Cuando la Philippe Chatrier puesta en pie te dedica la mejor ovación que se recuerda y presa de la emoción rompes a llorar como un primerizo tras ganar tu decimoprimer Roland Garros, algo que no ha hecho ni hará nadie, y tu decimoséptimo Grand Slam, algo que sólo ha hecho un tal Roger Federer, es que estás hecho de una pasta que no parece ser de este mundo. De esa pasta que calzan los elegidos, los que no se rinden jamás, los que se  levantan, los inquebrantables, los que siempre vuelven, los que ya sólo juegan contra sí mismos.

Rafael Nadal, el mejor deportista español de la historia, parece no tener fin. Cada día –y parece imposible que así sea– agranda un poco más su leyenda incuestionable. Y lo hace con la fuerza y con la ambición del que empieza su camino, con la rabia del hambriento, con el nervio que ya nos dejó entrever en 2005 cuando derrotó en París a Mariano Puerta y dibujó la primera línea de una historia interminable, de un deportista irrepetible. 

León de EL ESPAÑOL

Cuando el pasado 19 de octubre nuestro periódico le entregó el premio León de EL ESPAÑOL 2017 en el Teatro Real de Madrid, lo hizo para premiar una carrera deportiva solo al alcance de los privilegiados –había ganado su décimo Roland Garros y había vuelto al número 1 de ranking mundial– y para reconocer su permanente disposición a sobreponerse a la adversidad de las lesiones o cualquier otra circunstancia negativa. 

O lo que es igual: la enorme fuerza de voluntad de Rafael Nadal para levantarse cuando todos le daban por caído, para subir cuando ya todos sospechaban que estaba de bajada, para estar de vuelta cuando creían que se iba, para decir hola cuando le querían señalar la puerta del adiós.

Empezó enero del 2017 a punto de salir del Top 10 de la ATP y todo el mundo –todos menos él y los suyos, claro- hubiera visto normal que bajara los brazos tras haber ganado 14 grandes y sufrido un sinfín de lesiones que parecían apartarle definitivamente de la senda de las grandes victorias. No estaba obligado a hacer más. Su trayectoria ya era modélica y su currículum, imbatible, el segundo mejor de la historia. 

Él siempre vuelve

Pero se puso de pie, se obligó a ir más allá, a pensar en el siguiente partido y en el siguiente y en el siguiente… Hasta sumar otros tres grandes –París, Nueva York y París nuevamente este domingo–, alcanzar los 17 y volver a ser el ‘número 1’ del mundo. Y en el horizonte, los 20 de Roger Federer.

La historia es de Rafael Nadal. Ningún éxito futuro lo hará mejor de lo que ya es. Nos ha enseñado a saber ganar y especialmente a saber perder. De las derrotas, dicen los que están a su vera, sale esa fuerza incontrolable pero necesaria para volver a intentarlo.

Porque él siempre vuelve, siempre lo intentará de nuevo. La victoria incuestionable ante Dominic Thiem así lo demuestra.