Escuché hace unas semanas a un gran empresario, algo indignado, afirmar que “ser empresario no es un pecado por el que tengamos que pedir perdón varias veces al día”.

No es que sean muchos, el 99,8% del tejido empresarial español son pequeñas y medianas empresas, que suponen el 65% del PIB y generan el 75% de los puestos de trabajo, ojalá fuesen más, pero eso de señalar a las principales empresas, y empresarios, de nuestro país se ha convertido en un clásico en los últimos años.

Podría entenderse de esas macroempresas tecnológicas que son mayores que casi todos los países del mundo (comparando la capitalización de mercado de múltiples gigantes tecnológicos con el Producto Interno Bruto (PIB) anual de diferentes países) y cuyo poder se basa en la gestión de los datos, pero eso es otra dimensión y huelga recordar que ninguna de ellas es europea. Obviamente a esas hay que tenerlas reguladas para que no acaben “interviniendo” en los designios de las naciones.

Hace unos meses, afirmó el presidente de Mercadona, Juan Roig: “Los directivos y empresarios somos los que generamos riqueza y bienestar. Si después, a los que les toca gestionar lo saben hacer, hay riqueza para todos; si no, hay enfrentamiento”.

Argumentos le sobran: las empresas crean 8 de cada diez puestos de trabajo existentes (EPA), realizan el 80% de las inversiones para luchar contra el cambio climático (Plan Nacional Integrado de Energía y Clima), son responsables de más del 56% de la inversión anual en I+D+i (INE), son la punta de lanza de la modernización de equipamiento (Presupuestos Generales del Estado), que junto a la inversión en formación, han convertido la FP Dual en un éxito, al combinar los procesos de enseñanza y aprendizaje en las empresas y en el centro de formación (desde el comienzo el alumno está en el mundo laboral), y así muchas otras.

Pero el gran ataque va por los impuestos. Objetivamente, las empresas aportan uno de cada tres euros recaudados entre tributación y cotizaciones sociales (Presupuestos Generales del Estado), aunque realmente es mucho más, puesto que habría que sumar, y no se hace, el concepto de IRPF de sus empleados o del IVA que recaudan para el Gobierno y del que son intermediarios. Quedaría desmitificar el mantra de los impuestos que pagan las grandes corporaciones (como he mencionado, muy pocas en España), cuyo dato, cuando lo presentan algunos, están haciendo la trampa de coger los beneficios obtenidos en los negocios que estas compañías tienen en todo el mundo y lo comparan con el volumen de impuestos pagados en España.

Destacaba las declaraciones de Roig, no sólo porque haya sido señalado de manera insólita, al igual que otros empresarios, directamente por miembros del gobierno, sino por el trasfondo de esa afirmación. Lo hago, porque el desarrollo y avance económico de un país, al menos el nuestro, pasa por tener más empresas y de mayor tamaño, lo que incidirá en el crecimiento de la productividad. Porque, empresas más robustas permiten sustituir la visión de rentabilidad a corto plazo y asumir mayores compromisos sociales. Y para ello debemos crear unos entornos que favorezcan la permanencia y la coexistencia de éstas. Porque, más allá del empleo directo e indirecto que crean, las empresas generan oportunidades de desarrollo profesional, social y del conocimiento.

Por lo tanto, el papel de las organizaciones y sus directivos es fundamental en la creación de riqueza y bienestar, pero también en la promoción de un desarrollo sostenible y justo. Son muchas las empresas que asumen su responsabilidad social y adoptan una visión a largo plazo, que tiene en cuenta tanto su rentabilidad como el impacto que tienen en la sociedad y en el medio ambiente.

Por todo esto, no creo que haya que pedir perdón...