La directora de escena, en el Teatro Real.

La directora de escena, en el Teatro Real.

Protagonistas

Bárbara Lluch: "Mi abuela (Nuria Espert) me ha inculcado que no lea las críticas… hasta más tarde"

Directora de escena, su personal versión de La sonnambula, con cambio de final, ha suscitado un intenso debate y está en el Teatro Real hasta el 6 de enero. 

4 enero, 2023 01:55

Bárbara Lluch (Barcelona, 1977) ha traído al Teatro Real una fresca irreverencia, cambiando el final de La sonnambula de Bellini. Por ello, ha recibido críticas y agradecimientos. “Esta ópera me tocaba de una manera muy directa porque soy mujer, tengo la edad que tengo y, por experiencias personales, yo quería contarla así”.

En el libreto, Elvino y el pueblo repudian a una inocente Amina porque ha entrado en la alcoba del conde. Elvino corre a casarse con Lisa. El conde lo impide, explicando que Amina es sonámbula. Final feliz: se casan. Pero no en esta versión. “No entiendo que digan que no es para tanto dejar que se casen”, dice Bárbara Lluc, sorprendida por la reacción de la crítica. “¡En el mundo en que vivimos…!”

La sonnambula ha generado un debate interesante: ¿Se puede cambiar un final? ¿Ha de hacerse una lectura literal del libreto? ¿Las acciones del sonámbulo delatan su subconsciente? Lo importante —dice la directora, que no es partidaria de la cultura de la cancelación es que la obra funcione. Y la apuesta es sólida.

Bárbara Lluch ha trabajado con los grandes directores de escena en el Teatro Real y en Covent Garden. Vive un gran momento personal y profesional. Su entusiasmo y naturalidad despiertan simpatía. Es valiente y va por libre.

¿Una vez estrenada, ¿ha alcanzado La sonnambula “velocidad de crucero”?
Todavía no. Independientemente del tiempo que ensayes, los artistas necesitan un tiempo para hacerlo suyo.

Cuando voy a la ópera como público, me gusta ir al estreno y al final. Lo interesante es cuando el artista integra las directrices que le has dado. Ese precioso camino es el que acaba de empezar.

¿Cuánto tiempo han tenido de ensayo?
5 semanas en total, dos con un reparto, dos con otro y un poco de ensayo en el escenario. Suficiente.

Me decía usted que la reacción de la crítica le ha sorprendido.
Intento no leer las críticas. Mi abuela (Nuria Espert) me ha inculcado a sangre “no leas las críticas… hasta más tarde”. Porque en el momento estás más vulnerable y cansado.

Pero, entre las redes sociales y la gente que te manda capturas y comentarios con buena intención... Dicen que Fulanita y Pepito están fantásticos, pero que la dirección no está bien… ¿Y quién piensa usted que los ha dirigido? También me ha sorprendido el revuelo generado por no casar a Amina.

¿Los dos muñecos colgados en el abeto son una declaración de intenciones?
No. Son el equivalente de los dos muñequitos que se ponen en la tarta de bodas —el novio y la novia— llevados al mundo rural.

La letra habla de ríos, árboles, de un paisaje bucólico, pero lo que se ve es un paisaje sombrío con tocones y un molino industrial.
Amina compara su amor con la naturaleza, pero no hay naturaleza porque se la han cargado.
Además, no siempre decimos lo que llevamos en el corazón, lo que vamos a hacer. De hecho, una de las normas básicas de la interpretación es: “Nunca te fijes en lo que dicen los personajes, fíjate en lo que hacen”. La gente miente todo el rato.

¿Tiene aversión a los finales felices?
(Se ríe). Sí, si van en contra de mi moral. Yo no podría haber dirigido La sonnambula si Joan Matabosch no me hubiese permitido no casarla. No podría por experiencia propia. No hay que irse a Irán para ver lo que pasa con las mujeres. Me niego.

Tuvo una larguísima conversación con el director musical, Maurizio Benini, para convencerle de su propuesta. ¿Qué le dijo?
En parte, lo convencí con ejemplos de otras óperas. Para mí, al final en la cabaletta [segunda parte del aria] Amina es feliz porque es libre, aunque cante que es feliz porque ha recuperado a Elvino.

Yo nunca he perdido la cabeza hasta ese punto, pero volvemos a lo mismo: puedo estar diciendo “no te quiero volver a ver en la vida” y estar abrazando y besando a mi novio porque no puedo vivir sin él.

Al maestro le costó, pero ha defendido la propuesta desde el primer día. Él pensaba que Lisa era una golfa y que Amina era un poco tonta. Decía que no había sustancia. Pero sí la hay. Hay que buscarla.

Amina, sonámbula e inconscientemente, se mete en la alcoba del conde…
Eso nos lleva a Tristán e Isolda… Cuando van drogados con la emulsión. ¿Qué hacen? ¿Haces de verdad lo que quieres hacer o estás completamente fuera de ti? Lo interesante son las distintas lecturas.

Se genera un debate: ¿debe o no casarse Amina? ¿Hay que seguir el libreto al pie de la letra?
Hacer pensar es, al final, el objetivo máximo de las artes escénicas. Yo defiendo el arte. Aunque soy la primera que me quedo viendo una serie en Netflix porque no quiero pensar en nada.

Después de haber leído algunas críticas positivas —otras no—, reconforta que mujeres en redes sociales, chicas jóvenes, se acerquen a decirme: "Gracias por cambiar el final. Elvino es un cabrón. No se podía casar con ella…”.

¿Es Elvino un cabrón? Se ha encontrado a su prometida en la cama del conde. ¿Qué puede hacer ante las apariencias?
Es un producto de donde ha nacido. Todos somos producto de eso. No la escucha. La gente dice: “Es que hace 200 años Alina no se hubiera liberado”. ¿Cómo lo sabes? Las mujeres entraban en un convento porque no querían casarse o se suicidaban.

El “baile” de Amina en la cornisa —en vez de la boda— resulta muy liberador… No sólo desde un punto de vista emocional, sino también formal.
Siempre hemos intentado, sobre todo con Nadine Sierra que es una bomba de movimiento, que parezca que Amina está encorsetada, como en el XVIII. De hecho, lleva un corsé que no le permite expresarse. Al final, al decidir por sí misma, se libera del corsé y cambia su expresión corporal… Vemos a la Amina real, a la que ya no le asusta el qué dirán.

También contrasta esa expresión corporal suelta con un coro algo estático.
Se necesita mucho tiempo para dirigir un coro tan numeroso, y no lo hemos tenido. En un mundo ideal, yo lo veía como una bandada de pájaros o un banco de peces que se mueven en sincronía.

Quería un pueblo (el coro) dirigido, congelado, que no reacciona a las emociones de los demás. ¿Es el pueblo de verdad así? ¿O es cómo lo está viendo Amina?
El coro que se cierra sobre ella en la habitación, las sombras que giran a su alrededor, es lo que percibe ella en sus ataques de ansiedad… Lo vemos todo a través de sus ojos.

¿Es partidaria de la cultura de la cancelación, de la corrección política?
No. Soy partidaria de que cada uno haga lo que quiera. A mí esta ópera me tocaba de una manera muy directa porque soy mujer, porque tengo la edad que tengo y por experiencias personales. Y yo quería contarla así.

Otra persona tiene todo el derecho del mundo a contarla de otra manera. Y, si se casa Amina, que se case. Si no, todos los directores haríamos lo mismo. Cuando voy yo a la ópera, si las cosas están bien hechas, están bien hechas, y punto. Es lo que he intentado hacer yo.

¿Se podría decir que su visión es más personal al estar libre del tamiz académico?
Supongo que sí. Vengo de una familia donde siempre me han dicho que se aprende trabajando. Yo me he formado trabajando. No he pasado por una academia de dirección, sí por una de interpretación, que me ayudó mucho.

He intentado leer todo lo que ha caído en mi mano sobre dirección. Empecé como meritoria de dirección. He tenido la grandísima suerte de trabajar con los que considero los mejores directores de escena, aquí y en Covent Garden. Curiosamente, los que más me gustan vienen de la interpretación: Robert Carsen, David McVicar, Christoph Lloyd, Robert Le Pass…

¿De todos ellos cuál le ha dejado más huella?
David McVicar, sin duda. Es como yo quisiera dirigir. Está todo el rato en el escenario. Necesita ver a los actores muy de cerca. Nunca se sienta. Él dirige descalzo; yo, con calcetines porque soy friolera. Da la sensación de estar enraizado en el suelo.

Yo me preparo los roles siendo cada uno de ellos, porque me he formado como actriz. No hablo una hora sobre el personaje, aunque hay quien sí lo hace, como Deborah Wagner a quien respeto muchísimo.

Pero David hace dos ruidos, unos gestos, da unas indicaciones y te describe el personaje perfecto. Y se te queda. Todavía tengo sus palabras y sus gestos marcados en mi cerebro y sé que los cantantes también. Es un animal de escenario.

¿En qué se inspira: películas, teatro, ópera…?
Un poco en todo. Para La sonnambula, por ejemplo, en un libro de Sergio del Molino La España vacía; en Midsummer, El cuento de la criada... Colaboro mucho con mi figurinista, Clara. Nos pasamos películas, libros, fotos, series, cuadros…

Me inspiré en el grabado de Goya El sueño de la razón produce monstruos para la escena en que ella duerme y los bailarines se mueven a su alrededor… Se lo enseñas al coreógrafo y te lo hace en un minuto.

Su carrera empezó en el Teatro Real. Vuelve ahora, 14 años después…
Aquí empecé. Ha sido un montón de emociones. Reconozco que al principio hubiera preferido ir al Met que volver al Real. Pensaba: aquí conozco a todo el mundo, van a creer que vengo como enchufada o que no me lo merezco… Pero luego te dices: “Es mi cabeza”.

Me he sentido increíblemente apoyada, querida; Joan, los regidores, Gregorio… todos… He estado supertranquila, ¡para lo que era este reto, estar tranquila yo! Estoy feliz.

¿Qué ópera le gustaría dirigir?
Werther. Me parece que se hace una lectura de él un poco injusta, de un ser que no tiene ganas de vivir. A mí me encantaría ver un Werther locamente enamorado, lleno de pasión por Charlotte. El libreto es lo más bello del mundo, cada palabra… Es romántico.

Luego me gusta mucho The rake’s progress (El progreso del libertino) de Stravinski. También por el libreto, que es de Auden. Una maravilla.

Hay quienes han rechazado dirigir La sonnambula porque el argumento es plano…
Yo estaba feliz de hacer Sonnambula, pero es verdad que al principio asusta. Y es curioso, porque mucha gente me decía: "Qué bien vas a dirigir en el Real, qué pena La sonnambula". Yo la defiendo con uñas y dientes. Es lo que tengo que hacer cuando dirijo.

Ha sido una maravillosa oportunidad para defender algo en lo que yo creo mucho. Por ello estoy increíblemente agradecida. Y con estos dos magníficos repartos.

Va a dirigir en el Liceo…
[Antes de que termine la pregunta, la completa] ¡Un Winterreise con Antonio López! Ahí sí que me voy a poner nerviosa. Yo con los cantantes me manejo. Pero Antonio López es otra cosa. Es una mente que desconozco.

Tengo el síndrome de impostora total con este trabajo. ¿Cómo puedo ofrecerle algo a este hombre? Me muero de ganas. Es un proyecto en una galería de la cárcel Modelo. Complicado, pero potente y muy apetecible.

En una entrevista reciente parecía pesimista, pero yo la encuentro pletórica.
Parece que no entienda la vida. Lo que no entiendo es el mundo. No tienes más que ver un telediario. En cuanto a la vida, disfruto, me gusta reírme, estoy locamente enamorada... Optar por la “sobriedad” es lo mejor que me ha pasado en la vida. Tuve esa experiencia con un francés en Londres. Es verdad que tuvo que venir la Policía…

Me decía una víctima de violencia de género que cualquiera puede ser víctima de ella.
Exacto. Yo vengo de una familia de mujeres fuertes. Me dio muchísima vergüenza decir en casa lo que me estaba pasando. Fue una época, menos de un año en mi vida… y problemas con las drogas y el alcohol ha tenido mucha gente. Creo que ha llegado el momento de hablar de ello abiertamente.

Leí la entrevista y pensé: parezco un alma en pena. Nada más lejos de la realidad. Llevo ya años muy feliz. Era hablar del pasado que es pasado. No estoy enganchada a lo que me pasó… Pero me define como persona.