Desde hace unos años los medios se hacen eco del auge de los movimientos populistas, algo impensable hace tan solo una década, y también, señalan cómo los partidos menos extremos, se van escorando en sus postulados, pero sobre todo en sus actitudes, hacia posturas más radicales o frentistas. “El conmigo o contra mí” y el “sólo lo mío es lo bueno, lo justo y lo bello”, es norma. Todo esto ha colocado a lo identitario, en el epicentro del debate público, y parece que este es un motivo suficiente para ser el motor de la acción política y social.

También surgen grupos como los terraplanistas, veganos extremos, feminazis, ultra religiosos, incels y otras corrientes que parecen regirse por los mismos principios dicotómicos de blanco-negro.

Para entender este fenómeno, no debemos caer en posturas reduccionistas, ya que se trata de un poliedro complejo con muchas caras. Como psicólogo que soy voy a exponer los procesos mentales que explican parte de esta tendencia, pero hemos de comprender que esto interactúa con aspectos casi más determinantes como la desaparición de las clases medias, que el ascensor social está escacharrado, la deconstrucción, incluso el ataque, y derribo de la identidad occidental por sucesos y movimientos críticos que nos dejan sin referentes comunes y fijos, o la irrupción de tecnologías de comunicación y sociales que favorecen estos mensajes simplistas, creando una visión de tubo y onanismo intelectual.

Somos una cultura racionalista, que cree que funcionamos sobre todo por cómo evaluamos y analizamos la realidad, desde la razón, y sin embargo, a estas alturas del partido sabemos que nuestra mente dista mucho de ser un evaluador interesado, esforzado y fiable, sino que posee un montón de sesgos, atajos mentales para facilitarse el trabajo y que además actúa muy mediado por la emoción y sus necesidades afectivo-emocionales. Vamos, que el cerebro es un vago de mucho cuidado.

Estos sesgos se entienden muy bien a través del llamado principio de economía cognitiva, que es un mecanismo básico de regulación de la mente humana. Básicamente hemos de entender que el cerebro es el órgano que más calorías consume, y eso en épocas en las que la comida no está garantizada era muy peligroso (que ha sido el 99% del tiempo de nuestra existencia como especie), por lo que automatizar procesos mentales para responder a la información de forma más automática, sin analizarla realmente, era muy bueno para tener una reacción más rápida y consumir menos energía.

Cuando ve un dato, el cerebro no busca tanto analizarlo partiendo de cero, sino que “tira de archivo” para ver a qué ideas sea parece o situaciones ha vivido similares, y así poder reaccionar o interpretar de forma parecida a lo que hizo aquella vez… Básicamente reutilizar respuestas para no tener que currar.

Esto nos lleva a un sesgo de confirmación importante, en el que nuestra mente suele escoger la respuesta que no contradice una idea ya establecida, pues de lo contrario, tendría que rehacerlo todo de nuevo. Por eso tendemos a quedarnos con los datos que confirman nuestras teorías y rechazamos, olvidamos o ponemos en duda, los que la contradicen, de ahí que seamos tan laxos con las “excepciones” a nuestras teorías e ideas y tengamos tan presentes cada vez que un suceso las confirma.

A esto hemos de añadir cómo nuestra mente tiene también más interés a sentir que forma parte de un grupo (formar parte de la tribu es vital para sobrevivir), y que lógicamente es el grupo de los buenos, antes que a buscar la verdad. Este sesgo es tan extremo que hay investigaciones de psicología social que demuestran que si juntamos a X personas y la distribuimos en dos grupos siguiendo un criterio totalmente arbitrario, y para más guasa informamos al grupo de ello (“os hemos juntado sin ninguna base en base al criterio de los testículos del investigador”) en pocas horas aparecen evaluaciones en las que los miembros de cada grupo consideran más válidos y loables a los miembros de su grupo que al contrario, tendiendo a explicar los buenos resultados de sus iguales a características internas y fijas y los mismos resultados del contrario en base a factores como la suerte, es decir, externas y volubles.

Repito: queremos formar parte de los buenos y la mejor forma de elevarnos es criticar y hacer palpables, incluso inventar, las miseras del rival o relativizar nuestras cagadas hasta el infinito.

¿Cuántas veces hablando de corrupción política o falta de transparencia hemos acabado cayendo en el “y tú más”? Funciona tan bien que hasta los propios parlamentarios lo hacen en el congreso, a pesar de que intelectual y moralmente es lamentable. Lo hacen por eso, porque nos vale, a fin de cuentas, son de los nuestros y como reconozca que se equivocan o son malos, lo mismo tengo que empezar a recuestionarme todo… ¡pffff qué perezón!

Hay mil ejemplos más, como el hecho de que consideramos más fiables y honestos a aquellos que consideramos de los nuestros, la tendencia a obedecer y creer al líder o a la mayoría de nuestro grupo o incluso cómo eso hace que percibamos la realidad de forma diferente para amoldarnos al criterio mayor. Podríamos escribir todo un tratado del tema.

A esto hay que añadir que, en tiempos de incertidumbre, buscamos verdades claras (aunque reduccionistas) y líderes fuertes para tener una sensación de solidez, de estabilidad, de criterio a seguir con el que compensar la sensación de inestabilidad y crisis. Como ven, dado el mundo actual, los populistas tienen el mejor caldo de cultivo posible.

Me despido deseándote suerte, o más bien deseándonosla, porque creo que la vamos a necesitar, está fastidiado lo de fiarnos de los medios, los líderes y hasta de nosotros mismos.