Asia

Taiwán teme que China imponga un bloqueo tras sus maniobras con fuego real por el viaje de Pelosi

Pekín ya había anunciado ejercicios navales con fuego real en el estrecho de Taiwán. Lo que no sabíamos era hasta qué punto dichos ejercicios iban a suponer una amenaza para la isla y para los islotes circundantes.

4 agosto, 2022 02:40

Todo gesto diplomático a escala internacional conlleva unas ganancias y unos riesgos. Nancy Pelosi, máxima representante del poder legislativo estadounidense, decidió a sus 82 años desafiar el consejo de su presidente y de los altos mandos de su ejército y hacer una escala en la isla de Taiwán dentro de su gira por el Pacífico asiático que incluye Singapur, Malasia, Corea del Sur y Japón. Nadie acaba de entenderlo demasiado bien. Ni la opinión pública de su país ni la de sus aliados en la zona.

¿Qué ganaba Pelosi con su desafío a las autoridades de la República Popular China, que habían avisado con "terribles consecuencias" de producirse la visita? Bueno, de entrada, demostraba que a Estados Unidos (EEUU) no se le puede chantajear. Estaremos de acuerdo en que eso no es poco.

Además, mostraba de nuevo su solidaridad y su compromiso con Taiwán justo cuando la isla, reducto de la China no comunista desde la huida en 1949 de Chang Kai-Shek y sus hombres, lleva más de un año soportando los discursos más agresivos en décadas. Xi Jinping ha hecho de la reunificación uno de sus objetivos principales y tiene la reelección pendiente para después de verano. Una combinación peligrosa.

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Las intenciones de Pelosi eran, por lo tanto, loables. Ahí es donde entra el cálculo de los riesgos y, es una pena, pero las relaciones internacionales funcionan dentro de este continuo cálculo, especialmente entre superpotencias. ¿No tenía otra manera Pelosi de demostrar su posición respecto a Taiwán, una posición que, por otro lado, no se ha movido un centímetro en los últimos 73 años? Eso es lo discutible.

Cuando Newt Gingrich, también presidente de la Cámara de Representantes, visitó la isla hace exactamente 25 años, la China continental ya rabió y protestó... pero su estatus internacional no era entonces el que es ahora ni mucho menos el que Pekín pretende lograr de cara al futuro.

Tsai Ing-wen condecora a  Nancy Pelosi por su apoyo a Taiwán.

Tsai Ing-wen condecora a Nancy Pelosi por su "apoyo" a Taiwán. Reuters

Desde la llegada de Xi Jinping al poder, la República Popular China ha mostrado una voluntad internacionalista desconocida hasta entonces. Xi quiere mirar más allá de su ombligo y establecer a su país como superpotencia mundial dentro de un orden multilateral. En otras palabras, quiere que EEUU se haga parcialmente a un lado, algo que Washington, lógicamente, se niega a hacer. En medio de este choque de trenes queda Taiwán como quedan todos sus aliados en el Pacífico, desde Australia a una Corea del Sur asfixiada a su vez por la presión del norcoreano Kim Jong-Un.

Bloqueo naval y aéreo

La euforia del pasado martes, cuando Pelosi pudo aterrizar en Taiwán sin que nada pasara y todo se vistió de tranquilidad, dio paso este miércoles a una honda preocupación. Pekín ya había anunciado ejercicios navales con fuego real en las inmediaciones del estrecho de Taiwán. Lo que no sabíamos -aunque tampoco era tan difícil de imaginar- era hasta qué punto dichos ejercicios iban a suponer una amenaza para la isla de Formosa y para los islotes circundantes.

Fuente: Ministerio de Defensa Nacional de la República de China, elaboración propia

Fuente: Ministerio de Defensa Nacional de la República de China, elaboración propia

Según se puede apreciar en el mapa adjunto, la China continental parece dispuesta a bloquear en la práctica a su vecina nacionalista tanto por mar como por aire. No sólo eso, sino que se especula con que en dichos ejercicios militares los misiles sobrevuelen el espacio aéreo taiwanés, con el riesgo que eso supone. En otras palabras, una vez Pelosi se ha ido a su siguiente destino, Xi se está preparando para desatar su ira, que no sabemos hasta dónde puede llegar.

Esta "cuarta crisis de Taiwán" (tras las de 1954, 1958 y 1995) llega en el peor momento posible para la administración Biden y para sus aliados. Las dos primeras fueron producto del intento de Mao de hacerse con varias islas que rodean a la de Formosa. La tercera fue más una cuestión diplomática, complementada con la movilización militar ordenada por Jiang Zemin en la zona. En todos los casos, fue precisa una respuesta activa por parte de la Armada estadounidense ante un ejército chino que no se parecía en nada al actual, ni en número ni, sobre todo, en medios a su disposición.

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Aunque es cierto que EEUU sigue manteniendo un aplastante dominio militar respecto al resto del planeta, cabe preguntarse hasta qué punto le interesa abrir un frente activo en el Pacífico cuando tiene uno ya abierto en Ucrania. Por mucho que la guerra contra Putin no requiera de efectivos humanos y que el número de armas enviado sea perfectamente asumible, no deja de ser un gasto brutal dentro del presupuesto armamentístico de un país que coquetea con la recesión desde que empezó 2022. Si Pekín sigue apretando la soga sobre el cuello taiwanés, EEUU tendrá que volver a desplegar sus buques por el Pacífico. El asunto es cuánto le va a costar eso a Biden y hasta qué punto va a desviar su atención del este de Europa.

La necesaria neutralidad de China

Esta última no es cuestión baladí. Hay varias razones por las que a EEUU no le interesa entrar en conflicto directo con la República Popular China: la primera, por supuesto, una posible aunque muy improbable escalada nuclear; la segunda, la necesidad de contar con un interlocutor que medie ante el imprevisible Kim Jong-Un; la tercera, la propia estabilidad de una zona que, desde el ataque a Pearl Harbour, es el principal motivo de preocupación bélica para un país que tiende a vivir en la paranoia (como toda superpotencia).

Estas tres razones siempre han estado ahí y ahí estarán. El régimen de Pekín siempre ha sido cruel y contrario al proyecto de democracia liberal instaurado en Occidente... pero hemos aprendido a convivir con ello sin necesidad de hacer ostentación de nuestros valores de forma constante. Es cuando menos inoportuno que ese prurito se haya intensificado justo en el momento en el que el propio Occidente está librando una guerra contra Rusia y Putin, mientras Putin y Rusia hacen ojitos a China para incorporarlos al conflicto.

Putin y Xi Jinping, juntos, antes de la inauguración de los Juegos de Invierno.

Putin y Xi Jinping, juntos, antes de la inauguración de los Juegos de Invierno. Reuters

Hasta ahora, China se ha mantenido en una cierta neutralidad. Xi no oculta su simpatía hacia Putin y no ha dudado en fortalecer las relaciones económicas con Moscú desde el inicio de la invasión a Ucrania. Ahora bien, la mil veces solicitada ayuda militar no ha llegado. Que se sepa, Pekín no ha suministrado armas a Rusia y no se ha posicionado públicamente de su lado en la contienda, defendiendo su tradicional doctrina de la inviolabilidad de la integridad territorial de los Estados.

¿Dónde pararán las represalias?

Más allá del bloqueo a Taiwán o del intento de ocupación de alguna de las islas bajo su control -lo que, ya decimos, provocaría inmediatamente una escalada militar de consecuencias imprevisibles en la zona-, China tiene demasiadas cartas diplomáticas en la mano como para hacerse el gallito a su costa de forma inopinada. Nadie cuenta con un ataque a Formosa ni mucho menos con una invasión, pero se empieza con maniobras de fuego real y no se sabe cómo se acaba. Que le pregunten a Volodimir Zelenski.

Como apuntábamos el pasado martes, antes incluso del aterrizaje del avión de Pelosi, lo más probable es que esto quede en un sonoro artificio y punto. Sacar músculo y poco más. Tal vez más ejercicios militares, más incursiones en las aguas territoriales taiwanesas y más misiles sobrevolando los aires de punta a punta. Puede que el anuncio de alguna nueva arma tecnológicamente avanzada, de manera que todo el mundo sepa qué puede pasar la próxima vez. Sin duda, algún gesto diplomático severo combinado con algún tipo de represalia comercial o alguna oleada de ciberataques.

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Ahora bien, el problema es que este es el mejor escenario posible. El mínimo garantizado. ¿Cuál es el máximo? Obviamente, la invasión con todas sus consecuencias. Ganas no faltan en Pekín y por mucho que la OTAN repita que la visita "no es motivo suficiente" para esta puesta en escena, lo cierto es que la cuestión taiwanesa lleva cociéndose demasiado tiempo a fuego lento. Si al final nos vamos a quemar o no, lo veremos en los próximos días.