José Luis Rodríguez Zapatero, durante una entrevista reciente con este periódico.
Zapatero, jugador de casino en Pamplona, constructor de muros en Madrid
Parece existir consenso: Pedro Sánchez es el presidente psicológicamente más interesante de la Democracia española.
Sería una bonita manera de celebrar una manifestación tan amplia como las de la Transición: en favor del estudio de las procelosas complejidades de Sánchez a través de los métodos más arriesgados de don Sigmund.
¡Viva Sánchez! ¡Viva Freud!
La ambición fue desmedida en Suárez, pero luego practicó el mayor ejercicio de contención posible: entregó el poder –dimitiendo– cuando la Democracia corría peligro.
Calvo-Sotelo fue el más culto, pero no tuvo tiempo para ser interesante, pese a que sus sonetos más mordaces –recientemente publicados– nos descubren en retrospectiva su faceta de poeta maldito.
Llegó Felipe González, con su chaqueta de pana y sus desplazamientos clandestinos por la frontera, pero se hizo tan establishment, ¡casi catorce años de poder!, que perdió su apariencia literaria.
Aznar, aun con sus inicios joseantonianos y su conversión azañista, se nos aparece como alguien que siempre hizo lo que se esperaba de él.
Rajoy... Pues eso, Rajoy.
Sánchez, en cambio, acuñó en muy poco tiempo su tópico de personaje fascinante: la decisión inesperada, la ausencia de escrúpulos en cualquier ámbito de la política, sus pactos mefistofélicos en el último segundo... Y todo eso, con el alud de críticas resbalando por su gélido perfil.
El otro día, desmontando una biblioteca vieja, casi me caigo de una escalera cuando llegó a mis manos la novela que José María de Pereda escribió sobre la vida de un arribista. La tituló... Pedro Sánchez.
¿Y Zapatero? ¿Por qué no está Zapatero en la lista de presidentes inmediatamente anterior? Porque quizá haya desbancado a Sánchez como carácter más interesante de la Democracia. Tengo pruebas para defenderlo. Las 673 páginas del segundo tomo de las memorias de herr direktor.
Pensaba, como pensaban muchos antes de que el Gobierno levantara el muro, que Zapatero fue audaz –y acertado– en la ampliación de los derechos civiles y un verdadero desastre en lo que tuvo que ver con la crisis económica. También que con algunas de sus políticas de memoria sembró la semilla de la discordia que ha hecho germinar Sánchez.
No porque habría que haberlo dejado todo como estaba, sino porque los esfuerzos económicos deberían haberse centrado en la localización y exhumación de las fosas, y no en las cortinas mediáticas del enfrentamiento.
Hay una incógnita de amplio conocimiento que genera intriga en torno al personaje, pero que de momento no trasciende el ámbito de la especulación: ¿hay algo más que "mediación" en su relación con la Venezuela de Maduro?
Zapatero, para mí, era un poco insulso hasta que leí las conversaciones que mantenía con herr direktor en Moncloa con la condición de que no se publicaran.
La fuente es incontestable porque se trata de las libretas que otro periodista, Óscar Campillo, iba rellenando con las literalidades de lo que allí se decía.
Adelanto que Zapatero es verdaderamente fascinante. Por su volubilidad, por su compromiso deliberativo con el distinto, por su pensamiento temerario, por sus vertiginosos cambios de opinión... y por su sentido del humor.
Tan voluble es Zapatero que no descartaría, ¡lo juro!, que se pusiera a trabajar de la mano del PP para configurar una moción de censura.
He empezado por el final. Así que voy a explicarme.
Lo más gordo que revela herr direktor en el libro es la intención que tuvo Zapatero de pagar a ETA un cese de la violencia con su reivindicación histórica: la celebración de un referéndum en Navarra para anexionar la Comunidad Foral a Euskadi. Había –y hay– un mecanismo constitucional que lo permite: la disposición transitoria cuarta.
Navarra es la joya de la corona. No en vano, en la utopía abertzale sin fundamento histórico es Pamplona –y no Bilbao, Vitoria o San Sebastián– la capital de esa Euskal Herria libre por la que decían pelear los terroristas.
Total que un día Zapatero se lo dijo a Pedro J. en la Moncloa. Sin preliminares. Fue al bollo. Con poco romanticismo. Oye, que me planteé hace nada dar a ETA el referéndum de Navarra porque algo había que darles para que dejaran de matar.
Pedro J. le respondió como hubiera respondido una gran mayoría social –también formada por votantes socialistas de entonces–. Pero, ¿te has vuelto loco? ¿Y si ese referéndum no se dirime en la dirección que quiere ETA? ¿Crees que van a dejar de matar? ¡Se sentaría un precedente de cesión al chantaje peligrosísimo!
Por no hablar de un hipotético triunfo abertzale en el referéndum: ETA podría haber pasado a la historia como la banda que, a golpe de asesinato, consiguió unir Navarra al País Vasco.
Zapatero le explicó a herr direktor que lo había tenido bastante claro, que lo había comentado con Tony Blair, que ya se entrenaba como mediador internacional, y que ahora hace lo propio en la Gaza masacrada por Netanyahu.
Era un momento muy delicado. ETA había roto la tregua con el atentado de la T-4 y costaba pensar que los asesinos estuvieran por la labor de dejar de matar. Pero Zapatero manejaba buena información... y en parte buena intuición; por qué no decirlo. ETA se estaba ya planteando un cese definitivo de la violencia.
En eso, reconoce Pedro J. que se equivocó. Él –y esos millones de españoles que pensaban como él y acudían a los editoriales de El Mundo como la homilía del domingo– intuían que el momento de la negociación definitiva estaba lejos.
¡Pero es que el propio Zapatero estuvo a punto de cargarse a lo más rescatable de Zapatero y el gran trabajo de las fuerzas armadas durante tanto tiempo! ¡Pudo tirar por tierra la resistencia social de tantos!
Pese a la dinámica perversa del muro, quiero creer que la gran mayoría de españoles concibe que el gran logro de la lucha contra ETA fue haber vencido sin concesiones, después de haber combinado la negociación con la neutralización en una receta adecuada. Sin importar la sigla del Gobierno.
Otra cosa es lo que ha venido después: el pisoteo de la memoria. Pero esa también es otra historia.
Los navarros estuvimos pendiendo de un alambre. Del alambre de la temeridad de Zapatero, que como he sabido tras la lectura del libro es tan camaleónico como Sánchez. Con un inquietante rasgo añadido: Zapatero no actúa –sólo– por conveniencia, sino por convicción. Intenta dar una pátina ideológica a lo que decide. Aunque lo que decida pueda cambiar de una hora para otra.
Fijaos en la resolución de aquel referéndum que a punto estuvo de ocurrir. Cuando le contó al director –sin explicaciones demasiado claras– que a última hora había cambiado de opinión, que no iba a haber consulta, frenó en Navarra un pacto entre los socialistas y los nacionalistas. El famoso "agostazo". Un golpe de mano desde Ferraz que evitó la llegada del PSOE al poder de la mano de los nacionalistas y que acabó en una abstención en favor de UPN.
Le dijo Zapatero a herr direktor con una sonrisa: "El que iba a entregar Navarra a ETA se la acaba entregando a UPN".
¡Joder! ¡Por los pelos! Como el que está delante del punto de penalti en la final de la Champions, chuta, le pega al palo y va para dentro.
Si Zapatero llega a fallar el penalti que se pitó contra sí mismo, Navarra habría celebrado un referéndum sobre su identidad en un clima de terror... supuestamente para frenar al terror.
Traducido: para que nos dejen de matar a todos, vosotros tenéis que arriesgar vuestra identidad.
No en vano, el símil que más se repite en el libro es el de Zapatero como "un jugador de casino". Esa mezcla de ingenuidad y temeridad hace que el personaje sea fascinante.
Le hablaba Zapatero a herr direktor de Otegi con muchísima pena. Porque Otegi, después de su metamorfosis –secuestro a punta de pistola y disculpa explícita del asesinato de López de Lacalle– quería negociar y tenía miedo de los que seguían matando.
Recuerdo el primer mitin de Otegi tras salir de la cárcel. En Anoeta. Con niños bailando, con números iluminados con fuego, con comparaciones surrealistas sobrevolando el ambiente: Otegi era Nelson Mandela. ¿Cómo era posible que nos sorprendiera ese marco si ya lo había asumido todo un presidente del Gobierno?
Zapatero tuvo un colofón a su altura. Después de haber propiciado sibilinamente la tensión, después de haberle dicho a Iñaki Gabilondo –pensando que el micro estaba cerrado– que había que generar tensión, dejó la Moncloa diciéndole a herr direktor en otra conversación privada que estaba arrepentido de haberse llevado tan mal con el PP, que iba a ser un presidente ejemplar... ¡y que iba a hacer todo lo posible para generar pactos entre los dos grandes partidos!
Sí que se le está dando bien.
Ha escogido como mejor camino para conseguirlo ser mediador de Nicolás Maduro e interlocutor en Suiza de quienes dieron un golpe a la Constitución y se dieron a la fuga. Y en cada entrevista que concede –sigue manteniendo su talante– procura dar justificación moral a las actuaciones aritméticas de Sánchez.
Zapatero recorre platós, estudios y periódicos celebrando el muro que él mismo construyó y que él mismo se prometió derribar.
La Ley de la Memoria, el Estatut de Cataluña, el referéndum de Navarra, la "tensión", hay que tensar, la nación "discutida y discutible"... Todo un proyecto político que ahora está en marcha. Porque Zapatero, al contrario que Sánchez, sí tiene una idea de España.
Uno de los momentos que más le dolió a Zapatero fue cuando Sosa Wagner, su profesor en la universidad, el profesor que le puso una matrícula, le acusó en un texto público de dar "munición a los nacionalistas" con sus divagaciones seudo-orteguianas.
A Umbral le sublevaba que siempre se le elogiara la estética a costa de enterrar su pensamiento. Poco antes de morir escribió una columna sobre el proyecto de Zapatero que hoy nos vale para englobar el de Sánchez: "Con su socialismo poco hecho, vuelta y vuelta, no explica el contenido concreto de sus pactos entornados con el carlismo marxista. No puede decirlo, sencillamente, porque sería intolerable (...) Lo suyo es una sabia e inteligente ambigüedad que va llevándonos a todos por la senda inconstitucional de la Constitución amaestrada y renovada".
Me dijo Pedro J., que es su amigo, que Zapatero dio ese viraje al dejar la presidencia porque parte de la sociedad española, la derechona, lo convirtió en un hazmerreír, porque no tantos como él quisiera le agradecían los derechos civiles conquistados. Y que todo ese cúmulo de decepciones le hizo extraviar la contención que él suele reclamar para los suyos.
Zapatero es verdaderamente fascinante. Y encima lee a Borges. Zapatero es el Aleph.
Zapatero es una bomba de relojería. Sólo queda esperar a que estalle en la dirección que a uno le interesa, por imposible que parezca: que vuelva a perder el oremus –o a ganarlo– y a conspirar en favor del consenso. De la Transición.