Xi Jinping durante la

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Sólo la Covid desafía el poder de Xi: un récord de contagios amenaza al líder más buscado del mundo

Tiene el convencimiento de que toda salida diplomática al conflicto ruso-ucraniano pasa necesariamente por sus manos y no las de Washington.

26 noviembre, 2022 02:10

La pasada reunión del G20 nos dejó una enorme cantidad de imágenes simbólicas: de entrada, la constatación de la fragilidad física de Joe Biden, a sus 80 años; a continuación, la ausencia de Vladimir Putin, completamente aislado en el Kremlin y sustituido por un Sergéi Lavrov del que aún no sabemos si tuvo que ser ingresado en un hospital a su llegada. Por último, la omnipresencia de un Xi Jinping que sabía que estaba ante su gran momento y no lo quiso desaprovechar: reuniones con unos, fotos con los otros y el convencimiento común de que toda salida diplomática al conflicto ruso-ucraniano pasaba necesariamente por sus manos y no las de Washington.

Xi tuvo tiempo incluso de abroncar delante de las cámaras a Justin Trudeau, el primer ministro de Canadá, por haber filtrado a la prensa su conversación del día anterior. Un hecho que probablemente no fuera puntual y que, en cualquier caso, al presidente chino le sentó muy mal. O, al menos, pareció que le había sentado muy mal, lo que en términos de imagen viene a ser lo mismo: lo que vio el mundo fue a Xi viniéndose arriba ante un Trudeau balbuceante que no sabía muy bien qué decir. Toda la secuencia del vídeo, no nos engañemos, destilaba poder.

El mismo poder, por otro lado, que transmitían las imágenes de Hu Jintao, pelo cano incipiente, abandonando el XX Congreso del Partido Comunista Chino en extrañas circunstancias. Poco se ha sabido de Jintao desde entonces, pero el hecho de que su retirada forzosa del recinto llegara horas después de que Xi, desde la tribuna, hubiera señalado su presidencia y la de Jiang Zemin como malos ejemplos de culto al dinero y el individualismo, invitan a pensar en un nuevo acto de depuración política. 

La bronca del líder chino Xi al canadiense Trudeau acusándole de filtrar una conversación

Xi no solo es, probablemente, el hombre más poderoso del planeta -dirige con puño prieto un país cuyo imperio comercial se extiende por estados de todo el mundo-, sino que quiere dejarlo claro. Es posible que el desplante de Nancy Pelosi y otros congresistas estadounidenses este verano con su visita a la isla de Formosa haya influido a la hora de decidir este cambio en su imagen pública. China no va a permitirse otro papelón así. Desde luego, no con Xi, para quien la anexión de Taiwán es una prioridad obsesiva, como presidente. Lo que nos lleva, como mínimo, a 2027, pues acaba de ser reelegido para un tercer mandato, algo inédito desde los tiempos de Mao.

El último mes de Xi ha sido, como decimos, de esplendor y gloria. En un mundo abocado al multilateralismo salvo que Occidente se ponga las pilas, la autodestrucción de Rusia solo deja a China como gran alternativa. Una alternativa a la que, además, no le importa involucrarse en todas las fiestas y todos los mercados. La famosa frase de Marx, “la infraestructura (propiedad de los medios de producción) determina la superestructura (el pensamiento dominante en una época)”, parece ser la guía de Xi y su República Popular. Xi no amenaza con misiles, simplemente se dedica a comprar puertos marítimos, construir kilómetros de vías de tren y habilitar carreteras donde solo había desiertos.

[Xi abronca en público a Trudeau en el G20 por sus filtraciones a la prensa: "Esto no es apropiado"]

Ahora bien, durante la última semana, el sueño embriagador del poder parece haberse agitado. La culpa, como hace tres años, la tiene la Covid-19. Es importante analizar la gestión de la pandemia por parte del gobierno de Xi desde una perspectiva sanitaria, pero, sobre todo, política. En 2019, Xi se enfrentaba con estudiantes excesivamente protestones en Shanghai y Hong Kong. El propio enriquecimiento del país había provocado el establecimiento de una clase media que quería su cuota de poder y de libertad. Las manifestaciones se repetían pese a la represión constante de la policía.

En ese sentido, y sin ningún afán conspiratorio, hay que decir que la pandemia le vino muy bien a China desde el punto de vista político… aunque estén por ver las consecuencias económicas de ese aprovechamiento. En primer lugar, la rápida construcción de hospitales en Wuhan dio una imagen de solidez y eficacia que el país necesitaba de cara al exterior. En segundo, la política de “Covid cero”, que imperó en la mayoría de los países hasta que se vio que era económicamente ruinosa y sanitariamente inocua, permitió al estado dirigir abiertamente la vida de sus ciudadanos.

Las dos caras del Covid Cero

El sacrificio del “Covid cero” es evidente en un país que vive de las exportaciones y el comercio. Es, además, un sacrificio compartido, pues el resto del mundo está a la espera de que se levanten determinadas restricciones para poder seguir comprando productos manufacturados y hacer despegar así sus propias economías. Por eso mismo, hay que incidir en su función política como única explicación. Tres años después, insistimos, el ciudadano chino puede trabajar, comprar o salir a la calle solo cuando su gobierno lo considera oportuno.

Justificaciones sanitarias puede haberlas en un país donde más del 80% de la población ha sido vacunada, pero ese porcentaje ronda el 50% entre los mayores de ochenta años. Ahora bien, ahí el perro se va a morder siempre la cola: es el estado el que vacuna o no vacuna y es el mismo estado el que luego decide, en aras de la salud pública, que hay que poner en cuarentena un edificio entero por un solo caso. Por mucha fama de disciplinado que tenga el pueblo chino, es natural que llegue un momento en el que se desespere. Las mismas clases medias y trabajadoras que soñaban con una mayor influencia en la sociedad ven cómo, económicamente y en materia de libertades básicas, vuelven a estar bajo el yugo del partido.

[Violentas protestas en la mayor fábrica de Apple en China por la política 'Cero Covid' e impago de sueldos]

La aproximación del invierno ha provocado en todo el mundo la habitual subida de contagios… solo que, en el resto de países, esas subidas no tienen ya repercusiones sociales. En China, sí. El país de Xi Jinping está en pleno estallido récord, superando los 32.000 nuevos casos diarios, en su inmensa mayoría asintomáticos. Son números que solo alcanzó la pasada primavera, cuando hubo que cerrar de nuevo buena parte del país. Aunque no se trate de muchísimos casos, menos aún sobre una población de mil cuatrocientos millones de habitantes, las consecuencias son tan graves que ya han comenzado las primeras protestas.

Las imágenes de Guangzhou, una de las grandes ciudades del sur, hablan por sí mismas: ciudadanos derribando barreras y luchando contra policías con EPIs. Un cuadro absolutamente surrealista, similar al que se registró esta misma semana en la fábrica de iPhones más grande del mundo, situada en Zhengzhou, donde se juntó el hambre (un retraso en el pago de las nóminas) con las ganas de comer (la caótica implantación de las reglas anti-Covid). El jueves, un vecino de Chongqing fue detenido por la policía tras gritar desde su edificio en cuarentena: “Sin libertad, preferiría morir”.

El abuso de la paciencia

Aunque las posibilidades de un gran estallido social en China son muy escasas, es obvio que el hartazgo de la población puede minar de alguna manera la posición de Xi. No tanto entre las élites, que ya vimos en el Congreso que están perfectamente adiestradas, sino entre los ciudadanos de a pie. Debe de ser complicado ver que el resto del planeta se ha quitado las máscaras y convive lo mejor que sabe con el virus mientras cada tres por cuatro tu vida se paraliza por decisión del gobierno. 

Al igual que ha hecho en su política internacional, Xi tendrá que saber aquí caminar por el alambre: ir aflojando sus medidas sin que se interprete como una señal de debilidad; saber manejar los descontentos sin que estos se lo lleven por delante o le obliguen a una represión que manche la imagen de su régimen en el mundo. La evolución del brote marcará en buena medida las actuaciones del gobierno, pero no parece que esté aún en fase de remisión. La población china tendrá que armarse de paciencia… y ya se sabe que toda paciencia tiene un límite.