El expresidente del Gobierno José María Aznar interviene en el XXI Congreso Nacional del PP Madrid
El discurso íntegro de Aznar en el Congreso del PP: "Si pactas con delincuentes, no te extrañe acabar en la cárcel"
El Español reproduce por su interés el discurso de Jose María Aznar en el XXI Congreso Nacional del Partido Popular.
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Para mí es un honor acompañaros en esta primera jornada del 21 Congreso del Partido Popular.
Siempre estaré a disposición de mi partido. Porque siempre estaré a disposición de mi país y, hoy más que nunca, el Partido Popular es la mejor herramienta al servicio de España y de los españoles.
Hoy más que nunca. No hago retórica. Sería difícil exagerar la trascendencia del momento político que estamos viviendo.
Vídeo | Así ha sido el discurso completo de José María Aznar en el 21º Congreso Nacional del PP
El Partido Popular está llamado a protagonizar un cambio de rumbo histórico, porque la deriva de España, hoy por hoy, es de naufragio.
Estoy seguro: este Congreso demostrará que nuestro partido es capaz de recoger y articular la esperanza de tantos españoles hastiados.
De tantos españoles que, a pesar de todo, conservan intacta la fe en su país y ambicionan para él un futuro mejor.
Tenemos una responsabilidad inmensa. No es la primera vez. Recuerdo bien el Congreso de Sevilla de 1990.
Entonces había que demostrar que la alternativa de gobierno era deseable.
Ahora es más difícil: ahora hay que garantizar que la alternancia será factible.
Hoy no se trata de “reiniciar” el partido; se trata de sentar las bases para refundar la convivencia constitucional en España.
Se trata de cerrarle el paso a la fractura territorial y al intento de cancelar el éxito democrático inaugurado con la Transición.
En el próximo envite nos jugaremos algo más que la continuidad de un gobierno nefasto.
Nos jugaremos la continuidad histórica de la nación. Nos jugaremos la vigencia de la Constitución.
Nos jugaremos las garantías de nuestra libertad: la separación de poderes, la independencia judicial, la libertad de expresión y de información: el estado de Derecho en todas sus manifestaciones.
Nos jugaremos el crédito de España en Europa y en el mundo. En realidad, nos jugaremos un cambio de país más que un cambio en el país.
Porque el sanchismo ha unido su destino, hace tiempo, al de los que llevan toda la vida queriendo cambiar de país, porque España no les gusta.
El escenario de cartón-piedra montado por la oficina publicitaria que hace de Gobierno se está desmoronando.
Es importante recordar a los españoles que no se ha llegado hasta aquí por casualidad.
Hasta aquí hemos llegado porque un socialismo en decadencia se dedicó a mentir mucho, a robar mucho y a comprometer mucho el futuro de España.
Y así, la actualidad política es ya una sección de la crónica de sucesos. Tampoco esto es casualidad, ni cosa de “tres o cuatro golfos”.
La golfería estructural del sanchismo no se limita al sexto mandamiento; rebasa cuestiones de moral privada; tiene significado político.
En 2018 se asociaron con delincuentes para llegar al gobierno. Ya en el gobierno, fueron a negociar sus primeros presupuestos a una cárcel. Recordad a Pablo Iglesias en Lledoners.
Cogieron carrerilla y regalaron el Código Penal a unos delincuentes convictos para que lo reescribieran a su gusto.
Hicieron lo mismo con esa memoria oficial que tienen decretada: consintieron que los herederos políticos del terror reescribieran nuestra historia.
Y como todavía era poco, compraron una investidura a cambio de la impunidad total. No se han limitado a perdonar delitos; han pedido perdón a los delincuentes.
Y lo peor es que lo han hecho en nombre de sus víctimas, es decir, de todos nosotros. Sin permiso y sin vergüenza. Eso significa la amnistía.
Pues bien, si negocias presupuestos en una prisión, te asocias con presidiarios y pactas una amnistía con delincuentes, no te extrañe acabar en la cárcel: es tu ambiente.
Cada vez más españoles saben a qué atenerse desde que pudieron ver a los cruzados de lo público privatizar una investidura.
Cada vez son más los que comprueban que en la España de Sánchez los delincuentes escriben la ley y el Gobierno viola el Derecho.
La semana pasada asistimos al espectáculo –insólito en democracias decentes– de unos delincuentes explicando a los tribunales cómo debe interpretarse la ley, alegando que… ¡la redactaron ellos!
Ahora sabemos por qué el Gobierno se daba tanta prisa excarcelando etarras: se estaba haciendo sitio.
El cambio urgente en España significa que los delincuentes dejen de estar en los despachos legislando y pasen a estar en la cárcel para que la ley se les aplique.
Para el sanchismo no hay reinserción posible. Se empeña en delinquir con agravantes: en cuadrilla, con nocturnidad y con alevosía.
Hasta aquí ha llegado el PSOE liderado por Sánchez. Pero cada vez más españoles se resisten a que esos feministas tan aficionados a sus sobrinas les tomen por primos.
El sanchismo no pasará a la historia de las ideas. Subordinar el bien común al interés personal: ese es su proyecto. Enfrentar para vencer: ese es su método.
Para quien opera con esas coordenadas, no hay mucha diferencia entre apañar obra pública en Navarra y vender la nación en Suiza.
Las mordidas al presupuesto y las dentelladas a la soberanía sirven al mismo propósito y responden a un patrón: el de una política prostituida que degrada el servicio en provecho.
Una política que concibe el Estado como botín y la nación como moneda de cambio.
Mientras Sánchez no se atreve a salir a la calle, sus emisarios tienen que salir del país para negociar la continuidad de su Gobierno.
La estabilidad política de España se pacta como los tratados internacionales, de potencia a potencia.
Peor: se tolera a un prófugo de la Justicia vetar presupuestos, derogar leyes y calumniar instituciones.
Se llama “reencuentro” a convertir España en colonia de Waterloo a cambio de que los secesionistas toleren un simulacro de gobierno socialista en la Generalidad.
En Madrid y Barcelona, idéntico paisaje: el secesionismo vota investiduras y veta presupuestos.
Con una mano paga y con la otra cobra. El balance siempre se salda a su favor, pero a los socialistas les da igual, porque consiguen lo único que les importa: la poltrona.
Mientras tanto, la nación se disuelve y el Estado se fragmenta sin que parezca haber límites mientras haya tragaderas.
Hay que darle la vuelta a España porque está cabeza abajo: el Gobierno enfrenta a la ciudadanía y confunde los poderes del Estado.
Levanta un muro entre españoles y arrasa los linderos que distinguen Estado, Gobierno y partido.
Sabotea la iniciativa empresarial y se cuela de polizón en las juntas de accionistas.
Habla de España como “laboratorio de progreso” que ilumina al mundo y organiza experimentos con el resultado conocido: el Gran Apagón, única “excepción ibérica” digna de ese nombre.
Adopta poses de adolescente inadaptado con la OTAN y compromete nuestra seguridad en el peor momento solo para conseguir la foto que le interesa.
En fin, el Gobierno huye hacia adelante porque se ve sin salida: lo malo es que arrastra al país hacia una vía muerta. En todos los sentidos.
Más allá de su corrupción y su torpeza, lo que tenemos enfrente es un bloque de ruptura con un proyecto de ruptura.
Hasta hace poco, se ironizaba mucho a costa de la preocupación por la unidad nacional; se despachaba el tema como cosa de reaccionarios que se pasan la vida vaticinando que “se rompe España”.
Bien, pues ha tenido que ser un socialista –en activo y con poder institucional– el que ha definido la España de hoy como “un puzzle roto”.
Ha sido un socialista con mando en plaza quien acaba de decir que España ya está rota.
Lo que pasa es que los puzzles vienen, de fábrica, rotos; la diversión consiste, precisamente, en romperse la cabeza encajando piezas.
Y aquí los socialistas tienen un problema. Porque periódicamente les da por decir que España, de entrada, nunca pasó de ser un puzzle. Sánchez lo ha llevado al colmo, pero la cosa viene de lejos.
Ya en las Cortes Constituyentes de 1931, Ortega tuvo que explicarles la diferencia entre autonomía y federalismo.
Porque para los socialistas, como ironizó Julio Camba, “era lo mismo ensamblar las piezas de un puzzle, a fin de formar un cuadro, que coger un cuadro y hacerlo añicos, al objeto de crear un puzzle, y era igual buscar un aumento de poder en la unión con otros países que desmembrar el territorio nacional en regiones más o menos independientes".
Por lo visto, no les aprovechó la lección, y desde el año 2004 los socialistas se han dedicado a jugar con su puzzle y “hacer de la necesidad virtud”.
Es decir, a medida que disminuía el apoyo electoral del PSOE, aumentaba la disposición socialista a converger con un nacionalismo cada vez más radicalizado.
En veinte años, esa actitud ha propiciado declaraciones y actuaciones socialistas que han ido aceptando, cada vez con menos rubor, la deformación del Estado Autonómico. Dando pasos hacia la mutación confederal del modelo.
Con el sanchismo ese proceso se ha exasperado. Y ahora, en lo que dure la escapada, es más peligroso que nunca.
Porque sus socios –sus cómplices– tratarán de aprovechar los estertores de la legislatura para subir el precio de su apoyo, exigiendo cosas que siempre parecen inasumibles un minuto antes de ser concedidas.
Estoy convencido: si le da tiempo, veremos al Gobierno atribuyendo facultades de autodeterminación y conciertos económicos a la carta; es decir, lo veremos dispuesto a fragmentar la soberanía nacional y a jugarse la quiebra fiscal del Estado.
¿Alguien duda de que, si este Gobierno tuviera la más mínima posibilidad de continuar, subastaría la propia unidad de España a cambio de poder?
¿Alguien tendrá la osadía de asegurar que los socialistas no ofrecerán autodeterminación a cambio de poder?
El que lo dude, el que ose asegurarlo, que lo diga, “que ponga la mano en el fuego”: van a faltar vendas para tanto chamuscado.
Al “enfrenta y vencerás” sanchista hay que oponer un resuelto propósito de ganar uniendo: “Reúne y vencerás”.
Las circunstancias imponen el único programa nacional a la altura de nuestro tiempo: una España sin muros y que cuente en el mundo.
Que cuente en el mundo y con la que se pueda contar.
Hay que romper el muro y apuntalar los cimientos de la casa que nos alberga.
Porque hasta que no pongamos orden en nuestra propia casa, no pasaremos de ser anécdota irrelevante fuera de ella.
Ante el destrozo nacional, institucional, internacional, económico y social que ha supuesto el sanchismo, la tarea que tenemos por delante es la reconstrucción del país en cada uno de esos ámbitos.
De aquí saldrá perfilado el proyecto político con el que apelar a una gran mayoría social que pueda transformarse en mayoría electoral cuando los españoles vuelvan a tener la palabra.
Sabemos que entonces no se tratará solo de ganar unas elecciones; habrá que ganar una investidura.
Sabemos que no solo habrá que ganar una investidura, sino la mayoría parlamentaria que permita reformar y dar continuidad a la España constitucional.
La España sin muros, la España que cuente en el mundo, exige de nosotros compromisos explícitos.
Si pedimos un mandato claro, tenemos también que ser claros a la hora de decir para qué lo pedimos.
No estamos elaborando un proyecto político que pueda apoyarse votando en blanco.
Pedimos un apoyo explícito para ponerlo al servicio de una política igual de explícita, respetuosa con la verdad, y tan integradora como exigente.
No venimos a practicar un sectarismo de distinto color desde el gobierno.
No se trata de hacer lo mismo, pero en otro sentido. Se trata de hacer lo contrario de lo que se viene haciendo.
Se trata de unir lo separado, reconciliar lo enfrentado, recomponer lo roto.
Con visión auténticamente nacional, es decir, integradora –ya sabemos que nuestras siglas no agotan España–, debemos pensar, a fondo y con rigor, en medidas de protección constitucional y en el saneamiento de instituciones muy dañadas.
Nos debe guiar el espíritu de compartir grandes objetivos nacionales más allá de nuestras propias siglas; con ese espíritu se fundó nuestra democracia.
Para darle continuidad, quiero hacer ahora tres afirmaciones que me parecen capitales, porque se refieren a nuestra concepción de España.
Difícilmente podremos compartir ningún objetivo nacional si nos quedamos sin nación. Por eso conviene dejar claro que:
Primero. España es una nación plural que se organiza políticamente como Estado Autonómico.
Segundo. La soberanía nacional ni se fracciona ni se diluye: pertenece a todos y cada uno de los españoles; por tanto, ni federación, ni confederación, ni nación de naciones, ni estado plurinacional.
Y tercero. El cumplimiento de la Ley no tiene alternativa; no hay plan B para el Estado de derecho, porque no es negociable.
Las instituciones se respetan y se prestigian; ni se asaltan ni se difaman, se defienden. Son lo que permanece mientras las personas que las sirven van sucediéndose.
El Partido Popular saldrá de este Congreso con el proyecto, los equipos y el líder para enfrentar la tarea que el momento histórico reclama.
No me cabe duda. Lo importante es que no le quepa duda a nadie.
Para poner en obra nuestro propósito de reconstrucción nacional hará falta un capital político extraordinario.
España necesita que su próximo Gobierno cuente con un respaldo muy mayoritario, suficiente para salir del atolladero en que la han metido.
Una coalición demoledora puede hablar con voces distintas, porque para destruir no hace falta ser coherente.
Pero la reconstrucción, amigas y amigos, nos veda ese camino.
Nuestra voluntad y nuestra tarea nos obligarán a una acción política muy firme y sostenida en el tiempo.
Probablemente, con pocas compañías, o con ninguna.
Porque no venimos a administrar una herencia. Venimos a reparar un destrozo y a volver a poner a la nación en marcha.
Tenemos que recordar que cuando se concita el respaldo mayoritario de los españoles, nunca se está solo.
Solos están los que reducen su proyecto político a una simple cuestión de ambición personal.
Ilusionaremos a los españoles si confiamos en ellos. La confianza se otorga y se merece.
Hay que concentrar en nuestras siglas la confianza de una mayoría nacional, ancha, a derecha e izquierda, para conseguir un objetivo que rebasa estas siglas.
Podremos hacerlo porque aquí están las mejores ideas, los mejores equipos y el mejor líder.
Yo no tengo la menor duda, el futuro de España tiene nombre y se llama: Alberto Núñez Feijóo. Aquí tenéis al líder que España necesita.
Mi convencimiento es fruto del conocimiento. Creo saber algo acerca de este partido.
Sé que siempre acudió a sus citas con la historia.
Este es el partido cuyos fundadores protagonizaron la Transición y consolidaron la democracia en España.
Este es el partido de Miguel Ángel Blanco, de Gregorio Ordóñez y de tantos otros, que lo dieron todo a cambio de nada; para que la democracia no descarrilara.
Este es el partido que hizo de España miembro fundador de la moneda única, cuando nadie apostaba un euro por esa posibilidad.
Este es el partido que gobernó cuando la prensa internacional asociaba el nombre de España con la palabra “milagro”.
Este es el partido de los que no se arrugan cuando vienen mal dadas, de los que empuñan el timón sin que les tiemblen las rodillas.
Este es el partido de los que no aspiran a gobernar mezquinamente, para “resistir” en el poder.
El partido de la ambición por España, el de los que aspiran a reformar para mejorar la vida de los ciudadanos y situar a España en el lugar preeminente en el que debe estar.
El Partido Popular ha sido actor protagonista en la fundación, la consolidación, la defensa y el desarrollo de la democracia española; el primero en el sacrificio, el último en la queja.
No lo olvidéis nunca. Aquí no se baja la mirada cuando los histriones o los traidores quieran calumniar una ejecutoria ejemplar al servicio de España.