La primera ministra japonesa, Sanae Takaichi, estrecha la mano del presidente chino, Xi Jinping, antes de sus conversaciones en Gyeongju, Corea del Sur.

La primera ministra japonesa, Sanae Takaichi, estrecha la mano del presidente chino, Xi Jinping, antes de sus conversaciones en Gyeongju, Corea del Sur. Kyodo

Asia

China habla de "cortar la sucia cabeza" de Takaichi tras abrir Japón la puerta a la defensa militar de Taiwán junto a EEUU

La incertidumbre aumenta con la decisión del presidente Trump de reprender a sus aliados de Tokio y cuestionar que Washington vaya a proteger a los taiwaneses en caso de invasión china.

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Tokio
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La luna de miel de la primera mujer en ocupar la jefatura de Gobierno en Japón, Sanae Takaichi, ha terminado abruptamente provocada por una grave crisis diplomática de alcance imprevisible.

Su reciente declaración en la Dieta, en la que afirmó que un conflicto en el estrecho de Taiwán podría poner en riesgo la propia supervivencia del país y justificar una intervención militar conjunta con Estados Unidos, ha sido denunciada por Pekín como una “grosera injerencia” en sus asuntos internos.

La reacción china no se ha hecho esperar y ha alcanzado niveles inéditos incluso para los estándares ya tensos de la región.

La situación se disparó cuando el cónsul chino en Osaka, rompiendo todos los códigos diplomáticos, escribió un mensaje en las redes sociales inequívocamente amenazante: “Solo queda cortar esta cabeza sucia sin vacilar”, en referencia directa a Takaichi.

Tokio respondió declarando al diplomático persona non grata, un gesto excepcional que ha elevado la crisis a un nivel que Japón no experimentaba desde hace décadas.

Pero el deterioro no terminó ahí: el Ministerio de Exteriores chino confirmó que el primer ministro Li Qiang no mantendrá la reunión prevista con Takaichi durante el G20, y el Foro Tokio-Pekín, una de las principales plataformas de diálogo civil y político entre ambos países, ha quedado pospuesto indefinidamente.

Un contraste brutal si se recuerda que apenas tres semanas antes Takaichi y Xi Jinping se habían estrechado la mano en Corea del Sur exhibiendo una frágil cordialidad y habiendo acordado “relaciones estratégicas mutuamente beneficiosas”.

El origen del choque —y del terremoto político posterior— se produjo de forma inesperada cuando Takaichi declaró en una sesión de control ordinaria del Parlamento japonés que un eventual ataque chino contra Taiwán —situada a apenas unos 100 kilómetros del territorio japonés— constituiría “una situación que amenaza la supervivencia de Japón”, abriendo la puerta a una posible respuesta militar de Tokio y de Estados Unidos.

La afirmación rompía con la tradicional prudencia de los líderes japoneses, que históricamente han evitado vincular Taiwán con compromisos de defensa directa.

Tiempos peligrosos

En un momento en que Pekín no descarta el uso de la fuerza para tomar la isla y aumenta la intensidad y complejidad de sus maniobras militares en la región, las palabras de Takaichi resonaron con fuerza tanto en Tokio como en Washington, donde la política de “ambigüedad estratégica” sigue siendo la piedra angular del enfoque estadounidense ante un hipotético conflicto en el estrecho.

La tensión aumentó aún más cuando, preguntado en una entrevista en Fox News por el mensaje del cónsul chino en Osaka, el presidente estadounidense Donald Trump evitó condenar con claridad a Pekín y, en cambio, arremetió contra los propios aliados de Estados Unidos.

“Nuestros aliados nos han explotado más en el comercio que China”, afirmó, reforzando la idea de que socios estratégicos como Japón se benefician del paraguas de seguridad estadounidense mientras mantienen abultados superávits comerciales con Washington.

El mensaje no pasaba inadvertido en Tokio: justo en un momento de fricción con China, el principal garante de su defensa ponía públicamente en duda la solidez de sus alianzas.

El intercambio fue interpretado en Japón casi como un aviso de que Tokio podría quedar “sola ante el peligro”. Si Takaichi esperaba un respaldo inequívoco por parte de Washington tras sus palabras sobre Taiwán, la respuesta de Trump sugería lo contrario.

El presidente estadounidense, centrado en redefinir las relaciones con sus aliados tradicionales y poco dispuesto a asumir riesgos que pudieran tensar aún más la relación con Pekín, dejaba claro que no estaba dispuesto a entrar en el juego.

En plena escalada dialéctica entre Japón y China, este distanciamiento americano añadiría un nuevo nivel de incertidumbre al ya complicado escenario de seguridad regional de la zona.

Para muchos observadores, la polémica ha reavivado recuerdos de la llamada diplomacia del “lobo guerrero”, aquella etapa de inicios de los años 2020 en la que diplomáticos chinos adoptaron un estilo combativo y teatral, respondiendo en redes sociales a cualquier crítica contra Pekín con un tono tan agresivo como inusual en la diplomacia tradicional.

Aunque en los últimos años Pekín había intentado moderar ese enfoque para recuperar buena voluntad en Occidente, las reacciones desatadas tras las palabras de Takaichi sugieren un retorno a esas formas. Lejos de enfriar los ánimos, la maquinaria propagandística ha olido la sangre política y ha vuelto a desplegar su arsenal retórico.

Dentro de China, donde ya existe un arraigado sentimiento antijaponés, los medios estatales y algunas de las voces más influyentes del ecosistema nacionalista han amplificado la indignación.

People’s Daily, periódico portavoz del Partido Comunista Chino, acusó a Takaichi de “hablar sin freno” y advirtió que nadie debería “albergar la ilusión de cruzar la línea roja de Taiwán sin pagar un precio”.

Una cuenta vinculada a la cadena estatal CCTV llegó a preguntar si “le había dado una coz un burro”, mientras que el polémico comentarista Hu Xijin —antiguo editor del Global Times— fue aún más lejos, evocando directamente la retórica del diplomático chino en Osaka. “La hoja de batalla de China para decapitar invasores está afilada hasta un borde letal. Si el militarismo japonés desea venir al estrecho de Taiwán a sacrificarse en nuestras cuchillas, los complaceremos”, escribió.

Más que palabras

China ha venido desplegando recientemente un arsenal de misiles balísticos y de crucero basado en unidades de la Fuerza de Cohetes del Ejército de Liberación de China (PLA, en sus siglas en inglés) cada vez más numeroso y diversificado, con modelos como el DF-21, el DF-26 y el más reciente DF-17 hipersónico que, según los análisis del Pentágono y centros de estudios especializados, cuentan con alcance y precisión suficientes para cubrir el conjunto del archipiélago japonés y golpear objetivos militares y urbanos en cuestión de minutos.

El informe anual del Departamento de Defensa de EE UU y evaluaciones de think tanks señalan que disponen de un inventario de misiles que, según la metodología usada, puede contabilizarse en miles (las estimaciones hablan desde más de un millar hasta varios miles de misiles y cientos de lanzadores), y que Pekín ha reforzado tanto la cantidad como la complejidad operativa de sus brigadas misilísticas.

Ese poder de fuego no es solo teórico: en 2022, durante las maniobras alrededor de Taiwán, cinco de los proyectiles lanzados por China cayeron en la zona económica exclusiva (ZEE) japonesa, un episodio que Tokio calificó de “grave” para su seguridad y que motivó protestas formales.

Desde entonces, informes y análisis (incluidos estudios sobre la vulnerabilidad de bases y ciudades en el Pacífico) han advertido que la concentración y la dispersión de lanzadores chinos plantean un riesgo real para objetivos en Okinawa, Yokosuka —sede de instalaciones navales japonesas y norteamericanas— e incluso áreas metropolitanas como Tokio si hubiera un conflicto a gran escala.

Al mismo tiempo, las fuentes coinciden en que la cuantía exacta de lanzadores y misiles depende de cómo se clasifiquen (tácticos, operativos, balísticos, de crucero), y por ello los números concretos (por ejemplo, “1.500–2.000 lanzaderas” o “más de 3.000 misiles”) son estimaciones que deben citarse como tales.

Ante la escalada, este lunes Tokio ha intentado poner freno a la crisis con gestos diplomáticos de contención. Masaaki Kanai, responsable japonés para Asuntos de Asia y Oceanía, viajó a Pekín para entrevistarse con su homólogo Liu Jinsong, en una visita emitida en vídeo por Kyodo destinada a reiterar que la política de seguridad de Japón no ha cambiado y a pedir a China que evite medidas que perjudiquen las relaciones bilaterales.

Desde Tokio se subrayó que “varios canales de comunicación están abiertos”, en palabras del secretario jefe del Gabinete, que insistió en que se ha solicitado formalmente a Pekín que adopte “pasos apropiados” y que la advertencia de viaje emitida por China es incompatible con los esfuerzos por fomentar unos vínculos estratégicos y mutuamente beneficiosos.

Pekín, por su parte, endureció el tono: el primer ministro Li Qiang reiteró su deseo de no reunirse con Takaichi durante la cumbre del G20 y la portavoz del Ministerio de Exteriores, Mao Ning, exigió que Japón rectifique lo que calificó de “comentarios erróneos”.

En Taiwán, el presidente Lai Ching-te denunció lo que consideró un “ataque multifacético” de China contra Japón y pidió a la comunidad internacional que mantenga la atención sobre el episodio, instando a Pekín a mostrar contención y el comportamiento propio de una gran potencia, en lugar de convertirse en un factor de desestabilización regional.

El choque ha dejado a Takaichi aislada políticamente y vulnerable estratégicamente, y plantea hasta qué punto las declaraciones públicas mal calibradas pueden transformar un conflicto retórico de manera exponencial hasta convertirse en una crisis de consecuencias mundiales imprevisibles.

Al mismo tiempo, revela las limitaciones del respaldo externo en un escenario donde la prudencia de terceros, y la enorme capacidad misilística de Pekín, obligan a privilegiar la diplomacia para evitar que la retórica se convierta en un riesgo real para la paz en el Pacífico.