Rodrigo en la puerta de la Casa Hermandad de La Paloma.

Rodrigo en la puerta de la Casa Hermandad de La Paloma. Paula Tejada

Cofradías

Rodrigo, el cofrade que pasó de estar en coma a ser los pies del Cautivo: "Yo no vencí el accidente, aprendí a vivir con él"

Con tan solo 18 años tuvo que hacer frente a las secuelas de un choque que le hizo perder masa encefálica y la movilidad del lado derecho, pero se aferró a su fe en la que siempre estuvo La Paloma y tras ese golpe se unió el Señor de Málaga.

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La vida puede cambiar en un segundo. Para bien o para mal. Todo puede dar un giro de 180 grados sin que se quiera preverlo y si no que se lo pregunten a Rodrigo Fernández. Nada volvió a ser igual para él después de una noche de fiesta a sus 18 años, un accidente de coche y un diagnóstico demoledor: “Está muerto, no vale la pena operarlo". Su madre se negó. Y en ese gesto, entre la rabia y la fe, comenzó la segunda vida de Rodrigo.

Estuvo en coma profundo más de dos semanas. Perdió parte de la masa encefálica. Tuvo que aprender a hablar, a andar, a mover la parte izquierda de su cuerpo. La medicina y la fe consiguieron traerlo de vuelta de ese coma en el que estuvo sumido: “Mientras despertaba le dije a dos hermanas mías que fueran a rezarle al Cautivo”.

Rodrigo no se acuerda del impacto, ni de esas palabras que les dedicó a su familia, pero sí de la vida después del silencio. Aquella experiencia le cambió la vida y cuando fue consciente de lo sucedido y de que sus hermanas habían ido a rezarle al Cautivo para que se recuperara porque él lo pidió, lo tuvo claro: “Yo no me muero sin sacar al Cautivo”.

El señor de Málaga le acompaña desde 1988, pero su vida cofrade comenzó siendo tan solo un niño, pese a que su familia es originalmente de Priego de Córdoba. “Estaba en el colegio y vi que un compañero estaba pintando una procesión. Le pregunté ‘¿Hermoso eso qué es?’ y me dijo ‘eso es la procesión de La Paloma que mi padre es hermano mayor’ y ahí lo supe, quería salir en esa procesión”.

Desde entonces no ha faltado a la cita con La Paloma, haciendo que su familia, poco a poco, entrara en la cofradía y le acompañara en la procesión. Ahora mira atrás y ve cómo en medio de la oscuridad, la Semana Santa se convirtió en ancla, en medicina.

“Yo no vencí el accidente, yo aprendí a vivir con él", asegura Fernández que después de casi 40 años de aquella noche, no pierde la sonrisa ni el sentido del humor. "Si no tuviera sentido del humor, me habría pegado un tiro", añade. Además, hace hincapié en que “lo que he hecho yo lo hace cualquiera. Lo que pasa es que hay que tener sentido del humor y saber reírse de todo siempre en el buen sentido”, añade.

El accidente parecía que iba a ponerle fin a esa pasión, pero nada más lejos de la realidad. Perdió masa encefálica, la movilidad del lado izquierdo del cuerpo y la capacidad de hablar. Tuvo que hacer frente a una lista interminable de secuelas, operaciones, rehabilitaciones y noches de desesperación. Pero Rodrigo decidió pelear y decidió hacerse “un hombre con 18 años y decir venga para arriba”.

Su amor por la Semana Santa de Málaga nunca lo abandonó. Primero la vivió desde fuera, aferrado al pensamiento de querer sacar el Cautivo después de que le pusieran una medalla de él mientras estaba en coma. Cuando volvió a salir en procesiones decidió hacerlo como un hombre de trono más. No le importaba el puesto, él quería ser portador. En el submarino, debajo del varal a la cabeza, en la cola o agarrado a la Policía Nacional a modo de barrera para separar a la promesa del trono.

Pollinica, Lágrimas y Favores, el Cautivo, la Sentencia, la Paloma o Mena han sido algunas de las cofradías en las que ha sido los pies de sus sagrados titulares. Además, también ha sido capataz y, desde hace años, voluntario en la obra social de Corinto. “Ayudar sin que te paguen es el mayor privilegio”, dice.

En el 94 fue portador del Cautivo por primera vez

Para Rodrigo, la fe no es una pose ni un adorno: es carne, es calle, es esfuerzo y así es como recuerda su primera vez con el Cautivo: “Iba vestido de traje con mi medalla y enganchado a la Policía Nacional. Íbamos aguantando la promesa y me acuerdo de la infección cayéndome en el ojo. La gente limpiándose el pus que me caía”. Eso fue del 91 al 93 y ya en el 94 consiguió un puesto en el trono debajo de la mesa. “Cuando me enteré dije ‘me da igual’ y caí de rodillas dando gracias a Dios”. Y desde entonces no ha fallado ni un Lunes Santo.

Rodrigo ha hecho de la calle su altar. De cada Semana Santa, un acto de resistencia y gratitud. “No hay dinero en el mundo que pague esto”, asegura. Su vida está marcada por las decenas de cirugías, se ha convertido en símbolo de todo lo que se puede soportar. Se ríe, se emociona, y camina. No se rinde.

Y seguirá sin hacerlo. Este año volverá a ser los pies del Cautivo y acompañará a La Paloma. El día que no le dejen sacar el trono, que según él está más cerca que lejos, seguirá alumbrando el camino de sus sagrados titulares cada Lunes y Miércoles Santo porque después de muchas batallas ha aprendido que “la perfección no existe, pero vivir merece la pena".