Isabel Díaz Ayuso, en su particular procesión de La Almudena.

Isabel Díaz Ayuso, en su particular procesión de La Almudena. Efe

Política DÍA DE LA ALMUDENA

El día que Ayuso fue patrona de Madrid: abrazó, predicó y metió en misa a los periodistas

9 noviembre, 2021 14:54

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"Imitemos a nuestra Madre abriendo caminos". Tan a pecho se ha tomado Isabel Díaz Ayuso las palabras del cardenal que era difícil distinguir la procesión de la virgen de la suya. Uno ya no sabía si llamarla María o Isabel. Lo decía consternada una monja vestida de hábito que veía a la muchedumbre engullir a la figura terrenal en detrimento de la celestial: "Oiga, es que no es su día, ¡oiga!".

No se puede pedir exquisitez religiosa en jornadas como esta. El feligrés está a otra cosa: al barquillo, a la capa, al pasodoble. Tanto es así que el arzobispo Carlos Osoro ha recibido una ovación... ¡al concluir su homilía! Igualito que en "Amanece que no es poco", de José Luis Cuerda.

Todo ha estado perfectamente medido. Librados de los fantasmas de Génova –nadie había, porque no suele haberlo, en representación del aparato– Ayuso y Almeida han protagonizado un abrazo eterno. Muy tocón, que hacía frío. Muy estrecho, por si alguna de las decenas de cámaras que apuntaban buscaba cualquier rendija que denotara discordia. El VAR de la reconciliación ha dictado sentencia: son unos buenos amigos que quieren parecer buenísimos amigos.

El plan ha sido el siguiente: Almeida debía llegar antes, atender a los periodistas, inaugurar la faena como alcalde y esperar a Ayuso en la explanada. Ante un vaso de whisky solo y con hielo –así es cuando los políticos dicen la verdad–, Almeida nos dijo: "Siempre hice lo que se esperaba de mí". Sacar buenas notas en el colegio, matricularse en Icade, bailar al ritmo del llorado Georgie Dann y calzar náuticos. Hoy no ha sido menos.

Ha llegado muy abrigado, consciente de que cuando se va el sol hace un frío que pela. Ha abrazado al primer ciudadano que ha encontrado con una mascarilla del Atleti, ha besado a la vicealcaldesa Villacís, ha bromeado un rato con los periodistas y... (vaya palmaditas en la espalda las que le ha dado Villlacís, como diciéndole "no te hagas el loco, sé que has visto la encuesta, me necesitas, José Luis")

Pero antes de relatar el mecanizado encuentro conviene desmigar las palabras de Almeida. Es un abogado del Estado que afronta las atenciones improvisadas como ese pecado perdonable que uno comete todos los días. Incluso quien hace siempre lo que se espera de él.

Almeida ha jugado al límite cuando le han preguntado si había hablado con Ayuso por la mañana: "Nos hemos escrito por WhatsApp. Hay tan buen rollo que no nos tenemos bloqueados". Traducción inmediata: entre Génova y Ayuso –donde sí existe el bloqueo– hay un mal rollo de mil pares.

Sonreía Almeida, consciente de que todo volvía a ser un poco como en el colegio, donde le llamaban "Meja", jugaba al fútbol y las entradas a la altura de la rodilla eran mucho más saludables que los pisotones genoveses. Se han repartido esta mañana centenares de hostias y ninguna ha sido de color azul.

"¡¡¡Ayuso!!!", ha anunciado una señora. Manos acariciadas, fotografías, todo tipo de gritos. Ella, también muy abrigada, de negro absoluto, ha correspondido y ha caminado lentamente al encuentro de Almeida.

Ruido de ametralladora. Cientos de fotos. Ha habido que jugarse la vida –los cámaras dan marcha atrás y no llevan retrovisores– para ver el instante. Ahí hemos estado varios minutos que se han hecho eternos, como la vida después de la muerte en palabras del cardenal. No había manera de irse.

Cuando han decidido que su amistad estaba más que reafirmada, Almeida se ha ido hacia su butaca y Ayuso ha atendido a los medios. Ella ha sido más seria, porque hasta los caracteres más divertidos se ensombrecen con la que hay montada.

Ha dicho lo de siempre: que quiere presidir el PP de Madrid, que respetará los plazos que ponga la dirección nacional y que a ver si se arregla la cosa. Porque la cosa –imagínense cómo tiene que ser para que un político lo reconozca– "está complicada".

No había tantos periodistas en misa desde los tiempos del Arriba y El Alcázar. Podría demostrarse estadísticamente. Pregúntenselo a los encantadores trabajadores del arzobispado, a los que las acreditaciones les salían por las orejas. Así no se puede rezar, uno no se concentra. ¡Los voluntarios han pasado el cestillo tres veces por la misma fila! ¡Qué rapidez el del impuesto de la plusvalía!

Al acabar, por si Casado y Teodoro se hubieran perdido el primer abrazo, Almeida y Ayuso han vuelto a reencontrarse. Otra locura de cámaras y coscorrones. Había al lado un hombre clavadito a Plácido Domingo, pero ni por esas. Todo había que jugarlo al Ayuso-Almeida.

En un momento dado, ha habido tanta caricia ante la puerta de la iglesia que pensábamos que iba a intervenir el cardenal. "Podéis ir en paz", ha celebrado el sacerdote. Porque mañana volverá a empezar la guerra.