La nieve cubre parte del tejado del Consulado de Estados Unidos en Nuuk, Groenlandia, 5 de febrero de 2025.

La nieve cubre parte del tejado del Consulado de Estados Unidos en Nuuk, Groenlandia, 5 de febrero de 2025. Reuters

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Nuevo juego ártico: Groenlandia coquetea con comerciar con China ante las amenazas de Trump y el poco apoyo de la UE

La isla ha visto en la crisis diplomática y geopolítica desatada en torno a su soberanía una oportunidad para mejorar sus condiciones.

Más información: Groenlandia pide a la UE que no se "esconda" de Trump: "Quieren apoderarse de nuestro país por encima de nuestras cabezas"

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El lunes pasado se celebró, en Finlandia, una cumbre de líderes nórdicos que trajo consigo una novedad: la presencia de Aksel Vilhelmsson Johannesen, el primer ministro de las Islas Feroe, y de Jens-Frederik Nielsen, el primer ministro de Groenlandia.

Dos figuras que no suelen estar invitadas a este tipo de encuentros (no lo estuvieron, por ejemplo, en una cumbre similar celebrada en mayo del 2024).

Oficialmente, su aparición en la ciudad finesa de Turku, que es donde tuvo lugar la reunión, tenía como objetivo reivindicar la condición nórdico-europea de ambos lugares y, en particular, la de Groenlandia después de las polémicas declaraciones de Donald Trump.

Y es que el pasado mes de marzo el presidente de Estados Unidos volvió a recordar que la primera economía del mundo "necesita" hacerse con la isla que tutela actualmente Dinamarca "por una cuestión de seguridad nacional y también de seguridad internacional”. "De un modo u otro la vamos a conseguir", añadió.

Extraoficialmente, sin embargo, la cumbre celebrada el lunes en Turku encerraba otro motivo: que Groenlandia se sienta arropada, bien tratada y dispuesta a seguir vinculada comercialmente a Occidente (y, a poder ser, poniendo a Europa por delante de Norteamérica).

De hecho, el miedo a que se aleje de la órbita occidental creció apenas unas horas después del encuentro, cuando la ministra de Negocios y Recursos Minerales del lugar, Naaja Nathanielsen, se reunió con periodistas del Financial Times y declaró estar dispuesta a escuchar propuestas de China para explotar los yacimientos minerales groenlandeses.

"Queremos desarrollar nuestro sector empresarial, diversificarlo, y eso requiere inversiones externas", explicó Nathanielsen.

"Nuestra prioridad es asociarnos con socios europeos y estadounidenses, pero si estos no aparecen debemos buscar en otros lugares”, añadió al ser preguntada específicamente por el gigante asiático.

Molestan las formas de Trump

Además de su localización estratégica en el cada vez más disputado Ártico, Groenlandia alberga grandes yacimientos minerales –de oro y cobre, entre otros– cuyo problema reside, sobre todo, en su inaccesibilidad. Es decir: para extraerlos hay que invertir bastante dinero.

Tanto en infraestructura como en crear nudos logísticos mínimamente funcionales.

Al respecto, Nathanielsen ha recordado que el acuerdo firmado con Estados Unidos durante el primer mandato de Trump para incentivar el desarrollo de la industria minera groenlandesa está llegando a su fin.

Y ha recordado, también, que Groenlandia ya intentó renovarlo durante la presidencia de Joe Biden. Sin éxito.

En ese sentido, y desde un punto de vista meramente conceptual, el interés de Trump en la isla es bienvenido. El problema tiene que ver con las formas y con el fondo. Es decir: con el alcance que tendría ese interés.

Según Nathanielsen, después de su reelección lo que esperaba el gobierno de coalición groenlandés era recibir, desde Washington, una serie de atractivas propuestas comerciales.

No un mensaje de tinte imperialista sobre el futuro político de la isla enunciado, además, con un tono amenazante.

"Esperábamos que Trump estuviese dispuesto a negociar el desarrollo del sector minero, pero terminamos recibiendo más de lo que habíamos pedido", ha expresado –no sin cierta sorna– la ministra. "Porque nosotros no deseamos ser estadounidenses".

Esta última declaración casa con el sentir predominante entre los 57.000 habitantes de Groenlandia.

Cuando el escritor James Meek visitó hace unas semanas el lugar con la misión de tomarle el pulso ante las ambiciones de Trump, una radiografía que sería luego publicada en la revista London Review of Books, cayó en la cuenta de que ni siquiera los groenlandeses más dispuestos a largar amarras con Dinamarca y acercarse a Estados Unidos quieren lo que el inquilino de la Casa Blanca propone.

"Amo Estados Unidos, pero no quiero que Groenlandia pase a formar parte del país", resumía un pastor protestante de origen estadounidense que Meek se encontró en la pequeña ciudad de Ilulissat.

"Queremos lo mejor para Groenlandia, por supuesto, pero manteniendo la independencia". De ahí la frialdad con la que los distintos emisarios de Trump –entre ellos uno de sus hijos– han sido recibidos recientemente por esos lares.

Además, y como era de esperar, saber que la inteligencia estadounidense anda destinando recursos para tratar de facilitar ese horizonte no ha contribuido a mejorar la sintonía entre Nuuk, la capital groenlandesa, y Washington.

La filtración –publicada inicialmente por el Wall Street Journal– indica que Tulsi Gabbard, la nueva directora de Inteligencia Nacional, el departamento que coordina a las dieciséis agencias de inteligencia de Estados Unidos, habría dado orden de desplegar agentes sobre el terreno para conocer mejor las dinámicas isleñas.

"El Wall Street Journal debería avergonzarse de haber aireado información clasificada", declaró visiblemente molesta la propia Gabbard al enterarse. "Está socavando nuestra seguridad nacional".

Relación con la UE

Por su parte, la Unión Europea tampoco parece estar haciendo demasiados méritos a la hora de ganarse a los groenlandeses. Los cuales –cabe recordar– mantienen una relación un tanto tirante con su metrópolis.

Según pudo saber Meek cuando estuvo recorriendo la isla, sus habitantes no odian a Dinamarca pero sí consideran que el país escandinavo lleva más de un siglo explotando sus recursos en beneficio propio. Y eso les molesta.

Un ejemplo de esto último se puede encontrar en el documental Greenland’s White Gold. Cuenta la historia de una mina destinada a la extracción de criolita que estuvo en funcionamiento desde 1859 hasta 1987 y cuenta, también, cómo la mayoría de los 53.000 millones de euros (aproximadamente) que dio de beneficio durante todo ese tiempo fueron a parar al grupo de daneses que gestionaba la operación.

En Groenlandia el documental fue visto como una prueba más de cómo Dinamarca ha explotado durante siglos su riqueza natural sin recibir nada –o muy poco– a cambio.

Y en Dinamarca la productora del documental, un medio público llamado Danish Broadcasting Corporation, tuvo que retirarlo de su portal de Internet diez días después del estreno debido a la hostilidad con la que fue recibido.

Teniendo el sentir groenlandés en cuenta, es lógico concluir que un par de invitaciones a cumbres nórdicas y una serie de declaraciones institucionales emitidas desde Copenhague y Bruselas criticando a Washington por querer anexionarse el lugar no van a bastar para ganarse a Groenlandia.

Máxime cuando esas invitaciones y esas declaraciones no parecen ir acompañadas de propuestas inversoras que suenen interesantes también para Nuuk.

Porque, en última instancia, eso parece ser lo que más interesa a los habitantes de la isla ártica: la entrada de cantidades ingentes de dinero que mejoren el presente de un sitio que hasta ahora no parecía importarle demasiado a nadie.

Si la alteración del orden mundial que estamos viviendo ha cambiado esa percepción, piensan allá, bienvenida sea.