Eduardo Madina, en una de sus últimas apariciones públicas, con motivo del premio Alfredo Pérez Rubalcaba.

Eduardo Madina, en una de sus últimas apariciones públicas, con motivo del premio Alfredo Pérez Rubalcaba. Europa Press

Opinión EL LIBRO DE LA SELVA

La 'vía Madina' es (casi) imposible, pero vale la pena: el PSOE de la alcachofa frente al de la chistorra

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Nuestro hombre ha querido pedir alcachofas porque acaba de empezar la temporada, tienen una pinta buenísima y las escamas de sal gorda le recuerdan que la existencia puede brillar así, como un puñado de perlas blancas un martes cualquiera.

Las alcachofas son enormes y nuestro hombre ha puesto el móvil bocabajo. En este instante, en este minuto exacto, nada puede interponerse entre él y las hortalizas. Ni siquiera el olor a chistorra que sale por la chimenea de Ferraz, a veinte minutos andando de aquí.

Son días de digestión sencilla para nuestro hombre. De éxito profesional en su consultora, de libros intercambiados con su mujer, de películas vistas con su hijo, de planes a medio plazo, de viajes, de descubrimientos musicales.

El móvil, efectivamente, está bocabajo y los mensajes que le llegan, los de la súplica para su regreso, se estrellan uno tras otro contra el mantel.

Las alcachofas pueden generarle algún que otro gas, como recuerdo de unos días que estuvieron ahí. Aquella singladura tuvo un final aciago: la pérdida de las primarias para dirigir el Partido Socialista y, por qué no, la oportunidad de ser presidente del Gobierno.

"Las alcachofas están buenísimas", dice nuestro hombre con el primer bocado. Lo dice de una manera, con una entonación, que no se puede encerrar en un párrafo.

Sí podemos asegurar que así no podría hablar nunca un político en ejercicio. Un político en ejercicio, si dijera algo de este modo, sería en busca de algo, como inicio de una conspiración.

El móvil no deja de vibrar. Le ocurre a nuestro hombre algo inexorable: cuanto más se enfanga el Partido Socialista, cuanto más se disuelve su socialdemocracia, más le suena el móvil. Cuantas más chistorras se fríen en Ferraz, más insisten los socialistas descontentos al amante de las alcachofas.

Algunos de los mensajes que se estrellan contra este mantel blanco a orillas de la Glorieta de Bilbao también llevan la firma de periodistas.

Tiene cierto morbo esta historia, la del regreso del hijo pródigo, la del político derrotado que vuelve para acabar con quien lo sepultó. La misma historia que la de Pedro Sánchez, pero al revés. Ganando los buenos.

Pero nuestro hombre repite: "Las alcachofas están buenísimas".

Algunos lo miran desde la mesa de al lado: "Ese de ahí es Madina". Y Madina, ajeno y escurridizo ante la notoriedad, quiere también un poco de ensaladilla rusa.

Ha pasado casi una década desde que Eduardo Madina, nacido en Bilbao –no en esta glorieta, sino en la capital de Vizcaya– hace 49 años, hijo y nieto de socialistas, licenciado en Historia Contemporánea, especialista en relaciones internacionales, superviviente a una bomba lapa de ETA en los bajos de su coche, técnico en el Parlamento Europeo, diputado durante trece años... dejó la política.

Perdió cuando parecía que iba a ganar. Lo supimos después. Los votos amañados que Santos le pedía a Koldo que metiera en una urna, la oscura biografía de Sánchez en relación a esa prostitución que en público pedía abolir, el ambiente burdeliano que rodeaba aquella candidatura...

Todas esas cosas sabidas hace un telediario ya sobrevolaban el PSOE de entonces. Pero Madina dijo no.

Con esas armas no se juega. Y perdió. ¿Es posible ganar a Sánchez con otras armas que no sean las de Sánchez? Si la respuesta es "no", España tiene un problema.

Madina, nuestro hombre, perdió, asumió su responsabilidad y se fue. Tenía, en ese momento, en el verano de 2017, un único trabajo asegurado: profesor asociado en una universidad. Apenas quinientos euros al mes.

Pero en ocho años su vida se ha catapultado en términos de felicidad, subido en un cohete que le ha alejado de una política que iba a volverse pringosa, desagradable, indigerible como cinco bocatas de chistorra seguidos.

Todo este contexto, el contexto vital, no sólo es necesario para responder a la pregunta "¿volverá Madina?". Es un contexto absolutamente imprescindible.

Nuestro hombre empezó a pasar mucho más tiempo con su mujer y su hijo, que ahora tiene 16 años. Acabó fichando por Kreab como consultor de asuntos públicos. Todavía le rozaba la política colateralmente.

En 2021, rompió. Creó Harmon, otra consultora, con unos profesionales cercanos. En cuatro años, son más de doscientos empleados –sede en Madrid, Barcelona, Lisboa y Bruselas– y uno de los gigantes del sector.

¿Qué hacen? Es un híbrido difícil de definir: campañas de incidencia pública, asesoramiento en asuntos corporativos, comunicación financiera y reputación de marcas.

Hay gente de Bilbao, Asturias y Pamplona, pero le han llamado Harmon porque ese sector es así.

Poco después, Madina se incorporó también –lo compagina– a EY, la multinacional, como senior advisor. Traducido: posicionamiento público.

¿Volverá?

Entonces, llega el momento. Dile tú a este hombre que se está comiendo unas alcachofas sensacionales, que disfruta de una familia feliz, que tiene tiempo para leer y ver películas, que cuida de sus amigos y se deja cuidar... ¡Dile tú que intente liderar el Partido Socialista!

Ahora que todo cuadra, que todo tiene un sentido, que atraviesa los mejores años de su vida junto a los de la universidad, ¡dile tú que se enfangue en una guerra con un tipo que sería capaz de destruirlo civilmente!

A él, que con el personaje que tenía enfrente en aquellas primarias decidió callar por lealtad al partido y estuvo preocupado por si Sánchez y los suyos buceaban en su pasado y le encontraban, vete a saber, una foto tomándose un cubata o probando un porro.

¡Dile tú que intente liderar el Partido Socialista para, en el mejor de los casos, convertirse en el violinista del Titanic y ser el encargado de hacer el naufragio lo menos estruendoso posible!

Entonces, cabe preguntarse: ¿es imposible que Eduardo Madina vuelva a la política? Hombre, imposible, imposible...

No es esa la palabra que utiliza nuestro hombre porque una socialdemocracia centrada reduce las respuestas taxativas a algunos casos muy concretos: el "no" a los extremos, el "no" a la vulneración de los derechos humanos, el "no" al expolio de los más débiles...

Porque fallaría quien pensara, leyendo este retrato, que a Madina sólo le importan las alcachofas, los libros, las películas, su familia y su consultora. No. No es eso. Es imposible que nuestro hombre, al que le falta media pierna por haber defendido su compromiso político, caiga en ese aislamiento.

Lo que más teme nuestro hombre, probablemente, es que la realidad le haga un Feijóo; es decir: el partido se descalabra de tal modo que todos los dirigentes, barones y baronas, le piden a Madina que encabece el proyecto por aclamación, sin primarias, arrimándole a un precipicio... "O eres tú o no hay nadie".

Sólo así, y sólo quizá, Madina diría que sí.

Esto no quita para que Madina, desde una posición subalterna, pueda ayudar al que presente un proyecto regeneracionista, socialdemócrata y moderno con el que derrotar a Sánchez. O que en un futuro pueda colaborar con alguien que, teniendo responsabilidades de gestión, le ofrezca un cargo –y no por lo que el cargo significa, sino por la oportunidad de transformar–.

Es posible que Madina ganara unas primarias a Sánchez si pudieran votar todos aquellos simpatizantes de la izquierda. Es imposible que Madina gane a Sánchez en unas primarias ceñidas a los afiliados. Porque no queda nada del PSOE en el partido de Sánchez. Ha sido arrasado desde la primera hasta la última sede.

Además, muchos damos por hecho que Sánchez, tan amante del poder, se marchará cuando caiga. Y eso probablemente sea no comprender al personaje.

Sánchez se quedará en la oposición –Madina es uno de los convencidos– si Feijóo necesita a Vox, como parece. Si puede elevar hasta el cielo el muro contra el fascismo.

Basta con estudiar su biografía: Sánchez se presentó por primera vez cuando nadie lo esperaba, Sánchez ganó cuando nadie lo esperaba, Sánchez regresó –tras su asesinato en el comité federal– cuando nadie lo esperaba, Sánchez gobernó cuando nadie lo esperaba.

El proyecto de Madina

Allá donde va Madina –casi siempre cuando no le queda más remedio–, si tiene que hablar de política, presenta las líneas maestras del país que tiene en la cabeza. Es la pescadilla que se muerde la cola porque eso provoca la ilusión de los huérfanos y la llegada de mil y un mensajes que vuelven a estrellarse contra el mantel.

El ejemplo más notorio llegó el pasado junio, en la entrega del premio Alfredo Pérez Rubalcaba. Lo eligieron como telonero. Era un día como los de ahora, con la trama a borbotones y lo perseguimos para preguntarle si volvía.

Tanto se lo preguntamos que, por aquel caminito de la Residencia de Estudiantes, casi derribamos con nuestras cámaras a Madina y a Felipe González, que lo escoltaba.

Por cierto, no sería buena escolta esa para un regreso porque el votante quiere lo nuevo y porque aquella generación acompasa los grandes aciertos con grandes fracasos como la corrupción y el terrorismo de Estado.

El caso es que Madina se subió al escenario y, llevándonos de la mano a un tiempo ignoto, el de los oradores cautivadores y los socialdemócratas verdaderos, desplegó el país que él soñó... y con el que todavía sueña.

Advirtió primero del daño que pueden hacer las ideas, también las propias, cuando se llevan al extremo. Se ancló en la civilización europea, lo que lo situó frente a cualquier nacionalismo, bien sea el de Trump, el de Netanyahu, el de Puigdemont o el de Vox.

"Somos socialistas, pero somos demócratas antes que socialistas", arengó. Y luego hilvanó frases demoledoras colocadas en el espejo del presente: "Para la gente que no tiene nada, no hay nada más importante que la institucionalidad, el marco constitucional, el Estado de Derecho, el principio de ejemplaridad en el ejercicio del poder y la dignidad en la representación del cargo".

Por nuestra cabeza, desfilaban al mismo tiempo la ley de amnistía, las chistorras, las putas, el muro, la pleitesía al prófugo y la desmemoria regalada a Bildu.

Madina se limitó a mencionar "los momentos estelares del socialismo y otros no tanto". Ahí, en esa frase, cabía lo que es incapaz de comprender Sánchez: que las ideas no son moralmente superiores unas a otras, sino que las ideas –mientras respeten la libertad y los derechos humanos– dependen de quién las aplica y cómo las aplica.

"No es la política para el poder, sino el poder para la política".

Cuando ETA mataba –contó Madina–, cuando ETA intentó matarle –añadimos nosotros–, él encontró en el PSOE los valores necesarios para seguir luchando por la democracia y contenerse ante cualquier tentación de venganza.

A Madina, lo que le preocupa, suponemos que mucho más ahora que Sánchez lidera el proceso del olvido, no es cómo contar a su hijo lo que pasó, sino cómo contará su hijo lo que pasó a quienes le pregunten.

Se despidió con una cita de Chaves Nogales, el periodista republicano y de izquierdas que supo advertir, en plena guerra, que también la izquierda había caído en la tentación totalitaria.

Nos despertó del sueño, aquella tarde, la llamada del periódico que exigía la crónica. Salimos de allí, abrimos los ojos, nos fuimos a escribir y vimos que no había nada de eso en Ferraz.

Quizá no sea imposible que Madina vuelva un día, pero nos costaría más de un millón de alcachofas. ¿Hacemos una colecta?