Manifestantes de la UTEP en Ciudadela, provincia de Buenos Aires (Argentina).

Manifestantes de la UTEP en Ciudadela, provincia de Buenos Aires (Argentina). Enrique García Medina EFE

América

Hambre en el ‘granero del mundo’: Milei paraliza los comedores sociales que sirven al 14% de Argentina

Las protestas para exigir la reanudación de los fondos para financiar estos espacios han terminado con la policía rociando gas pimienta a los presentes.

3 febrero, 2024 02:11
Buenos Aires

Hubo una época en que Argentina no vivía de crisis en crisis endémica y hasta podía ayudar a paliar el hambre a la España de posguerra. En 1947, la Casa Rosada envió de obsequio a la península dos buques cargados con centenares de miles de toneladas de trigo, maíz, lentejas, aceites, carne y huevos.

Francisco Franco agradeció el gesto recibiendo entonces en visita oficial a la primera dama argentina, Eva Duarte de Perón. Y entre 1960 y 1973 permitió que viviera exiliado en Madrid el mismísimo Juan Domingo Perón, presidente argentino derrocado por los militares en un golpe de Estado en 1955.

Argentina ya se había ganado el apodo de el 'granero del mundo' por la calidad y cantidad de las cosechas en su fértil llanura la pampa, equiparable a las de Ucrania y los Estados Unidos. Aún hoy figura entre los primeros exportadores mundiales de soja, cebada, aceites, cacahuetes, judías, peras, langostinos y gambas.

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El campo y el mar argentinos son un prodigio de la naturaleza y producen alimentos para 400 millones de personas. Sin embargo, fronteras dentro de este país cruel condenan a la indigencia a 6,4 millones de sus habitantes (13,6% de población), según estadísticas oficiales.

Los comedores populares, o sociales, ayudan a millones de pobres sin nada para meter entre pecho y espalda. El Registro Nacional de Comedores y Merenderos Comunitarios (ReNaCo) ha contabilizado 34.782 en todo el país. Sin embargo, el presidente argentino, Javier Milei, ha congelado la provisión de fondos.

Una familia comiendo en el comedor social Los Piletones.

Una familia comiendo en el comedor social "Los Piletones". Juan Ignacio Irigaray

No ha ejecutado los 84.100 millones de pesos (93 millones de euros) presupuestados para alimentos en los comedores populares, mientras el precio de la comida se dispara a la estratosfera: el kilo de la barra de pan ya supera en Argentina al valor en España, 2,80 versus 2,30 euros.

En reacción al desabastecimiento ordenado por el presidente, las organizaciones sociales protestaron el pasado jueves frente al Ministerio de Capital Humano en una jornada denominada de "ollas vacías" y con la consigna "la única necesidad y urgencia es el hambre". La ministra Sandra Pettovello salió a la calle y comunicó a los manifestantes: "¿Tiene hambre? Yo voy a atender uno por uno a los que tienen hambre, pero no a los referentes (dirigentes). Les voy a anotar DNI, nombre, dirección y van a recibir ayuda individualmente", sorprendió.

Los manifestantes se quedaron boquiabiertos tras la actitud de la ministra y arrancaron todos a corear "¡Las ollas están vacías!" y "¡La Patria no se vende!". Enseguida los policías antidisturbios les arrojó gas pimienta y botes de humo para dispersar la concentración.

EL ESPAÑOL visitó 'Los Piletones', el comedor popular más célebre de Buenos Aires, ubicado en el barrio Villa Soldati y fundado por la dirigente social Margarita Barrientos en 1996. Allí se sirven en total hasta 5.000 raciones al día para comer en el lugar o retirar, entre desayuno, almuerzo, merienda y cena.

"En los últimos meses aumentó la cantidad de gente que viene a comer por todo lo que está pasando en el país. Está todo muy caro. Vienen desocupados, madres con hijos, jubilados, cartoneros, vendedores ambulantes", explica a este periódico Beatriz Antúnez Barrientos, de 44 años, hija de Margarita.

Los Piletones está emplazado en un barrio de chabolas, ex ‘villa miseria’, que con los años ha sido medio urbanizado con mejoras, ayuda económica mediante del ayuntamiento. Ahora hay asfalto en las callejuelas y las casas tienen electricidad, agua potable y gas en bombona. No existen alcantarillas ni cloacas.

Un grupo de personas a la entrada de la Fundación Margarita Barrientos.

Un grupo de personas a la entrada de la Fundación Margarita Barrientos. Juan Ignacio Irigaray EE

A este comedor tampoco llega ninguna ayuda del gobierno de Milei. Se abastece únicamente gracias a la ayuda del ayuntamiento de Buenos Aires –unos 600 platos- y a las donaciones de particulares. "No alcanza el dinero. Los alimentos se encarecieron al doble en dos meses y cada día viene más gente a comer", lamenta Beatriz.

Los comensales

Uno de los comensales es Néstor Aviano, 60 años, discapacitado. "Andaba en carro juntando cartón pero se me desplazó una vértebra y camino con muletas", dice. "No tengo ingresos ni ayuda del Estado: estoy en el horno, pero gracias al comedor [se emociona] tengo un plato de comida, un desayuno… sin palabras".

En la cocina, seis mujeres se abrasan con el calor del verano porteño mientras guisan el menú del día: arroz blanco y patata con albondiguillas, más salsa de tomate. Este periodista lo prueba y sabe bien, posiblemente no iría a la parte trasera del mismo menú si fuera servido en una taberna.

Interior del comedor Los Piletones.

Interior del comedor "Los Piletones". Juan Ignacio Irigaray

"Soy albañil y tengo trabajo, pero vengo acá porque tengo tres hijos y la plata no alcanza, hay que pagar alquiler y muchas cosas", se sincera Carlos Rodríguez, 33 años. Melina Anderson, 44 años, travesti, confiesa: "Ejerzo la prostitución" y detalla que "como está de mal la economía, la plata no vale nada. Comer acá es una ayuda".

Mujeres y hombres jóvenes y de mediana edad se agolpan sentados a lo largo de las mesas. Los mayores, en cambio, se sientan en otro salón reservado especialmente para ellos porque allí les sirven comida sin sal. Los niños se alimentan con alegría y mordisquean el pan sin parar de armar bullicio.

"Yo vengo con mi hija y tres nietos de lejos, provincia de Buenos Aires. Debemos tomar dos autobuses y viajar una hora y media", confía Miryam Sixto, de 50 años, desempleada. Y asegura que "acá encontramos donde sentarnos en una mesa y comemos todos los días. A la cena no venimos porque es mucho el viaje".

Cocina de Los Piletones

Cocina de "Los Piletones" Juan Ignacio Irigaray

Afuera del local, una fila de personas con fiambreras guarda la vez para recoger su porción y llevarla a casa. "Me echaron de la empresa donde trabajaba desde hace 16 años como pintor y este es un recurso que me está salvando la vida porque no consigo trabajo y no tengo para comer", cuenta Eduardo Scarpati, 50 años, y celebra que en el comedor "cocinan rebien".

A Mónica García, 47 años, ama de casa, cuatro hijos, le gustaría vivir otra realidad. "Mi marido es albañil, pero está muy jodido, no llegamos con el dinero y por eso venimos a comer acá", explica. Ella sueña con que llegue el día en que "pueda cocinar en mi casa". "Si alguna semana tenemos dinero, sinceramente, no venimos porque así no le quitamos el plato de comida a otro que lo necesita", sostiene.

El primer turno de comensales en el almuerzo ha acabado el plato único sin postre y se retira pasado el mediodía. De inmediato ingresa otra tanda de gente que esperaba su turno en la callejuela. Llevan desde las 10 de la mañana aguantando al sol y lucen agotados. Son rostros tristes, la vista fija en la comida.

"Es humillante que la gente tenga que hacer fila por un plato y que otra persona elija por vos qué vas a comer", se lamenta Beatriz, que también trabaja de limpiadora. Y, antes de despedirse, se ilusiona con que llegará un mañana mejor, pero mientras tanto, jura, "siempre voy a ayudar a mis hermanos".