Carteles de campaña electoral en Schenefeld.

Carteles de campaña electoral en Schenefeld. Fabian Bimmer Reuters

Europa

Más dinero para Defensa y frente común ante Putin y Trump: Merz y Scholz irán de la mano contra los ultras de AfD

Todos los partidos afrontan las elecciones del domingo con las ideas claras en materia de defensa: hay que aumentar el presupuesto, hay que ayudar a Ucrania y hay que defenderse de Rusia. Todos… menos el favorito de la Casa Blanca.

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“La paz y la guerra decidirán estas elecciones”, afirmó la candidata de la ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD) en el último debate televisado. Alice Weidel mostró de nuevo su apoyo a Putin y a Trump, aunque no quiso entrar en las declaraciones del presidente estadounidense culpando a Ucrania y a su presidente, Volodimir Zelenski, de la invasión rusa.

Aunque la frase es contundente y puede tener algo de cierto, no parece probable que las negociaciones entre Rusia y EEUU vayan a decidir nada este domingo en Alemania. El resultado, como en casi todas las elecciones en países demócratas liberales, dependerá de la confianza que sus candidatos transmitan en cuestiones vitales como la economía o la lucha contra la inmigración. La población sigue conmocionada por el asesinato de un niño en un parque a manos de un ciudadano afgano demandante de exilio. Muchos consideran que la decisión de Merkel de acoger tantísimos refugiados sirios en 2015 fue un error y que Scholz no ha hecho nada por remediarlo.

Con todo, es indudable que Europa vive un momento de turbulencias y que Alemania pinta mucho en ese futuro y en el posible bloque común que propone Macron para defender a Ucrania de Rusia. En ese sentido, una deriva del gobierno alemán hacia el Kremlin, la Casa Blanca y Beijing, como propone abiertamente Weidel —de ahí el apoyo cerrado que le brindó el vicepresidente Vance la semana pasada y el que lleva meses mostrándole Elon Musk— sería un golpe durísimo para las democracias europeas y el inicio de un proyecto autoritario nacionalista en el interior del continente.

La AfD parece algo estancada en las encuestas, en torno al 20% de los votos, pero ni este estancamiento ni su auge anterior pueden relacionarse directamente con el trumpismo o la guerra de Ucrania. Son, más bien, una expresión más de ese “espíritu del tiempo” que recorre Occidente. Weidel repite la palabra “paz” cada dos por tres para referirse a la rendición ucraniana, apoya al presidente Trump en todo lo que hace, simpatiza con Putin —de hecho, dos de sus candidatos a las elecciones europeas del año pasado tuvieron que retirarse por haber aceptado pagos ilegales de Moscú y Beijing— y considera “una provocación” el anuncio del canciller Scholz de enviar más misiles de crucero Taurus a Ucrania. Así se lo hizo saber en el debate.

Scholz apuesta por el continuismo

Y es que, aunque a Scholz se le criticó mucho al principio de la guerra por su escasa involucración en el apoyo a Ucrania, no se le puede negar el esfuerzo al que ha sometido a su país para desligarse de la tradicional dependencia respecto a Rusia. Scholz regateó en el envío de tanques Leopard y se mostró reacio —tal vez influencia del prorruso excanciller Gerhard Schroeder— a involucrarse demasiado, pero a la hora de la verdad, canceló el acuerdo por el Nord Stream II, se sumó a las sanciones económicas que suponían un duro golpe energético para Alemania y ha colaborado económica y militarmente con Zelenski hasta el último día de su mandato.

La posición del SPD, por lo tanto, está clara: hay un agresor —Rusia—, un agredido —Ucrania— y una amenaza —el imperialismo mesiánico que ya ha sufrido Alemania con anterioridad—. En consecuencia, cualquier pacto de gobierno tendrá que incluir el apoyo a la unidad de Europa en torno a la causa ucraniana y la negativa a rendirse ante las presiones estadounidenses. La drástica diferencia de criterio entre el SPD y la AfD es lo que puede hacer a la CDU/CSU de Merz inclinarse por un partido o por otro a la hora de formar gobierno o buscar apoyos parlamentarios.

Porque lo que nadie duda a estas alturas es que la coalición democristiana va a ganar las elecciones del domingo. Por cuanta diferencia lo haga, sin embargo, será clave. Un gobierno en solitario se antoja imposible, pero una ventaja sustancial sobre la extrema derecha legitimaría a Merz para elegir a sus socios con total libertad. Aunque es cierto que, en las últimas semanas, Merz ha jugado con fuego, pactando proyectos de ley con la AfD en el parlamento, algo que no había sucedido nunca, las diferencias entre ambas formaciones son aún notables. Y en el caso de Europa y Ucrania, gigantescas.

Merz y el europeísmo crítico

Friedrich Merz, quien fuera eurodiputado entre 1989 y 1994, es un convencido del europeísmo. Criado a los pechos de Helmut Kohl, cree en la Unión Europea y en sus posibilidades y no contempla una Alemania al margen de sus vecinos. Aunque discrepe de algunas políticas de la Comisión Europea, como la Agenda 2030, que considera demasiado estricta y dañina para la economía alemana, ha mostrado en repetidas ocasiones su compromiso con la política exterior europea y en concreto con el apoyo a Ucrania.

Eso le valió ser ninguneado por J.D. Vance en la pasada Conferencia de Seguridad de Munich. El vicepresidente estadounidense solo aceptó reunirse con Weidel y no quiso saber nada ni del canciller saliente —Scholz— ni del entrante —el propio Merz—. Toda una declaración de intenciones: las relaciones con Estados Unidos serán tensas, a pesar de la ingente cantidad de tropas y bases que los americanos mantienen en Alemania… si Trump no decide retirarlas de golpe en los próximos años.

El gran impedimento de Merz para pactar con la AfD no es tanto moral, sino práctico. Comparte su discurso anti-inmigración y un cierto sentimiento patriótico, pero no sus veleidades prorrusas ni su voluntad de salir de la Unión Europea. Eso, sin duda, hace más probable una nueva “gran coalición” con el SPD, si bien está por ver si los dos partidos lograrán escaños suficientes para formar una mayoría absoluta o si necesitarán el apoyo puntual de los Verdes o de los liberales, que también se alinean en ese eje europeísta proucraniano.

El debate sobre el gasto militar

Sea como fuere, Merz tendrá que enfrentarse al problema del gasto militar que se arrastra desde hace años. Tras el desastre del nazismo y la humillante derrota en la II Guerra Mundial, Alemania ha sido un país profundamente antimilitarista. De ahí, en buena parte, su dependencia geopolítica de Estados Unidos y de Rusia y su necesidad durante décadas de quedar bien con ambas potencias. El gobierno Scholz, tras la invasión de Ucrania, aumentó el presupuesto de defensa para llegar, por los pelos, al 2% del PIB que pedía la OTAN en 2024. Aun así, varios expertos aseguran que, en caso de ataque ruso, el país solo podría aguantar unos pocos días. Exactamente lo mismo que se decía de Ucrania hace tres años, por otro lado.

Por primera vez en muchísimo tiempo, el presupuesto en defensa se ha convertido en un tema candente en la campaña electoral. Scholz, ya decimos, presume de sus medidas presupuestarias y defiende el trabajo de Boris Pistorius al frente del ministerio. Merz habla del dos por ciento del PIB no ya como “máximo”, sino como “mínimo” necesario para salvaguardar la integridad territorial alemana y ayudar a la OTAN a defenderse de la amenaza rusa. En total, promete 80.000 millones de euros para 2025 si sale elegido canciller, con la idea de ir aumentando esa cifra año tras año para acercarse al 5% que exige Trump, objetivo muy lejano en la actualidad.

Incluso Los Verdes participan de esta preocupación armamentística. Lejos de los tópicos pacifistas que se suelen aplicar a este tipo de formaciones, el líder ecologista, Robert Habeck, actual ministro de Economía, cifra en el 3,5% del PIB el gasto necesario en Defensa… aunque defiende que no se financie recortando otras partidas presupuestarios, sino a través de un fondo de deuda pública.

¿Y qué opinan Weidel y la AdF al respecto de todo esto? Hay una cierta ambigüedad. Su programa electoral resalta que hay que levantar las sanciones a Rusia, que eso provocará una mejor relación entre ambos países y que toda inversión tiene que ir en consonancia con las necesidades de la OTAN. Se opone frontalmente a una estructura europea de Defensa porque lo considera una pérdida de la soberanía nacional, pero no especifica en cuánto habría que aumentar el presupuesto. El uso obsceno y constante de la palabra “paz” parece casar mal con propuestas militaristas y el objetivo es hacer creer que el seguidismo respecto a Trump y a Putin será mejor inversión que cualquier caza o blindado. De ilusiones, también se vive.