Iñaki Urdangarin, a la entrada del centro social al que acudió este jueves por primera vez como voluntario.

Iñaki Urdangarin, a la entrada del centro social al que acudió este jueves por primera vez como voluntario.

PICALAGARTOS

Urdanga: "Bonjour tristesse"

22 septiembre, 2019 02:12

No tengo términos comparativos para comprobar empíricamente la delgadez de Urdangarin, pues que mi imagen suya (sic) es la del rubio de los Juegos, el ídolo del barcelonismo con la mano grande -y larga-. Y luego los zapatos náuticos en Palma, y después sus zancadas en la cuesta de los juzgados, la misma por las que Emilio Arnao pasea su brillantez y sus metáforas. Cafelito en Es suprem...

Yo sí sé una cosa, y es que vi en Urdangarin a un hombre hundidito, canoso, con holguras en una camisa y la mirada a contramarcha, hacia el vacío: con ese mundo interior que sólo afecta a los que lo perdieron todo -en términos relativos, claro-. Se sabe que en Brieva hay nueve meses de invierno y tres de infierno, o quizá fue así antes de que nos jodieran el clima. Qué lejos quedan los tiempos de vino y rosas con Alberto Urdiales, y la ASOBAL y la finta clásica...

En el centro Don Orione de Pozuelo, donde Urdangarin reverdece aquel concepto de redención por penas, hay como una gallofa molona de curas africanos que no saben/no conocen quién es el cuñado del Rey ni se saben la alineación de aquella selección olímpica de balomnano. Allí hay rezos mañaneros, curas obreros sin clergyman, ladrillo visto y ningún bar.

Los escoltas de Urdangarin andan preocupados por lo lejos que quedan los bares, y saben que el más cercano es la cafetería de la Quirón, donde a su suegro le pusieron las "tuberías nuevas". Más lejos queda La Manzana, en plena Casa de Campo, donde los ciclistas descansamos de la última cuesta.

Ocurre hoy que la estampa de Urdangarin me conmueve como un martirio pictórico, pues yo soy niño que creyó en princesas y en familias felices. Y pasan los días y no se me va del magín ese rictus de Urdanga con los párpados caídos como unos balcones viejos de la vieja Habana. No existe la Justicia poética cuando el ex duque tiene las horas contadas de sol y Jordi Pujol brinda por la Constitución y nos dice que quiere ser enterrado con la senyera.

Mi historia con la Casa Real y afluentes es cambiante, periodística, manola y cachonda: como el propio pueblo cortesano. A mí me doblaron un tobillo en una manifestación contra el Emérito, cuando el periodismo social consistía en ir a desahucios como el que va a los toros. Después vendrían las llamadas a Fermín Urbiola, las crónicas coloridas de la coronación y una foto de Soto Ivars con Felipe VI en Malasaña. Mientras, Marcos Ondarra me va haciendo un relato para la España canallita que consiste en convertir a Álvaro de Marichalar en un héroe español en moto acuática.

Quiero decir que, de una manera u otra, yo y todo hijo de vecino ha crecido viendo acuerdos y desacordes de lo que rodea a Zarzuela. Por eso he querido hoy detenerme en la mirada glauca de Urdangarin en el centro Don Orione, allí donde su director, Paco Sánchez, buen creyente según palpé, va creyendo en la reinserción de los mangutas, en la resurrección de la carne y en la vida eterna.

La foto de hoy no tiene ningún afán pedagógico o moralista. De eso trata la vida, que va en serio...

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