La victoria por la mínima de Mauricio Macri sobre el oficialista Daniel Scioli pone fin a 12 años de kirchnerismo y coloca a Argentina en la tesitura de emprender por fin un giro de 180 grados en su política económica, exterior y en materia de seguridad ciudadana. Toda una era marcada por la corrupción y el clientelismo, por la confrontación social, por el progresivo aislamiento y por auténticos episodios de involución democrática y jurídica puede empezar a quedar atrás. Está por ver, sin embargo, si el relevo político en Argentina anticipa un cambio de tornas que corrija la ola de populismos pseudorrevolucionarios que barrió parte de Latinoamérica a principios de siglo. Lo que está claro es que el caso argentino puede servir de faro a los países de su entorno.

El presidente electo, alcalde de Buenos Aires, se declara de centro derecha y liberal, lo que supone un cambio de paradigma: es la primera vez en décadas que llega al Gobierno un candidato que no es peronista ni radical-centrista (de izquierda moderada).

El líder opositor partía como favorito y ha acabado beneficiándose del hartazgo que entre los indecisos, e incluso dentro del peronismo, ha producido la campaña de descalificaciones a la que se abrazó Scioli, que se ha visto lastrado por la ascendencia que sobre él ejerce Cristina Fernández Kirchner. La presidenta aún goza de gran popularidad, pero los argentinos han decidido darle de verdad una oportunidad al cambio.

Sin mayoría

Son muchos los desafíos que asume el presidente electo, que tendrá que hacer encaje de bolillos para sacar adelante las reformas que necesita el país porque no tiene mayoría ni en el Congreso ni en el Senado. En lo económico, su principal reto es lograr la estabilidad financiera y alejar el fantasma del corralito, para lo que necesita acabar con la inflación galopante, contener el gasto, eliminar las restricciones cambiarias y también garantizar las reservas del Banco Central y el pago de la deuda externa. En este punto, Macri ya ha lanzado un mensaje de credibilidad al anunciar una auditoría. Si quiere que Argentina vuelva a ser próspera, Macri tendrá que abandonar el intervencionismo y la política de subsidios arbitrarios que caracterizó a sus predecesores.

En lo que refiere a la política exterior, Macri primará su reconciliación con la UE, Washington y las repúblicas liberales vecinas, como Uruguay, Chile, Perú y Colombia, en detrimento del eje populista y bolivariano que representan Venezuela, Bolivia y Ecuador. Para la consecución de estos objetivos es fundamental la próxima cumbre de Mercosur, que el nuevo presidente aprovechará para hacer guiños a la comunidad internacional, reactivando el tratado de libre comercio con Europa y promoviendo la suspensión del régimen de Nicolás Maduro.

Seguridad ciudadana

A nivel interno, los desafíos son garantizar la gobernabilidad y la seguridad ciudadana. En ambos casos, es fundamental que Macri haga lo posible por evitar que la polarización política que han descrito las urnas no degenere en confrontación social. Tan importantes parecen las decisiones que adopte el Gobierno como el modo en que se desarrolle la lucha por el liderazgo dentro del kirchnerismo. Mención aparte merece la guerra contra el narcotráfico, cuyas redes han penetrado en Argentina de tal modo que, de continuar así, no es descabellado temer que este país acabe convirtiéndose en un narcoestado.

El relevo en la Casa Rosada supone una oportunidad histórica de cambio real en un país que ha llegado al borde del precipicio, con una deuda externa y una situación financiera insostenibles, cada vez más aislado y en el que las libertades democráticas se han deteriorado. Los retos son complicados, pero de cómo evolucione el proceso de normalización política y económica iniciado este domingo en Argentina dependerá en gran medida el futuro de Latinoamérica.