Entendiendo por crítica “una acción dirigida, del intelecto crítico, expresada como opinión formal, fundada y razonada, necesariamente analítica”, se nos presenta, como algo normal, recibirlas o realizarlas. Todo es criticable, así que el matiz muchas veces está en la intención o en cómo la percibimos. Pero, en los últimos años, en un mundo más globalizado e hiperconectado, y con menos privacidad, cada vez más su uso carece de argumentación y tiene una finalidad más soez, desligándose de la responsabilidad o repercusión que la misma pueda tener.

La mayoría de las personas nos pasamos la vida tomando decisiones y realizando acciones, con la idea de alcanzar el fin que buscamos en cada momento. Lo hacemos a nivel familiar, laboral, sentimental, empresarial y en otros muchos ámbitos, en un proceso muy habitual en el que elegimos entre diferentes opciones, errando en muchas de ellas, lo que nos ayuda en el proceso de maduración de la personalidad, pues la vida humana está tejida de aciertos y errores. Por eso, cada día se hace más apremiante que, como seres humanos en constante desarrollo, aprendamos a discernir entre las críticas valiosas y las destructivas, entre las que buscan construir y las que buscan destruir.

Estar muy pendiente de ella, o de cualquiera que las haga, es sobrevalorarla. En una sociedad obsesionada con la imagen y la aprobación externa, la crítica se ha vuelto una piedra angular de la interacción humana. Las redes sociales reforzadas en su anonimato, y los medios de comunicación y hasta los círculos más cercanos a nosotros, a menudo se convierten en foros de evaluación constante. La crítica, en sí misma, no es un fenómeno intrínsecamente negativo. El problema surge cuando ésta se utiliza como un arma arrojadiza en lugar de como un instrumento constructivo. Por tanto, es recomendable luchar por aquello en lo que creemos, decir o callar lo que consideremos, y no dejar de hacerlo por el qué dirán, y mucho menos por aquellos más habituados a criticar que a construir. Como dijo Lloyd Jones, “los hombres que intentan algo y fracasan son infinitamente mejores que aquellos que intentan no hacer nada y tienen éxito”.

Cierto es también que, muchas veces, aun teniendo un fin constructivo, encuentran en nosotros una actitud defensiva, al sentir un ataque hacia nuestro ego. Clave aquí es evitar ese “tú más”, en el que no sumamos ni abordamos el problema. Sin embargo, es fundamental también comprender que la crítica es muy necesaria y, lejos de ser un obstáculo insalvable, es una potente herramienta de crecimiento y evolución personal.

La sobrevaloración de la crítica radica en otorgarle un poder desproporcionado sobre nuestra autoestima y nuestras decisiones. Decía Aristóteles: "sólo hay una manera de evitar la crítica: no hacer nada, no decir nada, y no ser nada". Con su perspicacia milenaria nos recuerda que la única forma segura de evitarla es quedarse en la inacción, en el silencio, en la invisibilidad. Pero ¿es ésta una existencia plena y significativa? ¿No implica eludir la crítica renunciar a la posibilidad de aprender y mejorar? ¿No supondría la renuncia a muchos sueños y proyectos? Lo importante es que nosotros seamos nuestros mejores, y más estrictos, críticos. Los demás nos dan, si sabemos discernirlas, valiosas pistas para conseguir ser una mejor versión de nosotros mismos.