine quedando anegado en una fijación personal -yo a este Sánchez lo "jubilo", como sea-, hasta el extremo de que resulte víctima de su propio bumerán y no nos quede otra que levantar acta de ello: era la gloria de Medina, era la flor de Olmedo pero un 10 de noviembre lo "jubiló" como caballero.