Pues ya se terminó. Y ahora, el cofrade a recapitular, a deliberar, a valorar, y “a otra cosa, mariposa”. Déjenme, para comenzar a analizar mi Semana Santa, tirar del hilo de lo que nos satisfizo en estos pasados días. ¡Qué increíbles cortejos de nazarenos hemos visto, qué comportamiento, qué perfección y compostura en la práctica generalidad! ¿Y de la crisis de portadores? Pues me van a permitir recordarles que, con lo que hablamos de ello en Cuaresma, poco se ha dejado notar entre los varales.

Porque deben reconocerme que los tronos, en su mayoría, han ido de escándalo, aun incluso soportando nuestro empeño de alargar nuestras procesiones más allá del horario previamente fijado. ¿Y qué me dicen de la música? Que sí, que a veces parece ser la protagonista, incluso ocupando el puesto privilegiado que solo debiera reservarse para la imagen sagrada; pero qué quieren que les diga, una melómana como yo disfruta tanto con este nivel de conciertos gratuitos en cualquier esquina, que solo me resta agradecer infinitamente a los miembros de estas agrupaciones y bandas por enriquecer con el arte de la música este inmenso espectáculo.

Espectáculo, sí. Porque eso es lo que organizamos cada año de forma altruista los cofrades malagueños. Y es tan increíble, que hasta la nuestra se consolida como la mejor opción de Semana Santa por los espectadores de una cadena televisiva a nivel nacional. Pero (y siempre hay un pero; y sino, que se lo digan a Pollinica y su famoso fruto colgado de la farola) el escenario en el que se representa ha empañado todo lo mencionado. Dichoso recorrido oficial que nos trae de cabeza. Discúlpenme por lo que voy ahora a escribir. No dejen de leerme por ello, “porfaplis”.

A mí me gusta este recorrido oficial. ¡Vaya, ya lo he dicho! Me parece preciosa calle Marqués de Larios hacia abajo; me resulta un acierto Molina Lario y el entorno de la Catedral (habría que revisar el acto en la Plaza del Obispo, eso sí); y, oye, que nos hemos quitado de en medio la horripilante macrotribuna central (aún a expensas de abonados que estaban allí desde el tiempo de Maricastaña). Y no veo mejor lugar para recaudar fondos que la Plaza de la Marina (cabe la mejora) y su desaprovechado hasta ahora espacio.

Porque sí, debemos recaudar. Y no nos rasguemos las vestiduras por ello. A todos (no solo a cofrades) nos encanta el espectáculo casi perfecto que hemos creado: la imaginería, la música, el adorno floral, la orfebrería… Todo un conglomerado de elementos que no se sufragan con subvenciones de entidades públicas, ni solo con las cuotas de hermanos o con el dinero particular de los cofrades (a los que ya solo nos resta dejar de trabajar para dedicarnos en cuerpo y alma a cada Hermandad). Resulta imprescindible la venta de sillas que sufrague una parte (la otra corre de nuestra cuenta) de este espectáculo que, recordemos, es motor económico de la ciudad (véase el magnífico estudio de la Cátedra de Estudios Cofrades de la UMA).

Ahora bien, ¡cuánto margen de mejora tiene este recorrido! Y sobre todo, cuánto debe mejorar para contentar. Debo reconocerles que no soy una experta en el tema, que no he realizado un plan efectivo ni comparaciones con otras opciones, pero así, sin mucho analizar, les diría como nazareno que podríamos acortar alguna parte tediosa. Ya defendí hace tiempo que Puerta del Mar podría ser una opción para entrar a la Alameda y olvidarnos de Atarazanas. Aunque lo que de verdad me preocupa sin duda es la accesibilidad de aquellos que no son abonados.

¡Qué grave problema el acotamiento de las calles y el alcance de las cofradías! Y no es por seguir con el “manío” discurso de los ricos y los pobres. Porque entre los abonados hay muchas, muchas modestas familias que hacen un verdadero esfuerzo por ahorrar, por privarse de viajes o caprichos para disfrutar de este modo de ver la Semana Santa de su ciudad.

Sin embargo, aquí permítanme que me detenga. Porque si hemos creado un espectáculo maravilloso y casi perfecto, éste es solo un medio para cumplir un objetivo prioritario: llevar el mensaje de amor de Cristo al mayor número de personas posible. De eso trata ser cofrade, de evangelizar. ¿Qué tal si una parte del recorrido oficial fuese de acceso libre (Martinez y Puerta del Mar, por ejemplo)? Las críticas para su mejora han sido abundantes (alguna incluso con cierto tufillo a próxima elección), y muchas de ellas con enorme razón. Pero oiga, que la muestra de los errores significa que tenemos oportunidad para mejorar entre todos. Y en ese “todos” incluimos a las administraciones públicas y su aforamiento de espacios, en muchas ocasiones excesivo en Semana Santa (¡ay, las lucecitas de Navidad…!)

Y cuando parece que todo concluye con el recorrido, va y se nos plantea una nueva controversia: capirote sí o no el Domingo de Resurrección. ¡Pero qué manía de querer dinamitar el Resucitado, oiga! Porque si ya nos cuesta convencer al cofrade y al que no lo es que estamos ante la procesión más trascendente de todas, si nos cuesta persuadir de que en ella deberíamos participar todos de una forma u otra, y que a lo mejor la solución ante la indiferencia es reconvertirla en Hermandad autónoma dependiente de la Agrupación (que no son antónimos, no), ahora a algunos les parece una brillante idea aquello de procesionar a cara descubierta.

Con todos mis respetos a la máxima autoridad de la diócesis, por supuesto, como no podía ser de otro modo, y desde el escaso conocimiento de una aprendiz en teología, les diré que los rostros de felicidad que se reclaman en la procesión del Resucitado ya los llevamos incorporados desde el Domingo de Ramos los cofrades; que el sepulcro vacío (que no abierto, como nos muestra Cristina Inogés) es ver la Resurrección como la invitación a la Vida tras la muerte, el canto a las segundas oportunidades y a la esperanza. Exultantes de alegría, sí, pero siendo nazarenos, seguidores de Cristo.

Díganme si transmitimos mejor este mensaje convirtiendo la procesión del Resucitado en algo diferente a las anteriores, y si privamos de su participación al nazareno, a aquel que bajo el anonimato del capirote se encuentra con Dios, y se proclama seguidor de Cristo. Igual nos sale el “tiro por la culata”, y ni se participa en ella, ni atrae a nadie esa forma diferente de procesionar. Y aunque desde mi religiosidad popular creo ser capaz de entender el sentido teológico de lo que se propone (cuántos cambios en nuestras procesiones deberíamos hacer según criterios estrictamente teológicos), también desde el mismo fin de esta expresión popular entiendo que se restaría aun más la participación de los cofrades que, como la que suscribe, no se sentirían como nazarenos en una procesión, sino adquiriendo un protagonismo inusitado.

Me temo que el Resucitado probará. Aunque espero que completen sus filas de nazarenos descubiertos los que públicamente se han manifestado a favor de este cambio. ¡Qué difícil las imágenes que son de todos y de nadie a la vez! Ojalá me equivoque una vez más…

Pues se terminó, sí. Aquí concluye mi Semana Santa de 2022. Aunque no sin antes hacerme viral con cierto campanazo dado, cual piñata de cumpleaños. ¡Quién me lo iba a decir a mi edad, después de tantos toques dados, que iba a salir repetida alzando mi mano cual Jedi, tras endiñar un martillazo a los dedos del pobre cabeza de varal de la impresionante Virgen de la Amargura!

Y aunque me disculpé con el hombre de trono, y aunque bromeamos ambos sobre lo ocurrido, sigo pensando que alguien ahí arriba quiso que sucediese tal cual… Porque fue la tarde del Jueves Santo cuando mi querida hermandad de Zamarrilla decidió homenajear a mi padre tras hace casi un año de su marcha.

Lo cierto es, que entre la emoción de las palabras del mayordomo de trono, la imagen bendita de la Madre de Dios, las lágrimas en los ojos de mi familia, y la memoria siempre presente de su ausencia, solo recuerdo de ello el instante de la felicidad que dan los momentos de maravillosas sonrisas compartidas. Y quien conoció de su fina ironía y su rebuscada sorna, quizá coincida conmigo en que algo tuvo que ver don Jesús para, con un solo golpe de campana, convertir en extraordinaria carcajada final la Semana Santa más triste y desoladora de cuantas he vivido hasta ahora.