La invasión a Ucrania por parte de Rusia ha puesto en el centro del debate la cuestión delicadísima de lo que unos llaman gestación subrogada y otros, vientres de alquiler. Según informa la edición española de The New York Times, en estos momentos hay unas 500 mujeres atrapadas en Ucrania que llevan en sus vientres a bebés fruto del encargo de clientes extranjeros; añade la misma fuente que dichas mujeres ganan unos 15.000 dólares por cada niño que alumbran y después entregan.

Hace unos días, la periodista Luz Sánchez-Mellado escribió una interesante columna en El País en contra de esta práctica. Entre los comentarios recibidos en su cuenta de Twitter, hice una captura de pantalla a uno que decía lo siguiente: “Me llama poderosamente la atención que este tipo de artículos y reflexiones siempre estén hechos por mujeres que han podido ser madres de manera natural”. Eso me hizo pensar que, efectivamente, a menudo he escuchado en los medios de comunicación a mujeres que, para justificar su decisión de optar por la gestación subrogada, se escudan en eso de que “tú no sabes el dolor que yo he pasado para llegar hasta aquí” y blablablá.

Así que a eso vengo. A expresar, yo que sí conozco de primera mano el dolor de no poder concebir un bebé, que la gestación subrogada (o como se quiera llamar; sinceramente, el término me importa poco) es en mi opinión inaceptable.

A lo largo de cuatro años me sometí a siete fecundaciones in vitro, todas ellas fallidas. Recuerdo que a veces no había manera de conseguir embriones y otras veces los embriones se morían dentro de mi vientre. Recuerdo la frustración, la tristeza y la furia. Recuerdo la soledad, el sentimiento de inferioridad, la culpabilidad. Recuerdo la barriga enrojecida por los pinchazos, el mal humor permanente, las ganas de gritar. Recuerdo el cargo de conciencia por estar dilapidando los ahorros de mi marido y los míos propios para conseguir algo que nunca llegaba. Recuerdo que después de una de las punciones no podía parar de vomitar. Recuerdo, en fin, que todo en esa época era una auténtica mierda.

"No nos engañemos: ser madre no es un derecho, sino un simple deseo"

¿Y qué?

Esta experiencia no me convierte en alguien especial. Hay montones de mujeres, en España y en el mundo, que han pasado por lo mismo que yo y que siguen adelante con sus vidas sin comprometer las de los demás. El hecho de que nuestra naturaleza nos haya negado la posibilidad de llevar a término un embarazo no nos autoriza a humillar a otra mujer, por mucho que ella esté de acuerdo, utilizando su cuerpo a modo de contenedor para cumplir nuestro deseo. Porque no nos engañemos: ser madre no es un derecho, sino un simple deseo. El mundo, qué demonios, no se va a acabar porque yo no tenga un hijo.

Dicho esto, me gustaría añadir que todo habría sido más fácil para mí si durante esos cuatro años en los que me sometí a tantas fecundaciones in vitro no hubiera tenido que enfrentarme una y otra vez a preguntas como “¿cuándo piensas quedarte embarazada?” o “¿por qué no tienes hijos?”. Si no hubiera tenido que escuchar que las que nunca hemos parido no sabemos lo que es el amor verdadero. Si no me hubiera tocado una jefa que me pedía que la cubriera en todas sus cenas de trabajo porque ella debía atender a sus dos hijas y yo, total, qué tenía que hacer a las nueve de la noche si en mi casa no había prole a la que alimentar. Si no hubiera leído en las redes sociales que las personas sin hijos no aportamos nada y que somos unas egoístas y unas ambiciosas y que deberíamos pagar el doble de impuestos que el resto de los ciudadanos y que ojalá que nos muramos solas.

A los que manifestáis airadamente vuestra oposición a la gestación subrogada: yo también estoy en contra. Pero os pido que os planteéis con sinceridad cómo contempláis a las mujeres sin hijos y qué tipo de comentarios hacéis en su presencia. Porque quizá, sin pretenderlo, estáis poniendo vuestro granito de arena para que las infértiles tomen decisiones desesperadas. ¿Acaso no se está transmitiendo el mensaje de que hay que ser madre a toda costa? ¿Entonces en qué quedamos?

Me pregunto qué pasaría si construyéramos una sociedad que no mirara por encima del hombro a las no-madres. Me pregunto qué pasaría si no dibujáramos a las madres como seres superiores tocados por una especie de don divino. Entonces tal vez –sólo tal vez– algunas de las que hoy están optando por contratar vientres de alquiler en países como Ucrania desecharían esa idea al entender que sin hijos también se está muy bien y que existe un lugar para ellas lejos de los prejuicios.