El líder de la minoría del Senado estadounidense, Chuck Schumer (demócrata por Nueva York), habla durante una conferencia el 29 de octubre de 2025.

El líder de la minoría del Senado estadounidense, Chuck Schumer (demócrata por Nueva York), habla durante una conferencia el 29 de octubre de 2025. Reuters

EEUU

Ocho senadores demócratas rompen la disciplina de voto y abren una nueva crisis en el progresismo estadounidense

La decisión de apoyar una propuesta de financiación republicana para reabrir el Gobierno se ha tomado frente al criterio de los líderes en el Congreso, lo que acentúa la sensación de falta de liderazgo y de proyecto en el Partido Demócrata.

Más información: Demócratas y republicanos llegan a un acuerdo en el Senado para poner fin al cierre del Gobierno de Estados Unidos

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Las claves

Ocho senadores demócratas rompieron la disciplina de voto y apoyaron una propuesta republicana para poner fin al cierre más largo del gobierno federal en la historia de Estados Unidos.

El apoyo de estos demócratas permitió superar el filibuster en el Senado, aunque la medida aún debe ser aprobada en la Cámara de Representantes y firmada por Donald Trump para reabrir el gobierno.

La decisión de los senadores ha generado una crisis interna en el Partido Demócrata, debilitando el liderazgo de figuras como Chuck Schumer y Hakeem Jeffries y mostrando la falta de cohesión y mensaje claro en el partido.

El Partido Demócrata enfrenta dificultades para recuperar el apoyo de las minorías y de las clases bajas, mientras busca un nuevo liderazgo capaz de aglutinar a su base tradicional tras los recientes reveses electorales.

El cierre más largo de un gobierno federal en la historia de Estados Unidos parece acercarse a su fin. El Senado aprobó este lunes una propuesta de financiación presentada por miembros del Partido Republicano y que contó, sorpresivamente, con el apoyo de ocho senadores demócratas.

Este apoyo permitió que la proposición llegara a los 60 votos afirmativos, rompiendo así el llamado "filibuster" en la jerga política estadounidense, es decir, el derecho de la minoría al bloqueo legislativo.

A continuación, la proposición debe ser votada y aprobada en la Cámara de Representantes, donde la mayoría simple de los congresistas republicanos debería bastar. Con todo, nunca hay que descartar que alguno considere que es un mal acuerdo y vote en contra. Hay que recordar que, en Estados Unidos, los congresistas tienen una amplia libertad de movimientos y que se entiende que representan al estado o el distrito que los ha elegido y no tanto al partido por el que se presentaron a las urnas.

Si la Cámara confirmara el voto afirmativo -está en manos del speaker Mike Johnson fijar la fecha del pleno después de casi dos meses de inactividad- solo quedaría la firma del presidente Donald Trump y el gobierno federal podría abrir de nuevo después de casi un mes y medio.

La razón que esgrimen los ocho senadores demócratas para apoyar la propuesta republicana es que, les guste la nueva financiación o no, no pueden permitir que siga el caos en los aeropuertos, que el programa SNAP de ayuda a la alimentación de los desfavorecidos esté al borde del colapso y que los funcionarios federales corran el riesgo de pasar otro mes sin nómina.

El liderazgo muestra su desacuerdo

Aunque todos estos motivos pueden entenderse, lo que no es tan fácil de comprender es por qué el Partido Demócrata ha dejado llegar hasta aquí la situación sin asegurarse de que luego no habría escisiones dentro de sus propias filas.

Durante todo este tiempo, el mensaje había sido claro: Trump pretende acabar con las ayudas a los vulnerables -especialmente el llamado Obamacare- y es responsabilidad suya no llegar a un acuerdo. Estos ocho votos afirmativos cambian por completo la narrativa y ahora da la sensación de que han sido los demócratas los que han retrasado innecesariamente una decisión que ha perjudicado a muchos.

No es este un problema banal para la cúpula del partido. El hecho de que tantos senadores hayan pasado por encima de la posición establecida por el líder de la minoría en el Senado, el veterano Chuck Schumer, y por el líder de la minoría en la Cámara, el presidenciable Hakeem Jeffries, es un varapalo tremendo que socava esos propios liderazgos. No hace ni una semana de los excelentes resultados electorales en Virginia, California y Nueva York y ya vuelven los líos.

Prueba del desconcierto que reina en el partido es el hecho de que ni siquiera se han molestado en cambiar el relato. Se podría haber vendido al electorado que el cambio de posición era producto de la intransigencia republicana y de la necesidad acuciante de hacer algo por las clases medias y bajas. En cambio, se ha hecho público el desacuerdo, con declaraciones claras de Schumer y Jeffries en ese sentido y el anuncio de este último de que los congresistas demócratas no votarán la propuesta cuando llegue a la Cámara.

El último giro de tuerca de este esperpento sería que, después de haber comprometido a la credibilidad del partido con los ocho votos afirmativos en el Senado, luego sean congresistas republicanos del estilo Rand Paul los que echen abajo la propuesta en la Cámara. Recordemos que la mayoría del GOP es aún más exigua que en la legislatura pasada, con 219 asientos por los 213 de los demócratas. En otras palabras, no se pueden permitir más de tres defecciones. 

Sin líder… y sin proyecto

La imagen de partido dividido sin un mensaje claro lleva ya más de un año persiguiendo a los demócratas, desde la derrota de Kamala Harris ante Donald Trump en las pasadas elecciones presidenciales. La vicepresidenta de Joe Biden no solo cedió en el colegio electoral, sino que perdió el voto popular, algo que no sucedía desde 2004, cuando George W. Bush se impuso a John Kerry en plena euforia nacionalista tras las intervenciones militares en Irak y Afganistán.

Ahora mismo, los demócratas buscan un líder que no esté vinculado directamente con Barack Obama, quien controla de facto el partido desde 2008, y un mensaje que les ayude a recuperar a los sectores más vulnerables de la población. Gran parte del éxito del partido se ha basado históricamente en su capacidad para agrupar el voto de las minorías raciales, culturales y religiosas.

Sin embargo, el resultado del pasado noviembre, con un aumento considerable del voto a Trump por parte de la minoría afroamericana y de la amplia comunidad latina, ha dejado completamente descolocados a los progresistas.

Algo parecido pasó en 2016, cuando los demócratas perdieron a la vez Wisconsin, Pensilvania y Michigan, lo que llevó a la derrota electoral de Hillary Clinton -que, al menos, sí ganó el voto popular- y se evidenció que las clases bajas no universitarias de los cinturones industriales veían en el populismo MAGA un remedio a su desesperación, gracias a sus mensajes nacionalistas y antisistema.

Sin líder y sin discurso, pues no se sabe si para 2028 el partido optará por un perfil moderado como Newsom o un perfil claramente de izquierdas y populista del estilo Mamdani, la capacidad de los demócratas para sobreponerse a esta crisis puede determinar su futuro a corto y medio plazo. Son malos tiempos para la socialdemocracia y todo apunta a que algunos están optando por el "sálvese quien pueda".