La sorpresiva elección de los responsables de Interior y Justicia es una apuesta personal de Sánchez, que les conoció en una ronda de contactos para descubrir nuevos candidatos electorales 'modelo Carmena'.

La designación de Dolores Delgado y de Fernando Grande-Marlaska como ministros ha dejado perplejos a muchos, dentro y fuera del PSOE. Ninguno de los dos estaba en las quinielas de ministrables pero sí en la cabeza de Pedro Sánchez, que hace unos meses decidió iniciar una ronda de contactos entre profesionales ajenos a la política para explorar las posibilidades de atraerles a las listas electorales socialistas.

Grande-Marlaska participó en el casting de Sánchez por mediación de Margarita Robles, que les presentó. La hoy ministra de Defensa (que ha conseguido el mando sobre el CNI) conoce de antiguo al juez de la Audiencia Nacional. En febrero de 2012, siendo vocal del Consejo General del Poder Judicial, Robles promovió a Marlaska a la presidencia de la Sala Penal de la Audiencia Nacional imponiéndose a la candidatura, en principio más potente, de Javier Gómez Bermúdez, apadrinado por José Manuel Gómez Benítez.

Grande-Marlaska salió en segunda vuelta por los 11 votos justos que entonces eran necesarios para ser ascendido a un cargo judicial discrecional. El grueso de los vocales propuestos por el PP capitaneados por Manuel Almenar, en complicidad con Robles, apoyó al entonces titular del Juzgado Central de Instrucción número 3. Desde este órgano Marlaska había instruido el caso Faisán que tuvo en vilo a Alfredo Pérez Rubalcaba, amigo de Gómez Benítez. Fue una batalla en toda regla entre éste y Robles, que ganó ella.

A partir de su nombramiento como presidente de la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional Grande-Marlaska inició su ascensión a otros puestos en la órbita de influencia del PP como el de vocal del Consejo General del Poder Judicial, cargo que había intentado en 2006 en solitario, sin éxito. Lo consiguió en 2013, ya aupado por el PP, y ahí ha permanecido hasta el pasado jueves. Desde el CGPJ se ha postulado como fiscal general del Estado dos veces, primero cuando cesó Consuelo Madrigal y hace sólo seis meses con ocasión del fallecimiento de José Manuel Maza. Fuentes del PP recordaban estos días, atónitas, que su nombre llegó como candidato para suceder a Alberto Ruiz-Gallardón en el Ministerio de Justicia y también como aspirante a Defensor del Pueblo tras el cese de Soledad Becerril.

Su designación de la noche a la mañana como ministro del Gobierno socialista, que tanta irritación ha causado en miembros de la Ejecutiva del PSOE y del que el presidente del CGPJ, Carlos Lesmes, se enteró por una alerta de EL ESPAÑOL, no significa ni que Marlaska fuera antes conservador ni que ahora sea progresista. No hay en él fidelidades ideológicas, Marlaska es simplemente marlaskista.

En los últimos meses, siendo aún vocal del PP en el órgano de gobierno de los jueces, se ha visto varias veces con Sánchez, que tenía mente la búsqueda de un candidato a la alcaldía de Madrid tras haber tomado nota del éxito electoral que tuvo Ahora Madrid con la jueza Manuela Carmena. Después del triunfo por carambola de la moción de censura, Marlaska surge como candidato a Interior, un departamento con el que el juez ha tenido un estrecho trato desde su llegada a la Audiencia Nacional en 2005.

Su nombramiento para la cartera de Interior refleja en todo caso la capacidad de maniobra e influencia de su mentora. El tándem Robles-Marlaska controlará todos los servicios de información del país y la actuación de policías, guardias civiles y espías. Un poder de vértigo. Será positiva la buena conexión que hay entre ambos.

No la hay, en cambio, entre Robles y la ministra de Justicia. El motivo no está en la primera, que apenas ha tenido trato con Dolores Delgado, sino en que ésta suele asumir como propias las rencillas cosechadas por su alter ego, Baltasar Garzón, y éste ha tenido sonados desencuentros con la ministra de Defensa. Robles y el biministro Juan Alberto Belloch cortocircuitaron las ansias de poder del exjuez, que no pudo ser ni ministro de Interior ni secretario de Estado siquiera. Ganó ella.

Años después, en 2010, Garzón atribuyó a Robles, entonces vocal del CGPJ, el intento de acelerar su suspensión cautelar como juez de la Audiencia Nacional a consecuencia de las causas penales abiertas contra él en el Tribunal Supremo y que, a la postre, le costarían la carrera. Garzón llegó a recusarla alegando que habían coincidido en el ejercicio de funciones públicas en el Ministerio de Interior y que por ello la vocal no sería imparcial a la hora de decidir.

Robles le contestó con un finísimo escrito en el que, tras aceptar apartarse y no participar en la votación sobre la suspensión de Garzón, le recordaba que el Tribunal Europeo de Derechos Humanos le acaba de censurar por la “falta de imparcialidad” que demostró cuando, a su regreso a la Audiencia Nacional despechado en su aventura política, reabrió las diligencias sobre el secuestro de Segundo Marey y procesó a Rafael Vera, con el que tuvo “relaciones personales conflictivas” y una “enemistad manifiesta” cuando Garzón era delegado del Gobierno para el Plan Nacional contra las Drogas y Vera, secretario de Estado de Interior.

Dolores Delgado conoció hace dos meses a Pedro Sánchez, esta vez sin la intermediación de Margarita Robles. El líder del PSOE comento a sus allegados que "le había encantado" y que "tiene mucha fuerza". A partir de ahí, dos llamadas de teléfono tras la moción de censura y ministra de Justicia.

Personalidades que han intentado ayudar a Delgado a lo largo de su carrera están tan sorprendidos como expectantes porque su perfil, dicen, es "incompleto" para el Ministerio. Explican que es una "fiscal de campo" sin trayectoria política ni ejercicio de cargo alguno ni experiencia de gestión y que, salvo lo que afecta a la Fiscalía, no controla ninguna otra faceta de lo que concierne a la cartera. Fue significativo que en su toma de posesión no hubiera ningún magistrado del Tribunal Supremo y apenas algunos de la Audiencia Nacional.

Tiempo al tiempo. La elección de un buen equipo y de los objetivos de trabajo serán determinantes. Y también dejar dividir el mundo entre quienes quieren a Garzón y quienes le critican. Algunos piensan que Sánchez ha sentado al exjuez en el Consejo de Ministros por persona interpuesta. Pero igual Delgado demuestra que puede volar sola. Veremos.