Zohran Mamdani

Zohran Mamdani

Opinión La máquina invisible

¿Una nueva Nueva York?

María Millán
Publicada

La taza con I ❤️ NY sigue en mi alacena. No soy la única. También está en la de tantos que encontramos en su nostálgica promesa un llamado a entregarnos a tope para alcanzar nuestra cima, tarareando mentalmente con Frank Sinatra.

Esa taza es un artefacto de arqueología emocional. Un resto de cuando Nueva York no era simplemente una ciudad, sino una aspiración.

Cuando llegar allí significaba algo. Cuando el umbral de la ciudad generaba epifanía, lo mismo que los castillos o las catedrales: un cambio interior simplemente al cruzar sus magníficos umbrales.

Desde que Ayn Rand escribió El Manantial hace 80 años —ese relato épico de la construcción de Nueva York que se convirtió en manual de supervivencia para ambiciosos, talentosos, individualistas— son muchos los que han ido a Nueva York a medirse en el terreno más duro. Nueva York ha sido durante décadas el punto de llegada para la élite y para todos los que querían llegar a la cima o morir en el intento.

Nueva York, más que una ciudad, ha sido un territorio mental. Una marca global con dos vertientes: la cotidiana, la de la percepción física, y la simbólica, altamente emocional.

Para sentirte en plenitud, Nueva York ya no era garantía de nada

El umbral físico venía marcado por la promesa de lujo exuberante o por la aspiración de rascar los cielos. A nivel emocional, el umbral venía de saberse autor de un triunfo reconocible por todos, logrado a base de ambición y esfuerzo desaforados.

Durante unos años, la hiperdigitalización redujo la necesidad de un territorio físico para representar el éxito. Con la Covid cambiaron las tuercas. Para influir ya no hacía falta vivir en Nueva York, pisar esas aceras, ni respirar ese aire contaminado. Con un portátil y una conexión a internet, puedes conquistar el mundo desde Florida, Texas, Bali o Valencia, donde el clima y el coste de vida son mejores.

Para sentirte en plenitud, Nueva York ya no era garantía de nada.

Los datos lo demuestran. La ciudad perdió casi medio millón de habitantes entre 2020 y 2024. Y a fecha de hoy, alrededor del 40% de los millennials afirma estar contemplando dejar Nueva York, y el 20% de los 463 millones de pies cuadrados de oficinas en Manhattan están vacíos. La ciudad que nunca duerme parece estar haciendo la siesta.

Y sin embargo, justo cuando parecía confirmarse el diagnóstico terminal, Nueva York eligió a Zohran Mamdani, de 34 años, como su primer alcalde musulmán, en la elección municipal con mayor participación desde 1969. Más de dos millones de personas votaron. La ciudad se movió.

Mamdani llegó con 100.000 voluntarios, dominio absoluto de las redes y un mensaje tan simple como seductor: asequibilidad

Pero conviene no confundir movimiento con resurrección.

Mamdani llegó con 100.000 voluntarios, dominio absoluto de las redes y un mensaje tan simple como seductor: asequibilidad.

Venció a Andrew Cuomo, que intentaba regresar tras renunciar en 2021, por acusaciones de acoso sexual, y a Curtis Silwa, un republicano al que nadie tomó en serio. Ganó porque la alternativa era un menú de restos.

Y, por si fuera poco, Eric Adams, el alcalde saliente, lo hace también arrastrando escándalos y las peores cifras de aprobación de la historia. Un contexto competitivo que rozaba lo patético, en el que Mamdani obtuvo el 50.4% de los votos. Es decir, una victoria clara, pero no abrumadora.

Y ¿Quién votó por él? Los jóvenes: fueron ellos los que impulsaron récords históricos de votación anticipada, Votaron por él, los que nunca tuvieron un apartamento en Manhattan ni les importa. Para ellos, Nueva York no es épica. Es carísima. Y Mamdani les prometió acceso.

Porque prometer asequibilidad en Nueva York suena, en el mejor de los casos, a ingenuidad

Pero hay un matiz: los votantes judíos favorecieron a Cuomo sobre Mamdani por 29 puntos, 60% contra 31%. Y la comunidad judía en Nueva York no es simplemente grande—es la más grande fuera de Israel—sino históricamente determinante en lo que ha definido a esta ciudad: el dinero. 

Durante generaciones, inmigrantes judíos alemanes establecieron las casas financieras que definieron Wall Street: Goldman Sachs, Lehman Brothers, Kuhn Loeb, Salomon Brothers. Estas firmas transformaron Estados Unidos de una nación deudora en una superpotencia financiera.

Y siguen ejerciendo una influencia profunda en Nueva York, como una comunidad que, aunque ya no monopoliza Wall Street, sigue teniendo peso en inversión, filantropía, desarrollo inmobiliario y cultura. De hecho, En Nueva York, más que en ninguna otra ciudad americana, el dinero no es sólo economía: es identidad. 

Así que, al parecer, Mamdani ganó con entusiasmo juvenil pero sin consenso institucional. 

Y aunque Mamdani es un socialista declarado, como representante de la grandiosa Nueva York, abrió su discurso de victoria citando a Eugene Debb y prometiendo "la agenda más ambiciosa" desde hace casi un siglo. Palabras que los críticos cuestionan, señalando su relativa inexperiencia ejecutiva, y los desafíos para cumplir su agenda altamente progresista.

Porque prometer asequibilidad en Nueva York suena, en el mejor de los casos, a ingenuidad. 

El sueño neoyorquino siempre fue elitista, darwiniano, brutal. Era conquistar o morir. No era "todos caben". La seducción de Nueva York nunca fue inclusiva. Era la seducción del vértigo, del que se atreve, del que no pide permiso.

Y aquí está el problema: hacer Nueva York asequible no garantiza revitalizarla. 

Puede simplemente convertirla en una ciudad razonable, justa, inclusiva. Y aburrida. Porque esta ciudad que seduce por ser inalcanzable puede dejar de seducir cuando se vuelve accesible.

En sus mejores tiempos, Nueva York era más que una ciudad. 

Era el espejo donde el mundo se miraba con deseo de grandeza. Desde Madrid, desde São Paulo, desde Tokio; Nueva York representaba la promesa de que si tenías hambre suficiente, si estabas dispuesto a sacrificarlo todo, podrías alcanzar la cumbre. 

No importaba de dónde vinieras. Importaba hasta dónde estabas dispuesto a llegar.

Esa promesa se diluyó. Primero con la digitalización, luego con la Covid, finalmente con el hastío. 

Y cuando Nueva York dejó de importar, algo se rompió en el imaginario global. Perdimos el lugar donde medirte, donde fracasar con estrépito o triunfar con gloria.

Hemos perdido el espejo donde mirarnos con deseo de grandeza. Y en su lugar tenemos píxeles, likes y la tibieza de quien ya no aspira a conquistar nada porque la frustración se apacigua de inmediato, abriendo el móvil, y a base de clics, en vez de luchar por un cambio real.

En esta nueva realidad, Nueva York no murió. Simplemente dejó de importar.

Con Mamdani, la ciudad tiene una última oportunidad. Quizás funcione, o quizás descubramos con él que, al repartir la ambición como un derecho, la volvemos trivial. Que el precio de hacerla accesible es vaciarla de épica.

El tiempo lo dirá. Por ahora, lo que tenemos no es una resurrección. Es un experimento.

Mi taza con I ❤️ NY sigue en la alacena. Pero ya no sé si la miro con nostalgia o con sentido del humor. Ahí se queda. Sigue gustándome.