Palestinos acuden a las colas del hambre para recoger comida. Reuters
La ONU compara la hambruna de Gaza con Etiopía mientras los ministros de Netanyahu ya se reparten el territorio
El primer ministro británico, Keir Starmer, se sumó al presidente francés Emmanuel Macron en su decisión de reconocer el estado palestino en septiembre si no hay antes una tregua. Son medidas desesperadas para intentar evitar más muertes en Gaza.
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El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, expresó este martes su voluntad de volver a cerrar la Franja de Gaza en caso de que no se llegue a un acuerdo inmediato de alto el fuego. Dicho cierre, siempre vinculado al avance o no de las negociaciones en Doha, supondría el agravamiento de la situación actual de hambruna, pues impediría el paso de la escasa ayuda humanitaria por carretera y dejaría todo al albur de los envíos aéreos que distintos países están organizando por su cuenta.
Es de entender que la medida pretende presionar a los equipos negociadores de Hamás y lograr unas mejores condiciones para Israel, pero lo cierto es que ya son muchos los conatos de acuerdo que ambas partes han ido rompiendo en estos casi dos años y nada hace pensar que la situación vaya a cambiar. Cada vez que parece que todo está ya apalabrado y el alto el fuego es inminente, alguien en Tel Aviv o en algún túnel secreto de Jan Yunis decide lo contrario y cambia algún aspecto ya negociado consciente de que eso impedirá la paz.
Vincular el respeto a los derechos humanos a lo que pueda decidir un grupo terrorista que jamás se ha preocupado por el pueblo al que dice defender es una barbaridad cuyas consecuencias vemos en el día a día. Fuentes del Gobierno israelí tampoco descartaron una anexión total o parcial de la Franja, algo que se lleva barajando desde el principio de la guerra y que se convirtió en objetivo principal tras la ruptura del segundo alto el fuego en marzo.
De hecho, la recuperación íntegra de los territorios de Gaza y Cisjordania ha sido siempre una de las exigencias de los líderes de la coalición Sionismo Religioso, Bezalel Smotrich e Itamar Ben Gvir, ambos ministros del Gobierno de Netanyahu. Los dos están tras las milicias de colonos que imponen su ley en Cisjordania y sueñan ya con asentamientos similares, incluso más grandes, en Gaza. Sus declaraciones públicas fomentando el odio y animando a la expulsión de los palestinos les ha valido la retirada del permiso de entrada al país por parte del Gobierno de los Países Bajos.
Starmer se une a Macron
Y es que las imágenes de niños desnutridos y las crónicas de la hambruna que llegan de la Franja parecen haber supuesto un antes y un después en la reacción diplomática occidental respecto a la guerra. El primer ministro británico, Keir Starmer, anunció este martes la voluntad de su Gobierno de reconocer el estado palestino el próximo mes de septiembre, a la vez que lo hará Francia, si Israel no llega antes a un alto el fuego con Hamás.
Aun con todos los peros que se pueden poner a la abstracción que supone reconocer un estado palestino sin líder —la Autoridad Palestina apenas controla Cisjordania y entre el desafecto de sus propios ciudadanos—, sin territorio establecido y sin un camino de futuro viable, la decisión pretende dejar claro a Israel que sus acciones no están pasando desapercibidas y que no vale con culpar a todo el mundo de “ayudar a Hamás” cada vez que se le lleva la contraria a su gobierno.
Si Starmer y Macron cumplen su promesa —y nada hace pensar en ningún acuerdo en el próximo mes y pico—, habrá que ver qué decide el canciller alemán Friedrich Merz. Alemania ha sido desde el principio el gran socio europeo de Israel y rara vez se ha atrevido a criticar sus políticas. Ahora bien, algo parecido sucedía con Italia hasta que Giorgia Meloni puso el grito en el cielo tras el bombardeo de una iglesia católica en plena Franja. Merz, Starmer y Emmanuel Macron, líderes de la llamada “coalición de los dispuestos” en favor de Ucrania, han cogido las riendas de la política exterior europea y no es descartable que asuman también aquí una postura común.
MAGA ya habla de “genocidio”
No es Europa el único foco diplomático que preocupa a Israel. El pasado lunes, por primera vez desde que empezara el conflicto, una congresista republicana calificó de “genocidio” lo que está sucediendo en Gaza. No fue una congresista cualquiera, sino la carismática Marjorie Taylor Greene, miembro destacado del movimiento MAGA y enemiga acérrima de la vieja guardia republicana. El mensaje de Taylor Greene en sus redes sociales llegó casi al mismo tiempo que las afirmaciones de Trump de que “una hambruna no se puede fingir”, contradiciendo al propio Netanyahu.
Si MAGA toma partido en contra de Israel y teniendo en cuenta los problemas por los que atraviesa Trump con motivo de los “papeles de Epstein”, no hay que descartar que el presidente tome medidas más severas respecto al estado hebreo para satisfacer a esa parte de su electorado. Otra cosa es que a Netanyahu le importe eso demasiado, cosa que no demostró bajo la primera presidencia de Trump ni bajo las de Joe Biden, Barack Obama o el propio Bill Clinton. El primer ministro israelí siempre ha presumido de su autonomía respecto a Estados Unidos y no hay presidente que no abandone la Casa Blanca desesperado por su tozudez. Eso, por supuesto, incluye a Trump en 2021.
Mientras tanto, la hambruna generalizada en Gaza sigue aumentando pese a las “pausas humanitarias” que decretaron las FDI y que provocaron las protestas públicas de Smotrich y Ben Gvir. El Programa Mundial de Alimentos de la ONU calcula que uno de cada tres gazatíes lleva varios días sin comer y alerta de que las muertes de niños menores de cinco años por malnutrición se han disparado en toda la Franja. Asimismo, este martes, el PMA comparó la situación en Gaza con la vivida en Etiopía y en Biafra (Nigeria) durante los años ochenta.
La comparación no es casual, pues dichas hambrunas provocaron una reacción internacional masiva, con conciertos y actos benéficos de todo tipo para intentar detener la hambruna. Sin duda, es la intención de la ONU reavivar ese recuerdo para concienciar de lo delicado del momento más allá de las posiciones políticas de cada uno. Que lo consiga, en este mundo tan polarizado, ya es otra cosa.