El Papa  Francisco llega  a la Plaza de los Héroes, durante su visita a Budapest.

El Papa Francisco llega a la Plaza de los Héroes, durante su visita a Budapest. Reuters

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El Papa, con casi 85 años, vuelve a los viajes extranjeros tras su operación de colon

En Hungría clausura el Congreso Internacional Ecuménico ante Viktor Orban tras una misa multitudinaria de dos horas, que pone a prueba su resistencia. 

13 septiembre, 2021 02:47
Budapest

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Veinticinco años después de Juan Pablo II, en 1996, un Papa ha vuelto a Hungría, bastión milenario del cristianismo y en los últimos años también del nacionalismo populista de derechas que lidera Viktor Orban. El jesuita argentino Jorge Bergoglio, el Papa Francisco, ha hecho este domingo un viaje relámpago de siete horas a Budapest, la capital húngara del Danubio, para celebrar la multitudinaria misa de clausura del 52º Congreso Eucarístico Internacional, que la iglesia católica impulsa desde hace más de 140 años y cuya actual edición se había aplazado en 2020 por la pandemia de la Covid-19.

El viaje de Francisco, que continúa hasta el miércoles 15 de septiembre con una visita apostólica a la vecina Eslovaquia, es noticia en sí mismo porque, a sus casi 85 años (los cumplirá el 17 de diciembre), representa el regreso a la carretera de las giras internacionales del anciano pontífice después de que hace apenas dos meses le operaran para extirparle 33 centímetros del colon.

Su voz, amplificada por los altavoces, ha sonado clara y suave, pero también parecía debilitada en comparación con la de cuando en 2013 fue elegido Papa en el Vaticano como sucesor de Benedicto XVI tras la renuncia por cansancio de éste, que en ese momento tenía precisamente 85 años. Sin embargo, teniendo en cuenta su edad y lo reciente de su seria operación quirúrgica, en realidad el nuevo viaje de Francisco se puede interpretar como una prueba de su fortaleza y resistencia física y mental y un indicador de su voluntad de seguir en acción liderando la iglesia de Roma como vicario de Cristo.

Ante decenas de miles de personas congregadas en Budapest en la plaza de los Héroes y la Avenida Andrássy, ha conminado a los cristianos a dar "el paso decisivo" que "falta", que es ir "de la admiración de Jesús, a la imitación de Jesús", lo que se puede entender como una exhortación a no quedarse en una proclamación de la fe vacía de solidaridad, sino a hacer el bien, "para servir, no para ser servido".

En su homilía en italiano, que leía con gafas y que se iba mostrando traducida en subtítulos en húngaro en las pantallas, el Papa ha alertado del riesgo del "mesianismo", la búsqueda por el pueblo de un "mesías potente", en aparente alusión entre líneas a las derivas populistas de cualquier signo que pueden traer líderes autoritarios, y también ha animado a "liberarse del culto" a la imagen propia, en claro mensaje contra el individualismo egoísta.

Frente a la idea de un Dios absoluto, totalitario, ha defendido la "fragilidad de Dios", que "está en la sencillez del pan" repartido y comido en comunidad como símbolo del cuerpo de Cristo.

El Papa Francisco saluda a Viktor Orban, presidente de Hungría, durante su visita a Budapest.

El Papa Francisco saluda a Viktor Orban, presidente de Hungría, durante su visita a Budapest. Reuters

El Papa Francisco ha llegado a Hungría en un momento en que el gobierno de Viktor Orban, del ultranacionalista partido Fidesz, en el poder con amplia mayoría desde 2010 (también fue primer ministro de 1998 a 2002), acaba de reafirmarse en su política xenófoba antiinmigración al negarse a acoger refugiados huidos de la nueva dictadura de los talibanes en Afganistán en un eventual reparto por cuotas que decida la Unión Europea, como ya se negó antes con los huidos de la guerra de Siria. Un rechazo, centrado en los migrantes de países de mayoría musulmana, en el que lo acompañan los gobiernos de Polonia y Austria, por ejemplo, y partidos de corte populista, nacionalista, ultras o radicales de derecha, según se les defina, como Vox en España.

Rechazo a los musulmanes

El temor y el rechazo a la llegada de extranjeros y en especial de musulmanes (en un país que estuvo más de 100 años bajo dominio de los turcos del imperio otomano, hasta el siglo XVII) se contradice totalmente con el claro mensaje de ayuda y apertura de fronteras a los migrantes que defiende la iglesia católica en consonancia con el credo de Jesús y que este papa ha relanzado con fuerza y de forma reiterada. En cambio, es coherente con el discurso tradicionalista de partidos como el de Orban que se presentan como defensores de la raíz cristiana de Europa, entendida más esa raíz como rasgo esencial de su identidad cultural que como ideario humanista. En los países centroeuropeos y del este de la UE con gobiernos más conservadores, como Hungría, donde los extranjeros representan el 5,24% de la población, en comparación con el 12,4% de España, pesa más el componente nacionalista de defensa a ultranza de una identidad cultural supuestamente amenaza por la globalización y el islam que los principios religiosos cristianod de protección del otro y diferente.

En esta ocasión, con el controvertido Orban en primera fila de la misa como anfitrión de Estado, el Papa Francisco ha sido diplomático y ha evitado referirse explícitamente a la inmigración y los refugiados. Sin embargo, por un momento, aunque sutilmente, el Papa parece que ha lanzado su mensaje solidario a través de los labios de su cardenal local, Péter Erdő, de la archidiócesis de Esztergom-Budapest, quien, durante la misa, ha llamado a los cristianos a trabajar a favor de "los perseguidos" que "sufren la desesperación", sin especificar nacionalidades. El cardenal, y por extensión el Papa, ha recordado que Budapest, antigua capital imperial durante el Imperio Austro-Húngaro, "es una ciudad de puentes", encarnados en los que unen las dos orillas del río Danubio entre Buda y Pest, y ha pedido que Hungría siga siendo como en el pasado "un puente entre Oriente y Occidente, entre distintas naciones".

Imagen de los asistentes a la misa ofrecida por el Papa Francisco en Budapest.

Imagen de los asistentes a la misa ofrecida por el Papa Francisco en Budapest. Reuters

La jornada húngara del Papa y su primera de trabajo en el extranjero desde su operación de julio ha comenzado muy temprano, cuando a las seis de la mañana se encaminada al aeropuerto romano de Ciampino para volar a Budapest, donde ha aterrizado antes de las ocho de la mañana. A continuación se ha reunido durante unos 40 minutos en el Museo Nacional de Bellas Artes, en la Plaza de los Héroes, con el primer ministro, Viktor Orban, y el presidente de la república, János Ádler, ambos del partido Fidesz. Después, Francisco se ha encontrado en el mismo lugar con los 36 obispos húngaros y con representantes del Consejo Ecuménico de Iglesias. Ha recorrido luego en el coche papamóvil el corto camino a través de la inmensa plaza hasta el lugar de la misa al aire libre, saludando de pie a la multitud a través de los cristales.

La misa, desarrollada en su mayor parte en latín, ha comenzado a las 11.30 horas con el gigantesco coro de hombres y mujeres cantando el Te Deum de Charpentier, música religiosa que es más conocida como himno de Eurovisión.

El Papa ha agradecido la presencia de representantes de otras iglesias cristianas, en particular el patriarca Bartolomé I de Constantinopla, cabeza del Patriarcado Ecuménico de la Iglesia Ortodoxa, y de comunidades judías, en un país donde 700.000 judíos sufrieron el holocausto nazi durante la II Guerra Mundial.

Superación ante la pandemia

El público ha vivido el acto como una demostración de superación frente a la pandemia. La mayoría guardaba distancia y no usaba mascarilla, después de que en Hungría se hayan levantado casi todas las restricciones al caer la tasa de incidencia, que la semana pasada era de 14 casos detectados de coronavirus por cada 100.000 habitantes. En la muchedumbre había gentes de toda edad y condición social: familias con muchos niños y banderas de Radio María, jóvenes turistas religiosos que no desentonan en una discoteca, parejas rurales de piel curtida y ropa muy humilde, feligreses con parasoles con el logo de la Unión Europea, un devoto que lucía la cruz tatuada en la pantorrilla derecha.

Francisco ha alabado el empeño de gran parte de la sociedad húngara (donde los católicos superan el 60%, a los que hay que sumar los seguidores de otras iglesias de Jesús) por preservar las "raíces" cristianas del país, que datan de cuando hace 1.000 años el rey Esteban I, considerado el fundador de Hungría, y coronado el 1 de enero del año 1001 en Esztergom, a orillas del Danubio, instauró esta religión como la del Estado.

Tras más de dos horas de misa, el sucesor de Pedro se ha despedido de su fugaz visita de peregrinación a Hungría (formalmente, venía de peregrino para el congreso eucarístico, no en viaje apostólico de Estado) y a las 14.30 horas partía de nuevo en el avión papal de Alitalia para la segunda y más larga etapa de esta gira centroeuropea que lo lleva a la vecina Eslovaquia. Aquí, hasta este miércoles, pondrá a prueba su salud y su voluntad con una intensa agenda de encuentros reducidos y actos masivos.

Su programa incluye, por ejemplo, una reunión con representantes gitanos del barrio marginal de Lunik IX, en la ciudad de Košice, con la que da visibilidad y apoyo a estos europeos tratados a menudo en el continente como extranjeros, que también fueron víctimas del exterminio nazi y que siguen clamando contra su discriminación.