Los bomberos trabajan en el lugar donde se encuentran las casas dañadas por un ataque de misiles rusos

Los bomberos trabajan en el lugar donde se encuentran las casas dañadas por un ataque de misiles rusos Reuters

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Juicios-farsa y ejecuciones públicas: así planeó Putin la represión si hubiese invadido Kiev

Cerca de los trescientos días de contienda, el prestigioso centro británico ha publicado un resumen de los objetivos, los logros y los fracasos del ejército ruso.

2 diciembre, 2022 02:22

Rapidez y engaño. Esas eran, según el informe del Instituto Real de Servicios Unidos (RUSI), los dos elementos sobre los que descansaba todo el planteamiento de invasión de Ucrania por parte de Rusia en febrero de 2022. Cuando nos acercamos a los trescientos días de contienda, el prestigioso centro británico ha publicado esta misma semana un resumen de los objetivos, los logros y los fracasos del ejército ruso y sus superiores políticos recurriendo a fuentes que no se pueden citar en el documento, pues supondrían, en palabras del propio RUSI, un perjuicio para los involucrados.

El informe fecha en marzo de 2021 el inicio de la planificación de la guerra por parte de Moscú. La ausencia de reacción por parte de Occidente a una serie de ejercicios militares en la frontera entre Bielorrusia y Ucrania llevaron a pensar al Kremlin que esa misma falta de reacción se volvería a producir en idénticas circunstancias al año siguiente. A eso había que sumarle, siempre según la inteligencia rusa, la supuesta desafección del pueblo ucraniano hacia sus políticos y su supuesta devoción por la Federación Rusa, a la cual veían como representante de un pueblo hermano y aliado.

A esta presentación de Ucrania como un país dividido y derrotado, decepcionado con los resultados de la revolución del Euromaidán de 2014 y deseoso de volver a tener un líder prorruso en el gobierno, se unió el contagioso entusiasmo de Valeri Gerasimov, jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas. Gerasimov aseguró tanto a Putin como a toda la plana mayor del Kremlin, que el ejército ruso no solo seguía siendo el segundo más poderoso del mundo, sino que, en términos de guerra convencional, estaba a un paso de adelantar a Estados Unidos. Las mismas palabras que repitió a quien le quisiera escuchar en las cumbres internacionales. 

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A todo ello hay que sumarle el enorme error de cálculo de Volodimir Zelenski y buena parte de sus socios europeos al despreciar la información de la inteligencia estadounidense. El Pentágono ya venía avisando desde otoño de 2021 de una invasión a escala nacional, sin que sus aliados le acabaran de hacer demasiado caso.

Cuando Rusia se lanzó a la aventura, lo hizo convencida de que el conflicto se cerraría en diez días y que la anexión de Ucrania como una región más de la Federación Rusa podría anunciarse en agosto de 2022. Era imposible que desde Kiev se reaccionara al golpe sin ayuda externa y la movilización occidental ya llegaría demasiado tarde.

La resistencia de la capital

Lo cierto, por increíble que parezca ahora, es que Rusia estuvo a punto de cumplir su objetivo. Según el RUSI, el empeño de Zelenski en proteger la región del Donbás, convencido de que el ataque ruso se ceñiría a esa zona, hizo que la proporción de tropas al norte de Kiev fuera de 12 a 1 en favor de los atacantes. Si a eso le sumamos la rápida conquista del territorio al norte de Crimea en el flanco este del río Dniéper -Jersón, Melitopol, Energodar, las inmediaciones de Mariúpol…- y la toma de diferentes centros neurálgicos del país, como la central nuclear de Zaporiyia, que quedó bajo control ruso al octavo día de la invasión, la situación para Zelenski y los suyos llegó a ser dramática.

¿Qué falló entonces para que la tortilla diera la vuelta por completo? Rusia partía de unos supuestos equivocados, según el informe: la población ucraniana no estaba dispuesta a dejarse avasallar, la desafección política se ceñía a lugares muy concretos del país… y su ejército no estaba en condiciones de ocupar tanto territorio y mantener funcionando las líneas de suministro durante mucho tiempo. Fue el empeño ucraniano y su rápida movilización lo que impidió que Kiev cayera en manos rusas y esa resistencia no solo dio tiempo a las fuerzas occidentales a unirse en torno a Zelenski, sino que obligaron al ejército ruso a sostener un ataque que solo tenía sentido en forma de avalancha.

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Las imágenes de los tanques invasores parados en interminables filas de kilómetros y kilómetros, sin combustible, congelados, blanco fácil de las acciones de los partisanos o del propio ejército ucraniano, llenaron los telediarios de todo el mundo para mayor oprobio de Gerasimov, Shoigu y todos los que habían preferido darle la razón a Putin en sus planes en vez de contarle la verdad.

Rusia pensó que, tras tomar Kiev, el resto del país caería como piezas de dominó, pero no contaba con que Kiev resistiría. Nadie se lo planteó siquiera. En cuanto la guerra cumplió su undécimo día, las fuerzas armadas colapsaron. No había planes más allá.

La represión de los servicios secretos

O los había, pero no para ellos. El objetivo, según el informe del RUSI, era que los servicios de inteligencia se encargaran de controlar la situación a partir de ese undécimo día. Y que lo hicieran con la misma contundencia con la que el ejército se había comportado en el frente de batalla. Putin estaba tan convencido de su éxito que había planeado incluso la represión posterior, dividiendo a posibles rivales y aliados en cuatro listas que marcarían su futuro en la Ucrania ocupada.

La primera lista incluía a aquellos que tenían que ser asesinados sí o sí. El objetivo era matarlos en operaciones especiales o condenarlos en juicios-farsa para amedrentar a la ciudadanía y ejecutarlos después en lugares públicos. A esta lista pertenecían la gran mayoría de los cargos del gobierno de Zelenski, aunque el Kremlin daba por hecho que buena parte de dichos cargos habrían huido a Occidente en cuanto supieran de la invasión. También serían objeto de persecución y ejecución todos aquellos que hubieran participado activamente en la revolución del Euromaidán, que obligó al prorruso Viktor Yanukovich a abandonar el país rumbo a Moscú metido en el maletero de un coche.

Escena del Euromaidán de 2014 en Kiev.

Escena del Euromaidán de 2014 en Kiev.

La segunda lista estaba formada por aquellos que no habían jugado un rol muy relevante en el Euromaidán, pero que, aun así, por sus ideas o su involucración en las revueltas, merecían ser ejecutados o, cuando menos, “disuadidos” por los servicios secretos. Esta lista no estaba completa, pues la idea era depurar casi puerta a puerta a los enemigos que habitaban entre la población civil, sentando así un ejemplo que condicionara la más mínima disidencia.

En las otras dos listas figurarían aquellos que se habían mostrado neutrales y que podían colaborar con una administración rusa si se les “animaba” lo suficiente a ello y, por último, los entusiastas prorrusos que no dudarían en ayudar al ejército invasor y a su brazo político a poner orden en el país. Putin había planeado incluso el envío de un enorme contingente de profesores con el fin de “reeducar” a niños y jóvenes ucranianos y convencerles de que, efectivamente, Rusia y Ucrania formaban un mismo país, dijeran lo que dijeran sus padres.

La propaganda en Occidente

Estas afirmaciones cuadran con lo que hemos visto durante estos meses en las zonas ocupadas, donde el sistema educativo ruso se ha tratado de imponer y las torturas y ejecuciones han sido moneda habitual de cambio. La idea era hacer un brutal y sanguinario escarmiento en todo el país para que pagaran por su insolencia europeísta. El Parlamento no sería disuelto como tal, sino que serviría para apuntalar la administración prorrusa con la formación de un Movimiento por la Paz con miembros de todos los partidos. 

¿Y cuál era el plan para Occidente? Rusia estaba convencida de que podría acabar con la resistencia ucraniana en diez días, pero ¿cómo no tuvieron en cuenta que tanto la Unión Europea como la OTAN inmediatamente se pondrían del lado de Zelenski y mandarían todo tipo de armas y suministros en su apoyo? Primero, como hemos dicho antes, en el Kremlin estaban convencidos de que no les daría tiempo. Para cuando quisieran reaccionar, Kiev ya habría caído y los hechos consumados acabarían con cualquier solidaridad. De hecho, este mensaje de “aceptar la superioridad rusa y negociar la paz” se repitió por toda Europa, incluida España, durante las primeras horas de la invasión. 

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En segundo lugar, Rusia dio por hecho que la supuesta puerilidad occidental iba a impedir cualquier intento de reacción. Ahí, tenía que funcionar la propaganda de nuevo en dos sentidos: por un lado, difundir la idea de que la alianza energética con Rusia era más importante que una disputa lejana… y, por supuesto, recordar cada dos por tres que el conflicto podía derivar en una guerra nuclear, algo que, de hecho, se sigue haciendo con cierta asiduidad, para que a nadie se le olvide.

Sea como fuere, si Ucrania es hoy un país libre, se debe principalmente al empeño de sus propias fuerzas armadas y a la unidad de su pueblo. Sin esos dos factores, la ayuda internacional, efectivamente, habría llegado demasiado tarde. Incluso reaccionando a destiempo, Ucrania consiguió parar el golpe ante un enemigo al que no conviene hacer de menos. Una proporción de doce a uno en el combate indica hasta qué punto la defensa de Kiev tuvo un punto heroico. A partir de ahí, el desastre ruso. Un desastre que no parece disuadir al Kremlin en su empeño. Más de nueve meses después, ahí sigue el ejército invasor ocupando un territorio que no le pertenece. Cada vez menor y peor defendido, de acuerdo, pero sin visos de una retirada inminente.