El comandante del Cuerpo de Voluntarios Rusos (RVC), Denis Kapustin, habla en un discurso en video en un lugar desconocido

El comandante del Cuerpo de Voluntarios Rusos (RVC), Denis Kapustin, habla en un discurso en video en un lugar desconocido Reuters

Europa

Las luchas por repartirse el poder de Prigozhin complican la situación de Rusia en Ucrania

No hay unidad en el ejército ruso porque no hay consenso en su cúpula. Porque las facciones se enfrentan entre sí y las purgas son constantes.

26 agosto, 2023 03:00

Dos meses se pasó el ministerio de defensa, según ha publicado este viernes el Wall Street Journal, intentando sabotear los negocios de Eugeni Prigozhin y el Grupo Wagner.

Desde redadas en su sede central de San Petersburgo hasta reuniones personales con sus 'clientes' africanos destinadas a hacerles saber que sus acuerdos con Prigozhin ya no estaban bien vistos: el propio Kremlin podía encargarse de hacer el mismo trabajo, o, más bien, de enviarles a otro grupo paramilitar más fiable.

Prigozhin y Wagner en general fueron ninguneados en la cumbre celebrada el 27 y el 28 de julio en San Petersburgo entre Rusia y la gran mayoría de países africanos.

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Una cumbre destinada a discutir sobre “paz, seguridad y desarrollo” y a la que Prigozhin acudió, pero vio con sus propios ojos como incluso socios de toda la vida -por ejemplo, el presidente de la República Centroafricana, Faustin-Archange Touadéra- le esquivaban o evitaban fotografiarse con él.

El excocinero había dejado de ser el interlocutor de referencia a la hora de negociar la “estabilidad” de determinados regímenes. Tras años y años protegiendo a todo tipo de sátrapas y explotando los recursos naturales de distintos países africanos a cambio de armas y soldados afines, el Grupo Wagner se convertía en un paria.

Muchos lo habían temido cuando vieron la columna de vehículos blindados que se dirigió de Rostov a Moscú el 24 de junio de 2023. Ahora, podían comprobarlo.

Un difícil reparto de poder

De hecho, el último viaje de Prigozhin a África fue un viaje desesperado. Visitó sin éxito la República Centroafricana, buscando una posible reconciliación con Touadéra, y pasó veinticuatro horas en Mali, donde grabó la que sería su última aparición pública.

Aislado por completo de todo aparato de poder, Prigozhin podía seguir prometiendo, claro, pero era complicado que alguien confiara en él. De algún modo, todos sabían que su final estaba ya decidido desde hacía dos meses. No se negocia con un condenado.

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Su asesinato el pasado miércoles junto al del resto de la cúpula del Grupo Wagner tiene una lectura política, por supuesto, pero también económica.

Putin no necesitaba matar a Utkin, socio fundador del grupo paramilitar, ni al resto de la tripulación. Ellos no le habían ofendido ni le habían avergonzado ante todo el país.

De hecho, es muy probable que en algún momento mediaran para aliviar la situación. Si lo hizo fue porque quería que Wagner fuera cosa del pasado… y que todas sus influencias derivaran únicamente en el ministerio de defensa.

Ahora bien, ¿es eso posible? Rusia decidió hace tiempo que su influencia sobre África -vital para poder manejar las mafias migratorias y combatir al ISIS, presionando así a Occidente- solo podía hacerse desde los márgenes de la ley internacional, es decir, recurriendo a mercenarios.

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No deja de ser curioso que los ejércitos privados estén prohibidos por la legislación rusa, pero el país esté lleno de estos soldados de fortuna en busca de dinero fácil. Obviamente, el ministerio de defensa no puede absorber estos grupos sin más. Puede llegar a acuerdos para que sus estructuras sigan a un mando único y que ese mando único sea Sergei Shoigú, pero no puede asumir todas sus competencias. En otras palabras, tiene que delegar.

Y en eso está Moscú ahora mismo, buscando la manera, por un lado, de congraciarse con los mercenarios de élite que aún pertenecen a Wagner, y por el otro, asignando a empresarios de confianza y a antiguos miembros de los cuerpos de seguridad las responsabilidades que hasta ahora asumía Prigozhin en el continente africano.

¿Qué supone eso? Tramas, intereses cruzados, enfrentamientos internos y todo lo que implica la lucha por el poder. Hay un vacío enorme y muy apetecible que hay que llenar… y en el Kremlin parecen estar más interesados en resolver esa batalla -y ajustar cuentas pendientes- que en ninguna otra cosa.

Ganar una guerra con una mano

La pregunta es dónde queda la “operación militar especial” en medio de este caos de intrigas y ajusticiamientos. Es muy difícil ganar una guerra a un estado soberano en su propio territorio y mucho más si cuenta con el apoyo económico y militar de la OTAN.

Intentar hacerlo con una mano mientras la otra se dedica a tejemanejes es directamente imposible. Rusia necesitaría un ministerio de defensa volcado en la táctica y la estrategia de la invasión, pero hace tiempo que parece haber una indiferencia absoluta al respecto.

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En el último año, lo único que ha hecho Rusia es acumular hombres en determinados puntos del frente y fiarlo todo a organizaciones defensivas propias de la Primera o la Segunda Guerra Mundial: minas, trincheras, nidos de ametralladoras... Una Línea Maginot al este del río Dniéper con la que se pretende detener a Ucrania sin tener que pensar demasiado.

No se han visto grandes giros estratégicos ni grandes maniobras inesperadas. Todo es rutina en el ejército ruso, un lento dejarse empujar hacia el mar Negro que puede durar años, meses o semanas, eso es lo que está por ver.

En medio de la tempestad Prigozhin, el ejército ucraniano sigue su avance hacia el sudeste de Robotyne, en Zaporiyia, como sigue el cerco de Bakhmut o la amenaza a Vuhledar.

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Los misiles destrozan instalaciones y líneas de comunicación en Crimea o en Tokmak. No hay una idea clara de quién manda en el ejército ruso cuando toda su doctrina militar se basa precisamente en el principio de autoridad y nunca en el de improvisación.

Hace solo un año la solución era Surovikin y ahora mismo Surovikin está encerrado en una prisión. La única conquista desde Lisichansk fue Bakhmut y de su artífice solo quedan los restos calcinados.

No hay unidad en el ejército ruso porque no hay consenso en su cúpula. Porque las facciones se enfrentan entre sí y las purgas son constantes. Un día, tu jefe es el general Popov y al día siguiente, Popov está apartado del ejército por criticar al alto mando.

La descomposición de un ejército en permanente defensa es evidente. Eso no quiere decir que todo un ejército ruso, por descoordinado que esté, deje de ser temible. Lo es. Por eso resiste. La duda es cuánto puede seguir aguantando en el sudeste de Ucrania y sostener un “todos contra todos” en casa. Tarde o temprano, tendrá que aclararse y decidir. No le queda otra.