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Trump declara la guerra a los Hermanos Musulmanes para aplacar a su base tras la foto con Mamdani

La orden de Trump contra los Hermanos Musulmanes: un guiño a la derecha MAGA, presión extra sobre Egipto, Jordania y Líbano.

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Las claves

Donald Trump ha emitido una orden ejecutiva para iniciar el proceso de declarar ramas de los Hermanos Musulmanes como organización terrorista extranjera, tras la polémica por su encuentro con el alcalde musulmán Zohran Mamdani.

La medida afecta a capítulos concretos de la Hermandad en Egipto, Jordania y Líbano, y permitiría congelar activos, prohibir la entrada en EEUU y procesar penalmente a dirigentes del movimiento.

El anuncio responde tanto a presiones internas del Partido Republicano y su base, como a demandas de aliados regionales como Egipto, Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos.

Expertos advierten que tratar a los Hermanos Musulmanes como una organización monolítica es problemático, dada la diversidad de sus ramas, y aconsejan una estrategia focalizada sobre entidades vinculadas a la violencia o la financiación de Hamas.

Donald Trump ha encontrado en los Hermanos Musulmanes un enemigo para un problema nuevo: su foto sonriente con el primer alcalde musulmán de Nueva York, el socialista Zohran Mamdani en el Despacho Oval.

A los tres días de ese encuentro, el 24 de noviembre, la Casa Blanca anunció una orden ejecutiva que abre el proceso para declarar varias ramas de los Hermanos Musulmanes como organización terrorista extranjera.

La coincidencia temporal ilumina el cruce entre política doméstica estadounidense y geopolítica de Oriente Medio.

Los Hermanos Musulmanes nacen en Egipto en 1928, fundados por el islamista egipcio Hassan al-Banna como movimiento islámico de reforma religiosa y social frente al colonialismo y a las élites laicas, con la idea de que el islam es un sistema total de vida y la sharía (ley islámica) debe regir también la política.

Desde mediados del siglo XX se expanden por el mundo árabe mediante mezquitas, escuelas, sindicatos, asociaciones de caridad y, más tarde, partidos, convirtiéndose en una gran red transnacional con fuerte arraigo social.

Desde el inicio coexisten dos líneas: una no violenta, centrada en predicación, obra social y participación electoral (como oposición leal en Jordania, fuerza parlamentaria en Egipto antes de 2013 o inspirando partidos como Ennahda en Túnez); y otra militante, vinculada al aparato especial responsable de atentados en Egipto y, tras la represión del presidente panarabista socialista Gamal Abdel Nasser, al desarrollo de corrientes más radicales asociadas al teórico egipcio Sayyid Qutb, de donde saldrán grupos como la Yihad Islámica Egipcia, al-Gamaa al-Islamiya y cuadros que confluirán en Al Qaeda.

El salafismo y el wahabismo, aunque no proceden de la Hermandad, son corrientes previas y autónomas con las que el movimiento se cruza a lo largo del siglo XX, y de son el sustrato ideológico del salafismo yihadista de Al-Qaeda y el ISIS (Estado Islámico).

En Palestina, su rama local cristaliza en Hamas, que en 1988 se define como brazo de la Hermandad, combinando gobierno en Gaza y lucha armada contra Israel. Hoy la Hermandad es menos una organización unitaria que una constelación de ramas: algunas integradas en sistemas políticos como islamismo legal y no violento, y otras prohibidas y etiquetadas como terroristas (Egipto, Arabia Saudí, Emiratos), con focos donde la frontera entre activismo político y apoyo a grupos armados, como Hamas, sigue siendo objeto de disputa.

Regresando a Washington y según la reconstrucción publicada por Politico, la reunión con Mamdani desató una ola de enfado entre parte de la base trumpista: comentaristas como la activista de extrema derecha Laura Loomer y otras figuras del ecosistema MAGA (Make America Great Again) llevaban meses presentando al político neoyorquino como “islamista radical” por sus posiciones contra Israel.

Trump, en cambio, se negó en público a llamarlo “yihadista” y escenificó una cordialidad institucional que descolocó a ese sector. Setenta y dos horas después, llegaba la orden contra los Hermanos Musulmanes, interpretada como un intento de lanzar un hueso para roer a los indignados.

Conviene recordar que la cruzada contra la Hermandad no nace con Mamdani. Desde su primer mandato, Trump ha recibido presiones para designarla como organización terrorista, tanto desde el Congreso —con pesos pesados del Partido Republicano como Ted Cruz, Tom Cotton o Elise Stefanik— como desde gobiernos aliados en la región y anti Hermandad, empezando por Egipto, Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos.

Los atentados del 7 de octubre de 2023 de Hamas –recordemos, ala de la Hermandad en Palestina– y la consecutiva guerra de Israel en Gaza reactivaron ese debate.

La orden firmada no es una designación, sino que inicia un proceso para considerar como Organización Terrorista Extranjera (Foreign Terrorist Organizations, FTO) y Terrorista global Especialmente Designado (SDGT) a capítulos concretos del movimiento en Egipto, Jordania y Líbano. El secretario de Estado y el del Tesoro deben entregar en 30 días un informe conjunto, y la administración dispone después de 45 días para actuar.

En la práctica, esto abre la puerta a congelar activos, prohibir la entrada en EEUU y procesar penalmente a dirigentes del movimiento islámico. Parte de la derecha trumpista ha recibido el anuncio con entusiasmo matizado: critica que queden fuera explícitamente las ramas en Qatar y Turquía, cuyos líderes mantienen también excelentes relaciones con Trump.

Aunque Ankara no ha reaccionado oficialmente, diarios como Cumhuriyet subrayan que la medida “puede abrir un nuevo foco de tensión en la línea Ankara-Washington”. El exportavoz del partido gubernamental AKP (Partido de la Justicia y el Desarrollo) Ömer Çelik ya anunció en 2019 que esa eventual designación podría ser un grave desarrollo que alentaría al resurgir de grupos como el ISIS y entorpecería el frágil proceso democrático en algunos países de la región.

La respuesta ha sido similar en Qatar, donde analistas locales lo ven como un aviso velado contra Doha y su ecosistema pro-Gaza. Pero el anuncio tiene claros límites de facto, como el hecho de que la Casa Blanca haya aceptado apoyar al ex yihadista de Al-Qaeda Ahmed al-Sharaa al frente de Siria cuando se cumple un año de su llegada al poder tras derrocar al sanguinario régimen de Bashar al-Assad. El islamista ha reconocido vínculos ideológicos con la Hermandad.

La elección de esta vía intermedia no es casual. Daniel Byman, experto en terrorismo en Oriente Medio de la Universidad Georgetown, lleva años subrayando que la Hermandad no es un actor monolítico, sino un paraguas bajo el que coexisten realidades muy distintas según el país: desde grupos que han pasado a la violencia armada hasta oposiciones islamistas legales que compiten en elecciones o gestionan obra social. Tratarla como una única organización centralizada, afirma, es falso en términos empíricos y frágil en términos jurídicos.

Otros expertos, como Michael Jacobson y Matthew Levitt, del Washington Institute, publicaron justo unos días antes, el 18 de noviembre, un documento titulado “Un enfoque más eficaz para contrarrestar a los Hermanos Musulmanes”, donde defienden una estrategia de concentrarse en ramas concretas y en nodos financieros.

El artículo sostiene que, tras el atentado incendiario antisemita de Boulder (1 de junio) atribuido a un simpatizante de los Hermanos Musulmanes y en medio de la presión del Congreso para designar a todo el movimiento como organización terrorista, la administración Trump debería renunciar a una etiqueta global e indiscriminada —inviable jurídica y políticamente para una red sin mando único— y optar por una estrategia “quirúrgica”.

Esta sería usar la figura de SDGT contra entidades de la órbita de la Hermandad que financian a Hamas (como la Union of Good, la Federation of Islamic Organizations in Europe o el Popular Conference for Palestinians Abroad, además de varias “falsas ONG” repartidas por Europa, Oriente Medio y África.

También sería reservar la designación de FTO solo para ramas que ya han cruzado la línea de la violencia (como el capítulo jordano implicado en complots terroristas o la libanesa al-Jamaa al-Islamiyah y sus Fuerzas al-Fajr, coordinadas con Hezbolá), siguiendo el precedente de los grupos escindidos egipcios designados en el primer mandato de Trump, porque solo así —basándose en pruebas sólidas y casos concretos— podrá golpear eficazmente la financiación de Hamas, disuadir a otras ramas de recurrir a la violencia y convencer a aliados, en especial europeos, de sumarse a sanciones y acciones legales.

De hecho, Levitt, que al igual que Jacobson es un ex alto cargo en antiterrorismo del aparato de seguridad de EEUU, opinó públicamente en LinkedIn que Trump les ha copiado la idea.

En Oriente Medio, esta orden ejecutiva consolida una línea de fractura: de un lado, el eje anti-Hermanos formado por Egipto, Arabia Saudí y Emiratos; del otro, el eje Turquía-Qatar.

En Egipto, el impacto práctico es limitado. El régimen de Abdel Fattah al-Sisi libró su propia guerra total contra los Hermanos Musulmanes tras su golpe militar de 2013. En Jordania, el movimiento ha tenido partido propio, presencia parlamentaria y ministros en gobiernos sucesivos, siendo tratado como una oposición leal.

El análisis de Zvi Bar'el en el diario Haaretz insiste en que ni Egipto ni Jordania han necesitado nunca una orden presidencial estadounidense para reprimir a los Hermanos Musulmanes.

Turquía ofrece un caso especialmente complejo. El AKP de Recep Tayyip Erdoğan es prácticamente una sucursal de la Hermandad y comparte raíces en el islam político. Tras el golpe de al-Sisi, Ankara acogió a centenares de cuadros egipcios en su territorio y da también cobijo a militantes y líderes de Hamas.

Qatar, por su parte, es el pilar financiero y diplomático más evidente. Durante años ha financiado proyectos ligados al movimiento y ha ofrecido cobertura mediática a través de su órgano de propaganda, la cadena Al Jazeera.

Más allá de las capitales, el decreto impacta en cómo se construye la categoría de “terrorismo”. Al Jazeera denuncia que el término se utiliza como etiqueta política.

Nathan Brown, especialista en política árabe de la Universidad George Washington, ha llamado la atención sobre las consecuencias negativas que esta orden ejecutiva puede tener para refugiados, exiliados y diásporas.

Todo esto ocurre en plena volatilidad del alto el fuego entre Israel y Hamas. La orden refuerza la tesis de que no hay diferencia significativa entre Hamas, la Hermandad y otros actores islamistas. La orden nace en parte para corregir una imagen incómoda ante la base, pero desplegará sus efectos en El Cairo, Amán, Estambul o Doha.