Keir Starmer y Donald Trump

Keir Starmer y Donald Trump

Oriente Próximo

Starmer anuncia que reconocerá Palestina "en unos días" ante un Trump que insiste en la liberación de los rehenes

El presidente estadounidense calificó de “error” la decisión británica por la que Reino Unido se convertirá en el duodécimo país de la Unión Europea en reconocer un Estado palestino que, irónicamente, aún no existe.

Más información: Trump discrepa de Starmer en reconocer el Estado de Palestina invocando el 7-O: "Uno de los peores días de la historia"

Publicada

El primer ministro británico, Keir Starmer, anunció este jueves que su país reconocerá "en unos días" el Estado palestino. La noticia no es ninguna sorpresa, pues Starmer ya había dejado caer durante el verano que dicho reconocimiento podía llegar en cualquier momento si seguía la masacre israelí en la Franja de Gaza.

Aunque no quiso especificar el día en concreto en el que este reconocimiento tendría lugar, Starmer sí dejó claro que se haría después de que Donald Trump terminara su visita oficial a las islas, por una cuestión de diplomacia.

Hay que recordar que el próximo lunes 22 de septiembre, Emmanuel Macron tiene pensado reconocer también el Estado palestino en la Asamblea General de las Naciones Unidas.

Tras la decisión tomada recientemente por España e Irlanda, serán doce los países de la Unión Europea que apoyan ya dicho Estado.

Lo que hace especial y significativa la postura de Reino Unido y Francia es que serán los dos primeros países del G7 y los dos primeros miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la OTAN en hacerlo. En total, son 149 los países que reconocen al Estado palestino a lo largo y ancho del planeta.

Dicho esto, hay que señalar que el anuncio tiene muy pocas repercusiones prácticas. El golpe diplomático para Israel, desde luego, es inmenso, y es de esperar nuevas acusaciones de antisemitismo por parte de su Gobierno, pero el gran problema de todos estos reconocimientos es que no existe un Estado palestino como tal.

En otras palabras, se está dando apoyo legal a algo antes de que ese algo suceda. En principio, es la Autoridad Palestina, presidida por Mahmud Abás y dependiente del partido Fatah, que vertebra la organización de los territorios árabes de Gaza y Cisjordania, pero, en la práctica, la situación es muy diferente.

De entrada, como ya sabemos, Fatah no existe en la Franja de Gaza desde hace casi veinte años, cuando fue expulsado por las armas por el grupo terrorista Hamás. Aparte, en Cisjordania, su implantación es muy frágil, siempre amenazada por los grupos paramilitares de colonos ultraortodoxos y con poca capacidad de defensa.

En otras palabras, incluso si nos pusiéramos de acuerdo en las fronteras de dicho Estado —en principio, las anteriores a la Guerra de los Seis Días de 1967—, no se atisban las estructuras necesarias para poner en pie todo un Estado. La involucración de los demás países árabes sería imprescindible, así como la expulsión total de Hamás.

La única manera de acabar con Fatah sin arrasar Gaza

En ese sentido se pronunció la propia Liga Árabe el pasado 30 de julio, cuando exigió la disolución del grupo terrorista y la entrega de armas como condición para colaborar en la reconstrucción de la Franja. Es, probablemente, la única salida factible al conflicto y sin duda es lo que buscan los países occidentales que han dado el paso adelante.

No es un apoyo a Hamás, como declara una y otra vez el Gobierno de Benjamin Netanyahu, sino todo lo contrario: la única posibilidad de que Hamás desaparezca y los palestinos mantengan su autonomía y su territorio es construir una alternativa lo suficientemente fuerte.

¿Lo puede ser Fatah? Difícilmente. A la avanzadísima edad de su líder (cumplirá los 90 en apenas dos meses), hay que añadir los numerosos escándalos de corrupción que se arrastran desde la época de la OLP.

El movimiento palestino ha estado muy bien financiado por los países árabes y por buena parte de la comunidad internacional, sin conseguir a lo largo de las décadas que ese dinero llegue a los ciudadanos de a pie. La impopularidad de los líderes es enorme y un nuevo Estado requeriría, sin duda, una nueva clase política.

El problema en todo esto, de nuevo, es el Gobierno de Netanyahu, que no solo no está dispuesto a aceptar un Estado palestino —sí lo estarían los laboristas y buena parte de la sociedad israelí—, sino que, de hecho, hizo la vista gorda, según declaró el propio primer ministro, al auge de Hamás para debilitar así a la autoridad de Ramala.

Sin un cambio en Tel Aviv, la viabilidad de un Estado palestino que no posee un ejército propio ni unas instituciones dignas de ese nombre es casi nula. Aparte de los países árabes, tendría que haber una involucración política clara de Estados Unidos.

Y el caso es que ahora mismo Estados Unidos, o, más bien, su presidente, Donald Trump, es una moneda al aire.

La posición del país norteamericano desde la firma de los Acuerdos de Oslo a principios de los noventa ha sido favorable a una solución de dos Estados, pero tampoco se ha atrevido nunca a desafiar por completo a su socio israelí. Lo intentaron Joe Biden y Kamala Harris, pero se les acusó de extremistas por los mismos que ahora ocupan la Casa Blanca.

En la línea de los Acuerdos de Abraham

¿Podría cambiar de opinión Trump? Por supuesto. Pero no será fácil. De entrada, en la rueda de prensa junto a Starmer, calificó de "error" la decisión británica.

Aparte, como en casi todo, su posición respecto al conflicto es errática: por un lado, mantiene su fidelidad a Netanyahu por mucho que este se empeñe en retarle continuamente, saboteando sus planes de paz y atacando incluso a su máximo aliado en Oriente Próximo, Catar.

Por otro lado, sus relaciones con el mundo árabe son excelentes. Trump consiguió que los Emiratos Árabes Unidos y Baréin reconocieran el Estado israelí en los llamados Acuerdos de Abraham, de 2020.

Trump negoció incluso con Arabia Saudí para un acercamiento diplomático con el Estado hebreo y la cosa quedó prácticamente a falta de la firma. Una firma que la Administración Biden ya daba por hecha cuando Irán autorizó que Hamás perpetrara la terrible masacre del 7 de octubre de 2023. No fue casualidad.

Aparte, tenemos la confusa cuestión inmobiliaria. Trump inició su segundo mandato con la rocambolesca idea de echar a los palestinos de Gaza y reconstruir la Franja para convertirla en un resort turístico.

Netanyahu, inmediatamente, respaldó la propuesta, probablemente sabedor de que era imposible de llevar a cabo. Tal vez en ese sentido haya que entender las declaraciones del pasado miércoles de Bezalel Smotrich, ministro israelí de Economía y uno de los líderes de Sionismo Religioso, la coalición ultraderechista que sostiene al Gobierno del Likud.

La masacre como negocio

Smotrich afirmó que estaba en negociaciones con Estados Unidos para repartirse la reconstrucción y explotación de la nueva Franja de Gaza, se entiende que después de la anexión de la misma por parte de Israel.

Ahora bien, ni está claro que Israel quiera anexionarse y gestionar un territorio que solo le va a costar dinero e inestabilidad… ni, desde luego, está claro que Trump vaya a participar en algo así. ¿Por qué? Porque disgustaría enormemente a sus socios árabes.

De entrada, los propios Emiratos Árabes Unidos que firmaron los Acuerdos de Abraham, ya han declarado que dichos acuerdos podrían quedar sin validez si Israel se anexiona Gaza. En otras palabras, que el gran hito internacional de Trump podría quedar en nada.

No es poca cosa para un hombre obsesionado con ganar el Premio Nobel de la Paz. De momento, el presidente estadounidense insistió en la necesidad de un alto el fuego, pero lo vinculó a la entrega de los rehenes que aún quedan con vida en manos de Hamás y la Yihad Islámica.

Casi dos años después de la incalificable atrocidad cometida por Hamás, las FDI apenas han conseguido rescatar con vida a una docena de secuestrados. El resto ha ido saliendo tras distintos acuerdos diplomáticos. Una diplomacia que, ahora mismo, está completamente fuera de escena tras el ataque a la comisión negociadora de Hamás en Doha y la enésima ocupación de la ciudad de Gaza.

Con Netanyahu empeñado en convertir a Israel en una "Esparta" moderna, pocos motivos hay para el optimismo negociador.