Luca, un camarero de la caseta Malafama

Luca, un camarero de la caseta Malafama Francisco Sánchez

Málaga ciudad

La ‘Cara B’ de la Feria de Málaga: trabajos interminables, sueldos escasos y “el cliente siempre lleva la razón”

Los empleados de las diferentes casetas dan su opinión y subrayan que la gente es amable, pero que echan demasiadas horas y no son remuneradas como corresponde.

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Francisco Sánchez
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La Feria de Málaga brilla de día y de noche con sus luces de colores, los farolillos y el sonido inconfundible de las sevillanas. Pero bajo ese telón de fiesta hay una realidad menos conocida: la de quienes hacen posible que las casetas funcionen como un reloj.

Trabajar en la Feria de Málaga es, a partes iguales, una prueba de resistencia física, una clase acelerada de psicología y, según a quién se pregunte, también una aventura que deja anécdotas para toda la vida.

Lo primero que sorprende es la cantidad de horas. No hablamos de un turno normal de oficina, sino de jornadas que rozan la heroicidad. “Yo entro a las doce y salgo a las ocho de la mañana”, confiesa Pablo, que atiende detrás de una barra como quien sobrevive en una trinchera.

Otros, como José, de la caseta Ágape, tampoco se quedan atrás: “Entramos a las once y salimos a las dos o tres de la mañana, todo seguido. Es una barbaridad”. Lo cuentan con una mezcla de resignación y orgullo, como quien se ha convertido en un maratonista de la hostelería.

Y, claro, la gran pregunta es inevitable: ¿se compensa todo ese esfuerzo en el sueldo? La respuesta, como casi todo en la feria, tiene matices. Hay quienes aseguran que “se cobra bien” y otros que lo ven con más escepticismo.

Un joven uruguayo, llamado Matías que es RRPP en la caseta Renfe lo resume con claridad meridiana: “Después de tantas horas, es imposible que se remunere bien. La apuesta nunca se acerca a lo que realmente se trabaja”.

Interior de la caseta Teatro  Gallery

Interior de la caseta Teatro Gallery Francisco Sánchez

La parte buena, porque siempre la hay, está en el contacto con la gente. En la Feria de Málaga el público llega con ganas de pasarlo bien, y eso, en general, suaviza los roces. Aunque bueno, "el cliente siempre lleva la razón", como han comentado varios camareros.

Óscar, de la caseta El Portón, lo resume así: “La gente es muy amable, muy cordial. De momento no hemos tenido ningún percance”. Claro que hay excepciones como los visitantes que llevan demasiadas horas bebiendo y deciden poner a prueba la paciencia del camarero de turno.

“A veces te piden cosas que no tienen sentido, incluso drogas. Hay gente rara cuando lleva todo el día bebiendo”, confiesa entre risas otro trabajador. Aun así, la filosofía que más se repite es la de atender con buena cara. “Si le hablas siendo buena gente, ellos también responden bien”, asegura Juan Pablo, convencido de que la sonrisa es la mejor arma.

Eso sí, hay momentos en que la sonrisa cuesta más. Uno de ellos es cuando la barra se convierte en un campo de batalla sin tregua. Luca, veterano de la caseta Malafama, recuerda el primer día de feria como una escena casi épica: “No pude ir al baño en toda la jornada, era servir, servir y servir.

“La cola nunca terminaba”, decía. Lo cuenta con humor, aunque cualquiera imaginaría un camarero convertido en atleta olímpico del vaso de tubo.

 En cocina, la cosa no mejora: “Imposible contar cuántos platos de berenjena salen en un mediodía. Uno detrás de otro”, comenta una cocinera mientras da vueltas a la freidora como si fuese un molino sin fin.

El calor, uno más en la Feria de Málaga

El calor es otro de esos invitados incómodos que nunca fallan. Málaga en agosto no da tregua, y si a eso se le suma la humedad y los focos, la caseta se convierte en un horno festivo. “El calor es muy, muy intenso. Hay que tomar mucha agua”, explican los trabajadores, agradecidos por los toldos que, al menos, permiten que la cosa sea medianamente soportable.

Y mientras camareros y cocineros luchan contra el calor, los equipos de limpieza batallan contra otro enemigo: el rastro del botellón. “Los que se llevan el tute fuerte son los compañeros de la mañana. El botellón deja la zona imposible de pisar”, cuenta Carlos, escoba en mano y con la resignación de quien sabe que la fiesta de unos es la faena de otros.

Camareros de la caseta Los Prados

Camareros de la caseta Los Prados Francisco Sánchez

Pero sería injusto quedarse solo con lo duro. Muchos de los que trabajan en la Feria de Málaga reconocen que, pese al cansancio, hay un punto mágico en formar parte de este engranaje. Algunos incluso prefieren vivir la feria así antes que como clientes.

“A mí me gusta vivirla trabajando. No me gusta mucho beber ni la discoteca, así que disfruto más viendo el ambiente”, dice una cocinera, convencida de que el verdadero espectáculo está entre los fogones.

Y es que, más allá del sudor, las colas interminables y las jornadas maratonianas, se crean vínculos que duran. “Esto es como la familia que te encuentras en Navidad. Cada verano nos reencontramos y, aunque haya cansancio, también hay buen rollo y anécdotas que recordar”, dice Luca, que ya acumula cinco ferias a sus espaldas.

Trabajar en la Feria de Málaga es, en definitiva, una mezcla de cansancio y alegría, de quejas y carcajadas, de sudor y brindis improvisados entre compañeros. Se sufre, sí, pero también se disfruta.

Y tal vez por eso, cuando las luces se apagan y los últimos clientes se van, muchos de los que han pasado nueve días sirviendo copas ya están pensando en volver el año siguiente. Porque, aunque cueste creerlo, en la Feria de Málaga hasta trabajar puede tener su encanto.