En los años 80 de la Transición Democrática se decidió que España debía presentarse al mundo avanzado mediante una puesta de largo. Haber vivido durante 40 años al margen de los avances políticos y culturales, había hecho mella en un desarrollo económico cada vez más dependiente de la interconexión internacional.

Nuestros nuevos socios democráticos necesitaban comprobar que habíamos llegado a la mayoría de edad, y la organización y celebración de las Olimpiadas de Barcelona y la Exposición Universal de Sevilla, serían la carta de presentación. 

En la recién conquistada autonomía, en la que se había debatido si hacer de Andalucía una o dos comunidades independientes con Sevilla y Málaga como capitales, Málaga aún se removía en su asiento demandando el protagonismo compartido que se le había prometido. Así, la creación del Parque Tecnológico de Andalucía (PTA) surgió como premio de consolación. 

En esta ciudad parece que tenemos suerte con los regidores y con las fuerzas vivas económicas y culturales, porque a pesar de ser una idea muy blanda, el Primer Plan Estratégico de Málaga le dio sentido a la idea y las trazas del PGOU del 83 permitieron su encaje, aunque no estuviese incluido en el mismo. 

El reto no fue fácil. Se expropiaron suelos en el Valle del Guadalhorce, que es la zona de expansión natural de Málaga, y se diseñó un proyecto innovador e incardinado en las propuestas urbanísticas propias de la época. En 1992, al igual que la Expo de Sevilla y las Olimpiadas de Barcelona, Málaga estrenó su Parque Tecnológico de Andalucía. Sin embargo, la resaca estaba por llegar. 

Como es habitual cuando se hacen las cosas con mucha prisa, el PTA estaba listo pero la carretera que lo conectaba con la ciudad, la A-357, aún no. Ese mismo año se empezó a pensar en el mejor destino para la Isla de la Cartuja, que tras la Expo de Sevilla no podía convirtiese en una ciudad fantasma.

Incorporar a esa gigantesca superficie urbanizada el programa de un Parque Tecnológico parecía la mejor solución. Málaga tenía un competidor en casa, porque desde luego ya no sería el Parque Tecnológico de Andalucía, sino si acaso, el de Málaga.

Felipe Romera, director general de Málaga TechPark.

Felipe Romera, director general de Málaga TechPark.

Felipe Romera, director del PTA desde sus inicios, siempre dice que la suya es una historia de fracasos. Como titular está muy bien, pero no creo que se pueda hablar de una historia de mayor éxito que la del PTA.

La constancia, la resiliencia y la capacidad de innovación de quienes han formado parte directa o indirectamente del crecimiento del mismo, son las características que cualquier CEO buscaría a la hora de fichar talento para su empresa. Sin esa historia de éxitos mantenidos, aunque no necesariamente mediáticos, no habría sido posible plantear el reto que ahora se nos presenta y que expondré al final de este artículo. 

Sigamos, porque en la historia de Málaga los "fracasos" suelen ser objeto de un nuevo reto. La crisis de 2008, que afectó terriblemente a la vida de las personas y esto no hay que olvidarlo, vino a igualar las posibilidades de desarrollo económico con Sevilla.

La reducción de inversión pública en la capital de la Comunidad Autónoma favoreció que en el crecimiento económico tuviesen más peso las iniciativas privadas, lo que demostró que el motor económico de Andalucía estaba escorado hacia oriente, en el eje Málaga-Almería.

En este contexto, se produce una recuperación económica que se apoya en el impulso de haber elaborado (y no solo perdido) la candidatura a la capitalidad cultural de 2010, y también en el resurgimiento de Málaga como una ciudad con vocación turística (recuperando su pasado como destino decimonónico del Le Grand Tour, y apoyándose en la inversión pública europea a través del Plan Urban para el centro de la ciudad). 

Para cuando llega la pandemia del COVID-19, Málaga ya tenía graves problemas por no haber previsto ni gestionado las consecuencias de una avalancha desmedida de turismo en un centro histórico que, como ya he indicado en otro artículo, es uno de los más pequeños de Europa.

Este problema por cierto, sigue sin abordarse. Pero si la pandemia hizo pensar que Málaga perdería su cuota turística, el confinamiento y el descubrimiento de la posibilidad del teletrabajo hicieron que muchos "nómadas digitales" depositaran su mirada en esta ciudad. 

Hace un par de años conocí a una arquitecta norteamericana que vino a Málaga con su familia. Me contaba que en su país no se podía vivir por la inseguridad que produce la tenencia de armas y por la crispación que Trump había provocado en el corazón de la sociedad.

Le pregunté que por qué habían elegido Málaga y no alguna otra ciudad mediterránea considerando que su marido tenía abuelos italianos. Me dijo que cogieron el globo mundial, miraron las temperaturas medias, los aeropuertos, el nivel de seguridad ciudadana y el coste de la vida. Y simplemente, Málaga era la que ofrecía un mejor paquete de beneficios. Se fueron a vivir al Limonar, probablemente el barrio más caro de Málaga. Obviamente para ellos era un lugar muy asequible ya que sus ingresos provenían de empresas estadounidenses.

No es lo mismo un nómada digital que una empresa digital, y esto lo digo porque me parece errónea la idea que se maneja en el debate público, de que las empresas digitales son las que están produciendo la subida de precios de la vivienda.

Me gustaría incidir en la diferencia entre nómadas digitales cuyas empresas y la riqueza que éstas generan están muy lejos de aquí, y la llegada de empresas tecnológicas que elevan el nivel de empleo cualificado en la ciudad. Otra cosa es que algún que otro nómada digital haya visto que Málaga pueda ser un buen lugar para implantar su empresa.

De eso sí que hay porque al final, no lo olvidemos, las decisiones se basan también en la experiencia, ya que por mucho que el discurso económico nos aleje de lo contingente, las decisiones económicas son elaboradas por biomáquinas pensantes que además duermen, comen, sienten frío y calor, sudan, huelen, miran y aman. 

La historia de fracasos de Felipe Romera no lo es, y muy al contrario hay muchas personas que llevan años traccionando el ecosistema tecnológico de Málaga a base de mucha visión, mucho compromiso y muchas ganas de aportar.

El PTA, un lugar inhóspito

Personas dentro del Ayuntamiento, de la Universidad, de las empresas localizadas en el PTA, del joven Instituto Ricardo Valle de Innovación y muchas otras fuerzas vivas del mundo profesional, han ido alimentando el caldo de cultivo necesario para que Málaga sea un centro de innovación real a nivel global. 

Ahora hay que coger ese caldo de cultivo y densificarlo, darle forma, ponerle nombre y dotarlo de contenido dentro de la ciudad, su territorio y quienes lo habitan. El PTA (ahora Málaga Tech Park, nombre incómodo y ajeno donde los haya, dicho sea de paso), se ha convertido en un lugar inhóspito, desconectado y vacío de sentido urbano. Justo las tres cosas por las que muchas personas y empresas contemplan su aterrizaje en Málaga. 

Imagen del Parque Tecnológico de Andalucía.

Imagen del Parque Tecnológico de Andalucía.

El clima, las infraestructuras de conexión nacional e internacional, y la intensa actividad social, económica y cultural, son los atractivos más importantes que Málaga puede ofrecer a quienes quieran contribuir a hacer de nuestra ciudad una ciudad mejor.

Sin embargo, estos tres atributos se contraponen a la falta de confort ambiental, a la falta de conexiones internas y externas, y a la falta de espacios de relación dentro del PTA. Que Google haya aterrizado en el frente del Puerto tendrá muchas razones, pero no deja de ser extraño que no se hayan implantado en el supuesto polo empresarial de la innovación y la tecnología. 

La clave para convertir una idea en algo real es su espacialización. Al polo turístico-cultural que representa el centro de la ciudad, al eje litoral que simboliza las expectativas de calidad de vida y al polo universitario que se sitúa en Teatinos, hay que incorporar el polo de innovación de Málaga.

La innovación para que de verdad lo sea, tiene que ser económica, ambiental y social. Si fallan las dos últimas no es innovación, es economía tecnológica como podría ser economía financiera, armamentística o de la construcción. Nada nuevo bajo el sol. 

El PTA ha llegado a su mayoría de edad y tiene que decidir qué quiere ser de mayor. Debe adaptarse a un nuevo programa de contenidos urbanos que favorezcan la relación social de sus empleados, la ciudadanía y las empresas locales, fortaleciendo las sinergias empresariales que ahora mismo se dan sólo a través de videoconferencias o eventos puntuales bastante ensimismados.

Debe también ser un foco de innovación en todos los sentidos y no solo en el tecnológico. La innovación siempre tiene que implicar a las personas y al medio (que son lo único real que se puede tocar y sentir), y no solo a las instituciones (que aun siendo un constructo de las personas en el medio, pierden su sentido si olvidan de donde nacen). 

Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo, djio Arquímedes. Hagamos del PTA un punto de apoyo fuerte para la espacialización de la innovación en su sentido más amplio y contagiemos desde ahí a toda la ciudad. El PTA debe incorporarse a la ciudad y la ciudad al PTA.