En Vox se han resignado. Ramón Tamames no es capaz, ¡ni siquiera un minuto!, de aparecer en los medios de comunicación y decir algo en lo que esté de acuerdo con el partido. Podría fingirlo. Pero tampoco. No es que no pueda, es que no quiere.

Se ha escrito mucho acerca de la edad de Tamames. Casi siempre a la contra. Con este argumento: como el candidato va a cumplir los 90, la moción de censura será un esperpento. Creo que el avanzado estado de la vida del profesor no explica en este caso el esperpento, sino su incapacidad para comulgar con un partido político. 

El economista Ramón Tamames, en una imagen de archivo.

El economista Ramón Tamames, en una imagen de archivo. EFE

Anotamos en los medios, elección tras elección, el rejuvenecimiento de la cosa pública. Los principales puestos de las listas se copan con cuarentañeros. Ya no resulta extraña tampoco la presencia de los treintañeros. Pero nunca decimos nada sobre la ausencia, no ya de los nonagenarios, sino de los que van por los 70 o los 80.

Pensemos por un segundo qué encuentran en la política los nacidos, por ejemplo, a partir de 1980: un trabajo bien pagado, cómodo, de poco desgaste intelectual, divertido, influyente. Todo a cambio de una exposición pública (y una responsabilidad) que no es demasiada, con la excepción de veinte o treinta escaños.

Hagan la prueba. Pregúntenle a un ciudadano medio cuántos políticos conoce de cara, nombre y apellido. No alcanza la mitad del Consejo de Ministros. No te digo ya un diputado por Segovia o Ávila. 

Fijémonos ahora en las renuncias que deben asumir esos potenciales políticos nacidos en 1980 o más tarde: imposibilidad para proponer soluciones originales a problemas de nuestro tiempo, incapacidad para decir al jefe que se ha equivocado, nula facultad de mostrar acuerdo con la organización de enfrente…

Por no hablar de todas esas cosas que no se encuadran en el capítulo de los derechos ni en el de las obligaciones y que figuran en el de los sacrificios: eminentemente, el aplauso al líder diga lo que diga. El convertirse en esos aplaudidores que, en el siglo XIX, batían las palmas a cambio de entrar gratis en los teatros.

Démosle la vuelta a la tortilla. ¿Cuántas personas mayores de 70 años hay dispuestas a lidiar con estas renuncias y este sacrificio a cambio de cierta comodidad económica? ¿A cambio de un poco de atención mediática? La edad de Tamames y su histrionismo a la hora de discrepar de Vox tiene sus particularidades, es cierto. Un ego desbocado y un ansia de espacio público, por ejemplo.

Pero hay una pauta: el rechazo de un hombre libre a beberse un credo cutre para llegar cómodamente a fin de mes

[Vox impone la ley del silencio a Tamames para revisar que su texto cumpla el guion de Abascal]

España es un país bastante envejecido en comparación con los de su entorno. Y debería preocuparnos que nuestros representantes públicos sean cada vez más jóvenes que los representados. Porque cualquiera que conozca la vida parlamentaria sabe que un setentañero y un ochentañero pueden perfectamente hacer vida de diputado. ¡Entrevistamos setecientas veces a Zamarrón, el que se parece a Valle-Inclán, por tener 74 años! ¡Como si calzara 120!

No digo con esto que los diputados sean unos chavales. La última radiografía que encuentro sitúa la media en torno a los cuarenta y muchos. Pero sí veo una tendencia preocupante: que cada vez hay más jóvenes y menos ancianos, siendo la política una actividad bastante despojada de lo físico y tan requerida de conocimiento vital.

El partidismo, que no es otra cosa que la conformación de los partidos-secta, expulsa a quienes no encuentran rentable renunciar a su libertad individual a cambio de dinero. Y la afluencia de estos perfiles es inversamente proporcional a la edad. Lo escribe un chaval que podría ser nieto de Tamames.