De izquierda a derecha: José Luis Vela –exconcejal del PSOE amenazado por ETA e íntimo amigo de López de Lacalle–, Alain –hijo del articulista asesinado– e Ignacio Latierro –librero de la mítica Lagun, otro íntimo amigo–.
"Fue ahí": el asesinato de López de Lacalle y su paraguas rojo de la libertad contados por su hijo y dos amigos 25 años después
Alain López de Lacalle, José Ignacio Vela –exconcejal del PSOE que tuvo que marcharse del pueblo por las amenazas de atentado– e Ignacio Latierro –librero de la mítica Lagun también amenazado por ETA– viajan a Andoain para hacer memoria.
José Luis López de Lacalle (1937-2000) fue uno de los articulistas más conocidos en el combate del terrorismo. Veterano luchador antifranquista –fue torturado y estuvo cinco años en la cárcel –, se acababa de jubilar para dedicarse a escribir. Fue asesinado cuando volvía a su casa después de tomar café y comprar los periódicos.
Más información: "Los jóvenes no saben nada sobre López de Lacalle y es muy importante que sepan lo que pasó".
Un hijo y dos amigos. Esa es la tripulación para viajar al soportal de unas casas de ladrillos, “las casas bajas”, que dicen en el pueblo, donde mataron a un hombre bueno. Cuentan las crónicas que su cuerpo estuvo tres horas a la intemperie, que en su bolsa de plástico blanco asomaban todos los periódicos –también el Gara– y que su paraguas rojo no paraba de brincar.
Aquel paraguas rojo saltaba y saltaba como intentando dar un aldabonazo en la conciencia de los que miraban. El aldabonazo nunca llegó. Y quizá todavía no haya llegado: gobiernan el pueblo quienes no han condenado lo que sucedió. Se llamaba José Luis López de Lacalle y han pasado veinticinco años. Hemos venido a recordarle. A recordarlo.
Mientras vamos a la búsqueda de uno de sus compañeros, pensamos que se trata sólo de eso, de recordar. De hacer memoria. ¿Cómo pudo ocurrir? ¿Cómo es posible que un hombre bueno, recién jubilado, padre de dos hijos, articulista de periódicos, demócrata radical, fuera asesinado por decir lo que pensaba?
¿Cómo es posible que hace sólo veinticinco años, ahí mismo, en las casas bajas, unos chavales lo asaltaran por la espalda, lo tirotearan y lo remataran en el suelo? ¿Cómo es posible que aparecieran al día siguiente pintadas celebrando los disparos? Hay que escribir crudo, con pocas metáforas, como lo hacía José Luis en sus artículos, porque es la única manera de que la memoria se despierte.
Ocurre eso con los asesinatos de ETA. Puestos así, en el recuerdo, escritos desde el presente, parecen inverosímiles. ¿Cómo pudo ocurrir?
¿Cuántos chavales en Euskadi saben hoy quién fue José Luis López de Lacalle? ¿Cuántos chavales en este pueblo, en Andoain, saben hoy que José Luis, aquel hombre alegre y discutidor, conspirador antifranquista, amigo abrazador, estaba dando un paseo después de tomar un café y comprar la prensa cuando lo silenciaron con un revólver? ¿Cuántos de ellos saben que algunos de los que entonces tenían su edad cogieron el espray para escribir “José Luis, jódete (…) ETA, el pueblo está contigo”?
¡Fue ahí, a diez minutos andando de la librería! ¡A cinco minutos de la Iglesia y del Ayuntamiento! Cada año lo recuerdan amigos, familiares y partidos políticos –todos menos uno– junto a su monolito. Esta mañana de sol, de cielo vehementemente azul y nubes blancas como impresas a ordenador, no tiene nada que ver con esa Euskadi de “niebla y trasluz” –así se llamaban sus columnas–. Pero, ¿puede ser el sol de verdad si se ignora que una tormenta lo arrasó todo hace no tanto tiempo?
El cuerpo de López de Lacalle, tendido en el suelo el día del atentado.
Una pira de libros
Todavía no hemos llegado, en realidad, a Andoain, adonde “las casas bajas”. Estamos frente al Ayuntamiento de San Sebastián, esquina con el Boulevard, esperando a Ignacio Latierro, uno de los veteranos supervivientes de aquel tiempo. Uno de los grandes amigos de José Luis.
Decimos “superviviente” porque, cuando ETA mató a José Luis, algunos periódicos utilizaron una fotografía de archivo donde aparecían antiguos dirigentes comunistas. A un lado, Juan Mari Jáuregui. Al otro, José Luis López de Lacalle. Los dos, asesinados. En medio, Ignacio Latierro, que aparece esta mañana, como José Luis aquel día, con una bolsa llena de periódicos. La costumbre. El periódico pone argumento a la vida.
Ignacio lleva un sombrero de Indiana Jones –lo dice él bromeando– y una camisa arremangada. Nos montamos en el coche y ponemos rumbo hacia “las casas bajas”. Veintitantos minutos de trayecto. Allí nos esperan José Luis Vela, exconcejal socialista amenazado por ETA; y Alain López de Lacalle.
Ignacio Latierro, uno de los libreros de Lagun, íntimo amigo de López de Lacalle, el día del reportaje.
Ignacio Latierro, que acabó aceptando casi obligado la escolta, era uno de los libreros de Lagun. La librería Lagun fue primero un símbolo de la resistencia antifranquista y después un símbolo de la resistencia frente a ETA. Acabó en las portadas de los diarios internacionales más importantes porque la asaltaron, sacaron los libros a la plaza y los quemaron. Una pira como las que le gustaban a Goebbels y que dio la vuelta al mundo.
Antes de aquel día de enero de 1997, hubo varios ataques. Solían reventarles el escaparate y rociar los libros con pintura roja y amarilla. Les pusieron una bomba. Cambiaban los lemas. Primero les escribían: “Rojos al paredón”. Y luego querían enviarles al paredón por “fascistas”. Lagun, la librería predilecta de José Luis en San Sebastián, nació al calor de Mayo del 68 por iniciativa de María Teresa Castells, que era amiga de Ignacio. Y nuestro Ignacio, un empleado de banca autodidacta y apasionado de la política y los libros, entró a trabajar allí.
Era un lugar típico para la venta de libros entonces prohibidos. Punto de reunión de aquella generación de chavales que basculaba entre el Felipe, el PCE, el PSOE… Al comenzar la Democracia, ETA, que asesinaba indiscriminadamente, los ubicó en el lado de los fascistas el día que Antxón Tolosa, uno de los suyos, se mató manipulando explosivos. Los abertzales levantaron piquetes y lograron que muchos locales de la parte vieja cerraran en recuerdo y homenaje.
Lagun no quiso cerrar. Lo recuerda Ignacio. Fueron increpados allí, donde estaba la librería, en la Plaza de la Constitución.
–¡Por qué no cerráis! ¿No os solidarizáis con la muerte del compañero?
–No vamos a cerrar. Aunque quizá deberíamos cerrar por el asesinato de ese policía que ETA acaba de matar en Sopelana –respondió Ignacio.
Aquello provocó la quiebra. Daba igual el pasado antifranquista de Lagun. Empezaron los atentados contra la librería. Hasta que tuvieron que dejar el local de la parte vieja para instalarse en un lugar estratégico, en la calle Urdaneta, cerca de las sedes de PSOE y PP, con mucha protección alrededor. A Ramón Recalde, exconsejero del gobierno vasco y el marido de María Teresa, la impulsora de Lagun, le pegaron un tiro en la cabeza. “Sobrevivió porque le habían puesto una dentadura de platino y parece que la bala rebotó”, dice Ignacio. “Después de ese día, me pusieron escolta”.
Hay una nota de color en la historia de Lagun: cientos de personas acudían a comprar en masa cuando los asaltos. Y mucha gente dio dinero para afrontar los gastos del nuevo local.
El viaje al corazón de José Luis
Nos cuenta Ignacio, ya con el coche en marcha hacia Andoain, que conoció a José Luis después de un viaje como este. Eran los años setenta. Le había llamado Paco Idiáquez, dirigente del PCE en Guipúzcoa, partido al que pertenecía él, Ignacio, y también José Luis: “Os tenéis que conocer. ¿Por qué no los recoges el día de mi boda y venís juntos?”.
Así fue. Ignacio y Rosa, su esposa, fueron a Andoain a buscar a José Luis y a Mari Paz para llevarlos a Aránzazu, donde se casaba Paco. José Luis no conducía.
–¿Y cómo era José Luis?
–Es que te hacías amigo suyo automáticamente, a los dos minutos de hablar con él. Era un tipo encantador, con carisma, charlatán, apasionado, cariñoso, discutidor. Una gozada. Ya desde ahí se inició una relación muy estrecha. ¡Hablaba más que yo todavía!
Imagen icónica de José Luis López de Lacalle.
Tenían orígenes parecidos. José Luis nació en Tolosa en 1937. Familia humilde, se puso a trabajar en la fábrica desde chaval. Autodidacta, enamorado de la lectura y sobre todo de Baroja, fue poco a poco entrando en esa república de txapelaundis del Bidasoa que giraba en torno al músico Javier Bello Portu: leían a don Pío, a Luis Martín Santos…
José Luis se afilió al PCE con Enrique Múgica en los cincuenta. Fundó Comisiones Obreras en la clandestinidad y lo detuvieron por ello. Pasó, entre Carabanchel y otras prisiones, cinco años encerrado. Lo llamaban “Cuscús” porque curioseaba todo lo que podía.
Tras la Transición, colaboró en la fundación de Izquierda Unida en Euskadi, pero pronto se desligó por las connivencias de estas siglas con los nacionalistas. Después, se acercó al PSE, pero siempre con la vitola de independiente. La necesitaba para escribir lo que le diera la gana. Tras el asesinato de Miguel Ángel Blanco, fundó el Foro de Ermua. Este sería un resumen sucinto de su currículum político.
En lo personal, nos cuenta Ignacio mientras rodamos entre las montañas, era un hombre acostumbrado a convivir con los distintos. Se casó con Mari Paz Artolazábal, que había sido andereño, profesora de la ikastola de Andoain cuando la ikastola estaba prohibida.
Ella contó en una entrevista poco después del asesinato detalles de aquella casa mestiza, la de una nacionalista y un socialista lejano al nacionalismo. Se conocieron en un Aberri Eguna, en Vergara. Dos hijos: Alain y Aitziber. Él estaba en “las casas bajas” aquella mañana cuando los disparos. Ella estaba en Suiza estudiando para psiquiatra. Esa casa era la Euskadi que debería haber sido y no fue.
López de Lacalle, en una imagen de archivo. Efe
Llegada a Andoain
Nos bajamos del coche en la entrada de Andoain. Luce un sol extraño a este clima. Un sol fuerte. Nos sentamos en un banco a la sombra de este parque que se llama “José Luis López de Lacalle” y que tiene un monolito en su honor con una placa que dice: “En homenaje a las víctimas por la libertad”.
A unos metros, una escultura obra de un amigo de José Luis, Gotzon Etxeberria. También es una celebración de las víctimas del terrorismo. Pero nos lo tienen que decir porque no lo pone en ninguna parte. La mujer de Gotzon, concejal del PNV, tuvo que cerrar una librería en el pueblo por culpa de la presión abertzale.
Andoain –así lo llamaban algunos policías– era el triángulo de las bermudas de ETA. Tenía ventajas logísticas matar aquí: en apenas cinco minutos puedes huir a San Sebastián, cruzar a Francia, subir hacia Álava o pasar a Navarra. El 7 de mayo del 2000 mataron a José Luis. El 8 de febrero de 2003 mataron a Joseba Pagazaurtundua, jefe de la policía municipal, militante socialista y amigo de José Luis. En 1997, atentaron contra el cuartel de la Guardia Civil y contra una sucursal bancaria sin víctimas mortales.
Podemos decirlo mejor con palabras de José Luis: “Escribo desde un pueblo de Guipúzcoa. No me rodea, precisamente, un ambiente de normalidad. En las paredes abundan las amenazas. La calle es de unos. Otros viven atemorizados”. Contaba José Luis que, a sus 62 años, nunca había vivido en libertad. Primero lo hizo en la dictadura de Franco y después bajo el yugo de ETA.
–¿Recuerdas alguna conversación con José Luis sobre la posibilidad de que ETA lo matara?
–Éramos conscientes. Al principio, la lógica de ETA, una lógica infame pero “lógica” desde su punto de vista, era militar. Tenían lo que llamaban “objetivos estratégicos”. Entonces, quienes no éramos policías ni militares pensábamos que no nos iba a tocar. Pero luego hicieron eso que llamaron la “socialización del dolor”. Necesitaban instalar el terror.
–Y aquí en el pueblo el ambiente debía de ser muy opresivo.
–Sí, pero José Luis no se quejaba. Escribía contra eso, dedicaba todos sus esfuerzos a eso, pero no se quejaba de lo que le pasaba a él en concreto. Recuerdo un día que nos reunió Idiáquez a los dos, el compañero comunista que nos presentó, y nos dijo: “Por favor, andad con cuidado. Tenéis que pedir la escolta”.
El poder de la pistola
Ignacio era optimista respecto al fin de ETA. Creía que la Constitución y el Estatuto de Autonomía acabarían achicando el espacio de los radicales. Le abrió los ojos Santiago Carrillo en un viaje que hicieron juntos a Bagdad por aquella época. Le dijo Carrillo: “ETA está descubriendo el poder que da la pistola. Y es muy difícil desengancharse de eso. No lo olvides”. No lo ha olvidado.
–¿Y políticamente? ¿Cómo definirías el credo de José Luis?
–La defensa de la democracia por encima de todo. Pensaba y escribía mucho sobre la importancia del Estado democrático. Es decir, que haya leyes e instituciones que sostengan esas leyes.
Para que lo entendamos mejor, Ignacio nos cuenta una anécdota. Estaba José Luis en la cárcel cuando ETA mató al comisario franquista Melitón Manzanas, conocido en toda Guipúzcoa por sus brutales torturas. Entre los torturados estaban José Luis y sus amigos.
Le contó Mari Paz a su marido que en San Sebastián brindaban con champán. Él lamentó esos vítores: “No ayuda a nuestro objetivo político, que es construir la democracia. Moral, ética y políticamente, un asesinato es injustificable. Aunque sea el asesinato de un malnacido”.
Para lo del credo, también podemos citar al propio José Luis: “Me duele la Euskadi negra. Me gustaría una Euskadi armónica e integrada en el autogobierno. Me identifico en iguales términos con una España reconciliada, democrática, civilizada, plural, habitable, abierta a la modernidad y al mundo. Por las mismas razones que no soy nacionalista vasco, no soy nacionalista español”.
La profecía
Una semana antes del asesinato, José Luis fue a San Sebastián a una presentación en la librería Lagun, donde estuvo con Ignacio. Acudía Jorge Edwards, muy de moda por haber recibido poco antes el Premio Cervantes. Después, hubo un cóctel en la galería Altxerri. Allí, José Luis le dijo al escritor ya fallecido Mikel Azurmendi: “Sí, nos seguirán matando”. Fue como una profecía.
Aparece otro José Luis, de apellido Vela, también íntimo amigo de López de Lacalle. Aparca el coche junto al parque. En aquel 2000, Vela –lo llaman así y lo llamamos así ahora nosotros para distinguirlo del otro José Luis– era concejal del PSOE. Aparecía en las mismas dianas que su amigo.
José Ignacio Vela, a la sombra de la iglesia de Andoain el día del reportaje.
Nos cuenta que las pintadas y la simbología han desaparecido de casi todas las partes del pueblo. Ya sólo adornan la zona de Santa Cruz, donde se reúnen, nos cuenta. “Esto ha cambiado mucho”, celebra. Pero es una celebración resignada. Porque el cambio ha sido a costa de la memoria. “Aquí, en los colegios, en Euskadi en general, en España, no se enseña lo que pasó. Los chavales no saben nada de lo de José Luis, de lo de Joseba Pagaza… Nada”.
“Mirad, en ese bar mataron a Joseba”. El bar Daytona está a unos metros de la librería donde compraba los periódicos José Luis. “Es que esto era… Uf, esto era acojonante, hoy no se puede imaginar. ¿Sabéis lo que más me llama la atención? Que se les ha olvidado a quienes lo vivieron. A chicos de cuarenta o cincuenta años. El otro día no me creían cuando les decía algunas cosas que habían pasado en este pueblo. Les dije… ‘Joder, ved tal documental’. Lo vieron y luego admitieron, pero es que muchos no querían ver y siguen sin querer ver hoy”, dice Vela.
A Vela también intentaron matarlo. Hasta el punto de que primero le pusieron escolta y después el gobierno vasco le obligó a marcharse del pueblo por seguridad “durante una temporada”. Fue después de “la carta de las 47 llaves”.
–¿Y eso qué es?
–Me mandaron a casa dos cartas. En la segunda, metieron una llave del portal dentro. Me dijeron que tenían 47 llaves como esa, 47 balas y 47 personas dispuestas a reventarme la tapa de los sesos.
Esa carta está hoy en el Memorial de Víctimas del Terrorismo, en Vitoria.
Mucho tiempo después, Vela supo que un vecino de su bloque de pisos era de ETA. Subían juntos en el ascensor muchísimas veces. Era de los terroristas que facilitaban información sobre los objetivos. "Joder, luego entendí por qué tenían la puta llave”. A ese vecino terrorista y a otro les hicieron un homenaje en Andoain cuando salieron de la cárcel, año… 2018.
–Vela, ¿por qué rechazabas la escolta? A ti te la pusieron obligado después de que mataran a José Luis.
–Porque, aunque os parezca mentira viéndolo desde hoy, contándoos lo que os contamos, nosotros no teníamos la sensación de que lo que hacíamos fuera suficiente como para que nos volaran el cebollo.
–Pero…
–Ya, ya, que el ambiente era ese, que pasaba lo que pasaba, joder, claro que lo veíamos, pero es que era así, os lo digo tal cual era, nunca creías que te fuera a tocar a ti.
Ignacio Latierro y José Luis Vela comparten recuerdos de su gran amigo López de Lacalle a pocos metros de donde lo asesinaron.
El año del atentado
En aquel mayo del 2000, el virus “I love you” colapsaba los ordenadores. Empezaban en España los primeros trasplantes de pelo. Se gestaba la sucesión de Joaquín Almunia en el PSOE. Gobernaba Aznar a lomos de una recién estrenada mayoría absoluta. Telecinco superaba en audiencia a Antena 3 gracias a Gran Hermano.
Y en Euskadi… El Parlamento vasco acababa de aprobar… ¡pedir a los ciudadanos que no colaboraran con el Ejército! Arzallus, el presidente del PNV, decía que prefería a Batasuna –gobernaban gracias a sus votos– que al “franquismo con votos del PP”.
El Gara –a través de ETA– publicaba unos papeles que daban cuenta de un acuerdo entre la banda y el PNV. ETA había aceptado la tregua a cambio de que el PNV rompiera cualquier pacto con PP y PSOE. Nacionalistas pacíficos y violentos se unían en la llamada “construcción nacional”. El PNV reconoció que esos papeles eran reales, pero dijeron que no se llegaron a firmar definitivamente, que no operaron.
La tregua con ETA se había roto en diciembre de 1999. Acto seguido, mataron con coche bomba al teniente coronel Pedro Antonio Blanco y al diputado socialista Fernando Buesa. Durante la tregua, los terroristas aprovecharon para recomponer sus comandos. En concreto, en San Sebastián, durante la tregua, la operación de “La infiltrada” –hoy famosa gracias al cine– había logrado la desarticulación del comando Donosti.
Vela nos lleva de paseo por el pueblo y nos retrotrae al 29 de febrero del 2000, dos meses antes del asesinato de su amigo José Luis. Aquella noche, hubo un atentado contra la casa de los López de Lacalle. Las “casas bajas”, accesibles desde el suelo. Cuatro cócteles molotov y pintadas amenazando de muerte al articulista. No había nadie dentro. Al estar las persianas bajadas, ardieron el balcón, el toldo y la mesa, pero no el interior. Por suerte, no afectó a la instalación del gas.
Al día siguiente, José Luis dio una entrevista a Diario Vasco, periódico en el que escribió hasta que fichó por El Mundo. Se dijo “dispuesto a seguir llevando una vida normal”. Y contestó como le contestó a su mujer, Mari Paz, el día que le contó en la cárcel el asesinato del comisario Melitón Manzanas: “No hay que aplicar la ley del Talión. Están los poderes públicos y las urnas para castigarles. En el pueblo se sabe más o menos quiénes son, pero el gran drama de este país es que la gente, por temor a las represalias, no se atreve a decirlo”.
Y luego esta frase: “Son tan fascistas como los franquistas”.
O esta otra: “Yo seguiré trabajando. Está en crisis la libertad. No podemos renunciar a ella. Ninguna persona puede hacerlo, y menos aquellos que llevamos luchando más de cuarenta años”.
López de Lacalle, consolado por un amigo el día en que atentaron contra su casa, apenas un mes antes de que lo asesinaran. Efe
El lehendakari Ibarretxe llamó al domicilio de los López de Lacalle para interesarse. José Luis, educado pero contundente, no perdió la oportunidad. Le dijo que la situación en Euskadi era “insostenible” y que el PNV no podía “seguir apoyándose en un partido como Batasuna, que no condena actos de violencia como este”.
Atravesamos la Iglesia, la plaza del Ayuntamiento. Vela y Latierro se cuentan que ya no militan en el PSOE, que están “jubilados también de la política”. Ignacio Latierro, además de librero, llegó a ser parlamentario socialista.
“Te van a dar a ti antes que a mí”
Vela es un hombre de pocas palabras, de silencios largos. De una mirada profunda. Habla mientras camina, pero se detiene para contar un recuerdo indeleble, como si el mero hecho de pronunciarlo le encadenara las piernas.
Fue el 5 de mayo, dos días antes del asesinato de su amigo. Estuvieron juntos, con sus mujeres, tomando unos vinos. José Luis López de Lacalle se despidió de José Luis Vela con una broma y una advertencia. La combinación de la broma y la advertencia es la prueba irrefutable de la capacidad del ser humano para adaptarse a entornos violentos.
–¿Qué te dijo?
–Me voy a casa, voy a poner la tele, aparecerá el virus “I love you” y me pondré tan contento.
–Y luego…
–Me dijo… "Vela, cuídate, te van a dar a ti antes que a mí". Y a él lo mataron a los dos días.
Las palabras del hijo
Se une a este viaje entre pasado y presente Alain López de Lacalle. Han pasado veinticinco años. Es funcionario y traductor de poesía. Autor de la única versión en euskera de “Antología de Spoon River”, de Edgar Lee Masters, donde los personajes que desfilan por sus páginas hablan desde la tumba y esbozan su propio epitafio.
Saluda a los amigos de su padre. Le dice Ignacio: “¿Qué tal está tu hermana Aitziber? ¿Tú también te acuerdas de cuando nos reuníamos a conspirar en vuestra casa y os dejábamos ahumados de tanto fumar?”. Se ríen.
Alain López de Lacalle, frente al monolito en memoria de su padre, veinticinco años después del crimen.
Alain es parco, mide las palabras. Dice de su padre: “Era una persona de profundas convicciones de izquierdas y de una gran coherencia ética”. Emprendemos rumbo a “las casas bajas”. Le preguntamos también por el pueblo. Él ya no vive aquí, pero sí su madre. Así que está al tanto. Es un pueblo en cuesta, de subidas y bajadas.
Nos dice Alain: “Después de veinticinco años, la situación política y social ha cambiado sustancialmente. Con el fin del terrorismo, ya no se vive el ambiente asfixiante que se vivía entonces y las preocupaciones de la gente han pasado a ser fundamentalmente las mismas que en el resto de España o Europa”.
Pero hay un “pero”. La memoria.
“Queda por hacer una deslegitimación completa del terrorismo. La izquierda abertzale tiene que reconocer que aquello nunca debió existir, que se equivocaron”, dice Alain.
Mari Paz, su madre, ha insistido mucho estos años en la importancia de contar los detalles, de revisitar las esquinas de cada uno de esos asesinatos. Es la única manera de hacer memoria. Exponer a quienes no lo conocieron –y a quienes no quisieron ver– la minuciosidad de la barbarie. En varios homenajes a José Luis, Mari Paz habló de la “deshumanización” de la sociedad. Sólo así fue posible ETA.
Alain, en el parque que lleva el nombre de su padre.
El día del asesinato
Así que vamos con los detalles. Llegamos, ahora sí, a las “casas bajas”. Son dos edificios contiguos de ladrillo, con unos soportales.
Era el 7 de mayo del 2000. Día de primeras comuniones en el pueblo. José Luis López de Lacalle había salido a practicar su ritual. Un café, comprar todos los periódicos en la librería y desandar el camino hasta casa para ponerse a leer y a escribir. El mismo camino que hemos hecho ahora nosotros.
Se escondieron, lo asaltaron por la espalda. Dispararon varias veces. Dispararon de nuevo cuando estaba en el suelo. Quedaron la bolsa blanca con los diarios que asomaban y el paraguas rojo que brincaba.
Quien disparó se llamaba Ignacio Guridi, condenado a treinta años de cárcel, todavía en prisión. Lo escoltaba a pocos metros Asier Arzalluz y en un coche esperaba Aitor Aguirrebarrena. A estos dos últimos les vio la cara Alain en un juicio el pasado noviembre. Estaba condenado Guridi como autor de los disparos y Txapote como “máximo responsable”. Pero faltaba poner nombre en los tribunales a esos dos colaboradores.
Los testigos no pudieron identificar in situ a los etarras, pero sí contaron a la policía un detalle. Cuando huían, el pistolero tropezó con una furgoneta y apoyó su mano en el capó, pero tuvo la sangre fría de borrar las huellas con el codo.
Después de la tregua, ETA había vuelto a matar con pistoleros. Antes sólo lo había hecho con coches-bomba. Los medios dibujaron la noticia con cierta sorpresa, pero no había tal. Escribió Vázquez Montalbán al día siguiente: “Hemos vuelto a la más absoluta normalidad. En el País Vasco, se vuelve a matar según la lógica interna de ETA”.
Aunque sí había una novedad. ETA matando periodistas. Todos ellos, con un manifiesto compartido en las primeras páginas, se conjuraban para honrar la memoria de José Luis levantando la palabra frente al terrorismo. Sin arredrarse. Muchos jugándose la vida.
Ruido de teléfonos, de gritos. Algunos miraban, otros no querían mirar. Alain escuchando desde casa, unos metros por encima del cuerpo de su padre, intuyendo qué había pasado.
Ignacio Latierro, Alain López de Lacalle y José Luis Vela, compartiendo recuerdos.
La deshumanización
El post-atentado nos sirve para dibujar la “deshumanización social” de la que suele hablar Mari Paz. En el pleno del Ayuntamiento inmediatamente posterior al asesinato, Batasuna no quiso aprobar la moción de condena suscrita por PSOE, PNV y PP. Hubo forcejeos. Gritos de “asesinos”. Los de Batasuna contestaron con consignas en favor de los presos y de la independencia. Intervino la Ertzaintza.
Miles de personas salieron a la calle en toda Euskadi. Casi en ningún sitio hubo protestas unitarias. Se resquebrajaba la unidad de los partidos frente a ETA por la ambivalencia del PNV. En su último artículo, José Luis pidió un adelanto electoral para acabar con ese gobierno del PNV sostenido por los abertzales.
En el funeral, cuando el féretro abandonó la iglesia, los viejos comunistas gritaban “libertad, libertad” y cantaban La Internacional puño en alto. No asistieron los representantes de Batasuna. El obispo de San Sebastián, Juan María Uriarte, heló la sangre de muchos de los que estaban allí, como Ignacio y Vela, con un sermón equidistante. Una condena del asesinato aderezada con la petición de “medidas de distensión que alivien en los privados de libertad sufrimientos personales, familiares y sociales innecesarios”.
Una de las pintadas que apareció en Andoain celebrando el asesinato de López de Lacalle.
Las pintadas a favor de ETA. Los amigos de José Luis borrando las pintadas.
Arnaldo Otegi atendiendo a la tele vasca como dirigente de Batasuna. Dijo que, con el asesinato de José Luis… “ETA pone sobre la mesa el papel de los medios de comunicación y de determinados profesionales de los mismos que, a su juicio, plantean una estrategia informativa de manipulación y de guerra en el conflicto entre Euskal Herria y el Estado”. No hace falta añadir nada, basta con transcribir.
Esto dijo @ArnaldoOtegi cuando ETA asesinó a José Luis López de Lacalle #TalDiaComoHoy hace 24 años⬇
— COVITE (@CovitePV) May 7, 2024
No se ha retractado de sus palabras. Tampoco es capaz de contestar a la pregunta de si estuvo mal matar.
Era entonces y sigue siendo el líder de la izquierda abertzale. pic.twitter.com/pwhQbnv78E
ETA reivindicó el atentado con estas palabras: “Bajo el disfraz de opinante de la sociedad, [López de Lacalle] ha pedido la detención, tortura y muerte de ciudadanos vascos con el lema fascista ‘A por ellos’ y el hipócrita de ‘Basta ya’”. También basta con transcribir.
Hace unos minutos, cuando Alain ha señalado el lugar, “fue ahí”, nos ha invadido un silencio pesado, como esa niebla que atrapaba el pueblo en los días del plomo y lo teñía todo color del carbón incluso en momentos de un sol tan rotundo como el de hoy.
Volvemos a San Sebastián. Alain tiene que ir a recoger a sus hijas. Han pasado veinticinco años. Esa es la grandeza de las víctimas, que se transmite con una sigilosa sencillez. Les arrebataron a un padre, a una madre, a un hijo, a un hermano. Y ellos piden a cambio memoria. Sólo les queda eso. Pedir memoria. ¿La tienen? ¿Qué piensas tú?