Reflexiones sobre Identidad y Democracia
El niño caminaba de la mano de su abuelo por una plaza tranquila, bañada por la luz de una tarde dorada. De un balcón colgaba una bandera de España, ondeando perezosamente al viento. El pequeño, con la naturalidad de quien apenas ha aprendido a leer, preguntó: “Abuelo, ¿por qué esa bandera?”
El abuelo lo miró, sonrió con ternura y dijo: “Es la bandera de todos, aunque algunos no quieran entenderlo así”.
Unos pasos más adelante, una pareja joven los observó con gesto torcido. El abuelo bajó la mirada y aceleró el paso. No era la primera vez que una escena tan simple despertaba un juicio tan apresurado.
España es, probablemente, uno de los pocos países donde mostrar públicamente la bandera nacional puede generar tensión, incomodidad o incluso sospecha. Un símbolo que, por definición, debería unir, se ha convertido en campo de batalla. ¿Cómo se ha llegado a este punto?
La identidad nacional, en cualquier país, debería ser un elemento de cohesión y no de confrontación. Sin embargo, en España, la bandera y otros símbolos nacionales han sido objeto de un largo proceso de politización que ha llevado a que su uso genere divisiones en lugar de unidad. Mientras que en otros países la exhibición de la bandera se asume con naturalidad y orgullo, en España sigue siendo un gesto que levanta sospechas y estigmatización.
Un símbolo secuestrado por la política
El problema radica en que, en las últimas décadas, la bandera española ha sido utilizada como un arma dentro del debate político. Mientras algunos sectores han intentado apropiarse de su significado, otros la han rechazado por miedo a ser asociados con determinadas posturas ideológicas. No obstante, la bandera no pertenece a ningún partido ni a ninguna corriente política: es el símbolo de una nación, de su historia y de su identidad compartida.
El Título preliminar de la Constitución Española de 1978, en su artículo 4, define la bandera de España como el símbolo de todos los ciudadanos españoles. De igual forma, la Ley 39/1981 señala que "la bandera de España simboliza la nación; es signo de la soberanía, independencia, unidad e integridad de la Patria y representa los valores superiores expresados en la Constitución". Esta definición legal deja claro que la bandera es un elemento inclusivo que representa a toda la sociedad española, sin distinción de ideologías.
La paradoja de la identidad española
Mientras que en otros países la enseña nacional se exhibe con normalidad en cualquier evento, en España parece un acto reservado para ciertas conmemoraciones oficiales o para contextos deportivos. Se ha instalado un complejo en la sociedad, como si mostrar amor por la patria fuera sinónimo de radicalismo.
Es curioso observar cómo en muchos ámbitos cualquier persona puede portar con orgullo una bandera LGTBI o cualquier otro símbolo sin ser cuestionada por ello, mientras que exhibir la bandera nacional despierta suspicacias y juicios de valor.
Del mismo modo, resulta paradójico que la bandera de España sea aceptada sin reparos cuando se trata de la selección nacional de fútbol, pero genere tensiones cuando se exhibe fuera del contexto deportivo.
¿Por qué algo tan natural en otros países sigue estando condicionado por un tabú ideológico en España?
Democracia y símbolos: la importancia del consenso
Si bien la bandera es un reflejo de la identidad nacional, también lo es el himno. No ayuda, por ejemplo, que no exista una letra consensuada para el himno nacional. Es una anomalía cultural que retrata el miedo al acuerdo, el temor a lo que debería ser un himno de todos. Ni siquiera nos atrevemos a cantar juntos.
España es de los pocos países que no cuenta con una letra oficial para su himno nacional. Mientras que en otros países se entonan himnos con orgullo, en España se ha evitado abordar este asunto por miedo a la controversia. Tal vez sea el momento de plantear un consenso sobre un himno que represente a todos los ciudadanos y que refleje los valores democráticos y la historia compartida del país.
Pero el problema no es solo la bandera o el himno, sino la forma en que ciertos sectores han instrumentalizado los símbolos nacionales para dividir en lugar de unir. La democracia es incompatible con la imposición de una única forma de patriotismo. El reto es lograr que la bandera y otros símbolos nacionales sean elementos de cohesión y no de confrontación.
La libertad de identificarse sin etiquetas
Defender la neutralidad de los símbolos nacionales es una tarea de todos. La bandera no debe ser usada como un arma partidista ni como un elemento de exclusión. En una democracia sana, cualquier ciudadano debería poder expresar su aprecio por su país sin miedo a ser estigmatizado.
Es hora de normalizar el uso de la bandera sin que ello implique una adscripción ideológica. La pregunta clave es: ¿debemos seguir permitiendo que otros nos digan cómo sentirnos respecto a nuestra propia nación? ¿Es momento de dejar atrás esos complejos y recuperar la libertad de identificarnos con nuestros símbolos sin miedo ni prejuicios?
La democracia no se mide solo en votos, sino en símbolos que representen a todos. Cuando un país no logra identificar su bandera, su himno o su nombre con orgullo colectivo, la cohesión se resiente. Tampoco es suficiente protegerla con leyes, sino también con la capacidad de una sociedad para respetar sus propios símbolos sin dogmatismos ni exclusiones. Una sociedad democrática debe aprender a convivir con la pluralidad de valores, pero también encontrar puntos de anclaje común. Uno de esos puntos, necesariamente, deben ser los símbolos nacionales. Porque una democracia madura es aquella que no teme mostrar sus colores, sin exclusiones ni apropiaciones.
La libertad de identificarse sin miedo
No se trata de imponer una visión de España. Se trata de que nadie tenga miedo de amar a su país, ni de mostrarlo.
Es urgente recuperar la libertad de identificarnos con nuestros símbolos sin que eso implique una etiqueta ideológica. Que ondear una bandera no sea un acto de valentía, sino un gesto cotidiano y natural. Que no necesitemos un evento deportivo para recordar que compartimos algo más que discrepancias.
El niño volvió a mirar la bandera ondeante desde la plaza y le preguntó al abuelo si algún día él también podría colgar una en su balcón sin que nadie lo juzgara.
El abuelo suspiró y le dijo: “Dependerá de lo que tú y los tuyos estéis dispuestos a defender”.
El reto está en nuestras manos.